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Tiananmén en Uzbequistán

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Uzbequistán es un país en el que la lucha contra el extremismo islamista aún se usa como pretexto para reprimir a la oposición. La población no tiene otro medio de expresión que el de la confrontación con el Estado.

El autócrata Presidente de Uzbekistán, Islam Karimov, no se lo ha pensado dos veces al identificar a los autores de los tumultos que sacudieron Andiyán el viernes pasado. Cómo no, ha supuesto que eran islamistas quienes atacaron y ocuparon los edificios gubernamentales de la ciudad oriental del valle de Fergana. Por eso se ha visto obligado a actuar con tanta severidad. La policía, amparada por carros de combate, ha obedecido las órdenes de Karimov y ha abierto fuego sobre la muchedumbre reunida delante de los edificios oficiales. Todavía no se conoce el número exacto de víctimas mortales durante este baño de sangre –entre las que se encuentran mujeres y niños-, pero se calcula que ronda los 100.

La excusa del extremismo islamista

Varios meses de protesta pacífica por un asunto judicial en el que se vio envuelto un grupo de empresarios acusado de relacionarse con el grupo islamista Hizb ut Tahir -“Partido de Liberación”-, ha precedido la masacre. Los miles de manifestantes que se echaron a la calle este pasado viernes 13 de mayo no eran, ni mucho menos, militantes islamistas, por mucho que el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Lavrov, se muestre convencido de que las revueltas estaban apoyadas personas cercanas a los talibanes. Una interpretación que no sorprende en la región: la amenaza de grupos terroristas islamistas ya se utilizó entre 1991 y 1997 durante la guerra civil cerca de las fronteras con Tayikistán, con el fin de neutralizar la resistencia interior y exterior. Pekín se apoyó en la misma justificación en su lucha contra el movimiento de liberación Uigur, en la región sino-occidental de Xingjian, al anunciar una acción en contra de los terroristas islamistas.

Karimov se unió a esta coalición antiterror tras los ataques del 11 de septiembre, y hasta puso bases militares a disposición de los norteamericanos durante la guerra de Afganistán. Como otros países de la región, ha instrumentalizado la guerra contra el terrorismo como medio de persecución de la oposición, dentro de la cual también hay movimientos religiosos. Occidente ha venido aceptando todo esto debido a su dependencia de la ayuda prestada por Karimov, y porque la igualación de musulmanes a terroristas se corresponde con su línea ideológica. Miles de supuestos islamistas han sido encarcelados en cárceles uzbecas y la persecución continúa a pesar de que, aunque el movimiento islamista uzbeco haya sido neutralizado en 2001, aún perviva el movimiento Hizb ut-Tahrir.

Occidente debe abandonar a Karimov

El califato que Hizb ut-Tahrir desea establecer no respeta los más mínimos estándares democráticos. Pero teniendo en cuenta que emplea medios pacíficos, la violencia para combatirlos no constituye la respuesta más adecuada. Este islamismo se enraíza en la realidad socioeconómica uzbeca. Desde la llegada al poder de Karimov en 1991, el país ha desmantelado la oposición democrática, ha reprimido a la prensa libre y ha eliminado sus lazos con el Islam. Es un país en el que toda forma de oposición secular está prohibida y en el que, por tanto, el Islam se erige como única alternativa. Habiéndose acallado la voz del pueblo, la violencia resulta para muchos la única forma de expresión posible. Si Occidente lleva a cabo con seriedad una guerra contra el terrorismo, no debe mirar hacia otro lado. Debe forzar con determinación a Karimov para que emprenda las reformas tan esperadas desde hace 14 años, y que facilitarán la apertura de la sociedad uzbeca.

Translated from Tiananmen in Usbekistan