Tren fantasma a Lisboa
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Elena GascónSi el tren nocturno a Lisboa se convierte en el tren fantasma, ¿cómo arreglará Europa el bloqueo de agujas de Dublín?
Una de las novelas contemporáneas más fascinantes de Europa lleva por título Tren nocturno a Lisboa. En ese tren nocturno viaja solo y de vuelta al pasado de la posguerra un profesor de latín que va envejeciendo. La Europa oficial pretendía con el Tratado de Lisboa viajar al futuro. Si bien el Tratado no hace que la Unión Europea sea más fácil, sí la hace más transparente y palpable. En él se recoge que "todo ciudadano tiene derecho a participar en la vida democrática de la Unión y las decisiones serán tomadas de la forma más abierta y próxima posible a los ciudadanos".
Pero a pesar de todo esto el proyecto de Lisboa no entusiasma a los europeos. Tras el fracaso del Tratado Constitucional ya en 2005 con el 62% de votos en contra en los Países Bajos y el 55% en Francia, ahora la nueva versión recibe el rechazo del 52% de los irlandeses. Si el Tratado de Lisboa se votara en países tradicionalmente escépticos a la UE como Gran Bretaña o Austria cabría esperar una aplastante derrota. El tren a Lisboa parece más bien un tren fantasma sin pasajeros.
¿Europa va rumbo ad absurdum?
Uno se siente tentado a contestar: ¿Y a mí qué? La implicación en organismos internacionales y la renegociación de acuerdos internacionales no causa furor. Hay que distinguir entre la Unión Europea y la Eurocopa 2008. Esperar que los distintos ciudadanos se entusiasmen por la segunda negociación de un tratado internacional es una peculiaridad en el contexto de la UE pero es una pretensión demasiado ingenua y ambiciosa. Sin embargo, al mismo tiempo no hay que olvidar que una Europa totalmente integrada no es posible a largo plazo si las sociedades de los países miembros no se unen a las decisiones de la UE.
Absurda, pero así es la situación actual, una situación en la que las decisiones sobre el rumbo de Europa se someten a referéndum en los distintos países de Europa sin que los ciudadanos estén acostumbrados a tener que tomar decisiones relacionadas con asuntos europeos con frecuencia. Los primeros resultados sobre intención de voto en el referéndum de Irlanda despejan dudas sobre la posibilidad de que la población haya reaccionado con miedo ante la pregunta sobre su futuro, ya que de los votantes en contra, un cuarto no disponía de información suficiente acerca del Tratado y el 12% admite que su intención era proteger la identidad irlandesa frente al Tratado de Lisboa. En Irlanda no se trataba prácticamente de las cuestiones del Tratado, sino más bien de expresar con todas las de la ley un malestar difuso con una Europa distanciada.
Dos posiciones ante el desastre de Dublín
Por supuesto las reacciones en el resto de Europa no se han hecho esperar. Por Francia y Alemania se pretende con ayuda de una creciente dinámica de ratificación instar al gobierno irlandés a repetir la votación del Tratado de Lisboa endulzándolo con edulcorantes y aclaraciones. En Italia y República Checa pretenden que el voto de Irlanda sirva para enterrar un tratado que habla de un "soberano".
Parece que han pasado por alto que el concepto de soberanía absoluta es un concepto de hace unos cuantos siglos. Ni los Estados ni los Pueblos son hoy en día soberanos absolutos. Lo que Irlanda ha emitido no es una revelación divina sino una opinión. Aunque la población de Irlanda mantenga su postura, está claro que no detendrá a largo plazo los deseos de integración del resto de Estados miembro y que estos últimos se separen colectivamente para crear una nueva Unión se antoja surrealista. La razón que hay detrás es más bien una expresión muy bien ambientada de las relaciones de poder que existen hoy en día.
¿Qué hacer si Irlanda mantiene su postura?
Habría que pensar en algo como un modelo consistente en dos fases. En un primer acercamiento se ‘ratificarían’ por así decirlo los ajustes institucionales primordiales con motivo del Tratado de adhesión de Croacia. Al fin y al cabo, el artículo 49 del Tratado de la Unión Europea contempla en el caso de una adhesión que se introduzcan las reformas en los tratados que sean imprescindibles para el ingreso. El resto de los temas del Tratado de Lisboa pueden esperar. En segundo lugar, en una nueva modificación del Tratado, se podría prever que todas las futuras variaciones del Tratado se sometan a referéndum en todos los Estados miembros. Pues el hecho de que el tren a Lisboa, que parte de Dublín, permanezca inmóvil no nos está diciendo que la democracia directa en el marco de la Unión Europea carezca de sentido y sea imposible, sino que los referendos esporádicos, y por ese motivo poco racionales, no sirven para llevar a cabo una votación objetiva sobre asuntos concretos de los tratados.
Es importante entender que la democracia directa exige un discurso regular y el carácter público que le corresponde. Solamente el desinterés extendido en las elecciones al Parlamento Europeo refleja que el discurso no existe. La participación en 2004 en toda Europa se quedó en un mísero 45,6%. Si los últimos cinco años en la lucha por la Constitución Europea situaran la participación en las elecciones de 2009 por encima del 50%, ya habríamos ganado demasiado. El profesor de latín que va envejeciendo se apea del Tren nocturno a Lisboa enriquecido y completamente renovado. ¡Es posible que a Europa y a la UE les depare un futuro similar!
Translated from Geisterzug nach Lissabon