Tierra en disputa
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Ignacio Sanchez MonroyTurquía, puente entre oriente y occidente, te deja sin aliento. Europa la mira, tentada de sus intereses en el Mar Negro y en el Caspio, mientras Ankara mantiene relaciones con los Estados Unidos
Atravesando el umbral de la mezquita el estupor llega a su mayor grado. Traspaso una frontera entre dos mundos solo en apariencia distantes. Suelos alfombrados acarician mis pies descalzos, el murmullo melódico del árabe clasico estimula los oídos. Algunos duermen en el suelo, tumbados frente a las baldosas celestes. Estambul es incandescente, la mezquita es el único refugio ante el sol del mediodía. El Corán se impone, el verso es más fuerte que cualquier imagen. Este es el rostro sereno, reflexivo, del Islam, que no teme mostrarse en su sencillez. Ninguna distracción en este lugar de oración, y menos entre los fieles que, indiferentes, continúan rezando. Aquí nadie es auténticamente extranjero.
El país más joven de Europa
Turquía es hoy una realidad dinámica y en rápida expansión, deseosa de dejar atrás un pasado pobre y rural
Si entrase en la Unión Europea, Turquía, con una edad media en su población de veintiséis años, sería el país más joven. Hoy es una realidad dinámica y en rápida expansión, deseosa de dejar atrás un pasado pobre y rural. Estambul es el símbolo de esta renovación: veinte millones de personas viviendo el día a día.
Las dos orillas del Bósforo crean una unidad orgánica entre dos continentes, y su puerto es el corazón latiente. La ciudad ha sido siempre paso de un caudal de riqueza: ayer eran las caravanas de mercaderes cargadas de especias y de telas muy apreciadas, hoy de enormes petroleros que esperan pacientes en el puerto. Esta es la grandiosidad de Estambul, que le ha traído fama y riqueza durante siglos. La ciudad posee un estado de gracia en su economía y los nuevos ricos pasan veloces en sus lujosos coches por las calles de Galata, el barrio más chic de la ciudad.
La historia y la geografía han regalado a Turquía la competencia de hacer de puente entre dos universos: oriente y occidente. La historia pone a esta enorme nación frente a una encrucijada. Europa en la puerta espera la decisión del gobierno turco. Muchos países de la UE se preguntan sobre la posibilidad real de que Turquía pueda ser en breve parte de los países de la Unión, y la propia población turca se pregunta sobre la utilidad de este hipotético ingreso. La extensión de las ‘fronteras europeas’ hacia el Este encuentra, de hecho, en Turquía un caso particular.
Estambul no es Turquía
La población de Turquía no es árabe. A pesar de ser un país de mayoría musulmán, la población conserva sus características originales, que derivan de su devenir histórico. La población turca es una entidad heterogénea: armenios, kurdos, búlgaros, griegos, serbios, iraníes... viven juntos en aquello que una vez fue el corazón del Imperio Otomano. Un gigante con pies de barro que se derrumbó por su propio peso al final de la Primera Guerra Mundial. Mustafá Kemal, quien pasó a la historia como Ataturk, fue el artífice de la nueva criatura, laica y moderna: La República de Turquía.
Pararse en Estambul y pensar que ya se conoce Turquía es un grave error
Pararse en Estambul y pensar que ya se conoce Turquía es un grave error. Turquía es Anatolia. A occidente se avecina sobre los Balcanes, a oriente mira hacia Mesopotamia. La mayoría de la población está compuesta de minorías étnicas dispersas por el territorio. Viajando hacia el Este, en el corazón del país, muy lejos de Estambul, se encuentran Diyarbakir, Malatya y Van. Ciudades llenas de polvo, pero bulliciosas y llenas de vitalidad, que son del Medio Oriente. Niños, mercaderes, hombres y mujeres aglomerados a la búsqueda de un refugio del sol que abrasa, bajo la atenta mirada de los militares. El asunto de las minorías permanece abierto y controvertido en la opinión pública local y en las propias relaciones internacionales. Los kurdos solicitan el reconocimiento étnico y de identidad de su comunidad, reivindicando el respeto de sus derechos civiles garantizados constitucionalmente en su calidad de ciudadanos turcos. Del otro lado está ausente el reconocimiento oficial del genocidio armenio, un hecho históricamente demostrado pero que todavía no ha sido reconocido por Ankara.
La Madraza europea
Mardin es la última ciudad antes de la frontera con Siria: “Europa parece a años luz de este lugar”, pienso mientras bajo del autobús. Me asombro todavía más ante un descubrimiento inesperado: en este lugar remoto me encuentro el símbolo de la UE donde se indica la financiación de la restauración de una antigua Madraza. Europa espera el momento con la vista puesta en la perspectiva de extender sus intereses sobre el Mar Negro y sobre el Mar Caspio. Bulgaria y Rumania han entrado ya a formar parte del club, pero con Turquía la política de la UE daría un salto de calidad. Sería el primer país del Este en formar parte de la UE sin provenir del bloque soviético. Turquía es miembro de la OTAN desde 1952. El camino turco permanece en disputa. Ankara parece preferir la UE pero sin comprometer su alianza con los Estados Unidos. El primer ministro Erdogan, líder de un partido inspirado en los valores del Islam, tiene en alerta a los militares, guardianes de la laicidad, y a la UE. El objetivo: acercar las economías de los dos bloques diferenciados con la esperanza de alcanzar, en breve, una única realidad política. Existen ya unos primeros signos de buena voluntad hacia la Unión: abolición de la pena de muerte, promesas para un mayor respeto a las minorías étnicas y la reducción de la presión sobre los medios de comunicación. Señales estas que hacen mantener la esperanza, pero que son sólo el inicio de un largo camino que espera a los hijos de los turcos.
Translated from Terra in bilico