Tecnología cívica: cómo 'hackear' la democracia
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Juan Manuel Rodríguez SawickiEl domingo 26 de mayo se celebrarán las elecciones al Parlamento Europeo. Una vez más, se teme una baja participación: la crisis de representatividad política se hace cada vez mas palpable. Sin embargo, el "desprecio" por los políticos no quiere decir que a la gente no le interese la política. En internet, los ciudadanos están reinventando el sistema para hackear la democracia.
Los números hablan por sí mismos: la participación en las elecciones europeas no ha dejado de disminuir desde 1979 hasta alcanzar su porcentaje más bajo (42,61%) en las últimas elecciones de 2014. En Francia, uno de cada cuatro ciudadanos no fue a votar en la segunda vuelta de la elección presidencial de 2017. No es necesario ser un anarquista para darse cuenta de que la brecha entre el pueblo y sus gobernantes no hace más que aumentar cada día. La fuerte movilización de los chalecos amarillos, movimiento social que se inició y tomó forma a través de Facebook, es un claro ejemplo de ello. Cientos de miles de ciudadanos se han unido en Francia y otros países europeos para denunciar las medidas tomadas por los gobiernos. Más allá de las convicciones políticas, lo que se cuestiona es la propia esencia del sistema. ¿Será que las herramientas digitales están detrás de estas reivindicaciones?
La política aún no ha tenido su revolución digital
La mayoría de los sectores económicos han sufrido una "revolución digital" en los últimos años. Pero el sistema democrático se ha quedado relativamente al margen de esta evolución y su retraso se hace sentir. Pia Mancini, cofundadora de DemocracyOS, una aplicación de democracia participativa, decía lo siguiente durante una charla TED en 2015: "Somos ciudadanos del siglo XXI, que hacemos lo que podemos para interactuar con instituciones del siglo XIX, que están basadas en la tecnología de la información del siglo XV. [...] Es hora de preguntarse: ¿cómo debe ser la democracia en la era de Internet?" Esto es lo que intentan dilucidar las Civic Tech (Tecnologías Cívicas), un movimiento que reúne a organizaciones, asociaciones y empresas de todo tipo que quieren modernizar la política a través de las herramientas digitales. La tarea es colosal.
Todo empieza con más transparencia. En 2009, el colectivo RegardsCitoyens ("miradas ciudadanas") dio el primer paso. Su plataforma nosdéputés.fr describe el perfil de cada diputado del Parlamento francés a partir de diferentes criterios, como su participación en los proyectos de ley, sus declaraciones o su índice de asistencia al hemiciclo. Esto les ha supuesto la ira de algunos políticos catalogados como "malos alumnos" según los criterios de la plataforma. Para Jean, estudiante de Derecho decepcionado con el sistema político tradicional, este tipo de páginas web proporciona datos importantes para construirse una opinión propia. "Con estas plataformas puedo ver de manera muy concreta qué diputado ha apoyado o se ha opuesto a cada proyecto de ley. La información es clara y sin filtros." Lo que busca esta plataforma es hacer que los datos que son ya públicos resulten comprensibles para todos y, de esta manera, educar a los ciudadanos en funcionamiento de las instituciones democráticas.
"Siento que estoy actuando y realizando una acción política de manera sencilla."
Las Civic Tech quieren restablecer vínculos entre la política y los ciudadanos. ¿Pero cómo hacer que la política se transforme en un tema que seduzca y movilice a las personas? Primero de todo, hay que hacerla más accesible. "Hay que simplificar la forma de abordar la información política porque a menudo los medios de comunicación tratan estos temas de una manera muy alejada del día a día de la gente común", nos explica Léonore de Roquefeuil, cofundadora de la civic tech Voxe.org. Voxe vio la luz durante las elecciones presidenciales de 2012 con su comparador de programas políticos, cuyo objetivo era ante todo proporcionar datos claros y en un mismo sitio. La iniciativa reúne actualmente más de 4,7 millones de usuarios de 19 países.
Pero la principal característica de Voxe es que aborda la política de una manera lúdica que seduce a los jóvenes y les incentiva a interesarse más. Por ejemplo, el Chatbot (robot conversacional) de Voxe analiza la actualidad en un estilo directo y en sintonía con los jóvenes. Usado por más de 100.000 personas, su objetivo no se limita a informar sino también a canalizar las reacciones. Busca que los usuarios reaccionen en función de sus convicciones. Para Léonore de Voxe, la información es la base de todo compromiso: "Cuando estás informado te das cuenta de que tienes derecho a tener una opinión, y comprendes que tus ideas pueden tener un impacto en la acción pública."
Las herramientas de participación están cada vez más presentes. Jean nos cuenta que ha firmado varias solicitudes en línea a través de plataformas similares: "Tengo la sensación de actuar y realizar una acción política de manera sencilla. Aunque soy consciente de que es algo ínfimo, creo que es un buen primer paso". Estas solicitudes a veces movilizan a un gran número de ciudadanos, lo que puede dar peso a reivindicaciones que luego son dirigidas a los representantes políticos. Por ejemplo, la plataforma change.org reúne a más de 258 millones de personas en todo el mundo. En 2015, Jacqueline Sauvage obtuvo un indulto del presidente francés tras haberse realizado una solicitud en línea. Su historia se difundió por Internet, lo que provocó un inmenso apoyo que le evitó una pena de 10 años de prisión.
Miembros del parlamento con control remoto
Informar y movilizar, de acuerdo. ¿Pero qué hay de la participación real de los ciudadanos en las instituciones públicas? En Argentina, en 2012, un grupo de ciudadanos comenzó a utilizar herramientas digitales para implicarse más en la vida política local y nacional. Esto desembocó en la creación de un verdadero partido político: El partido de la RED. Tras una victoria a nivel local, el partido aún espera ubicar a uno de sus representantes en la Cámara de Diputados. El objetivo es que el representante vote exclusivamente según las instrucciones que le transmita todo el grupo. Y para que esto funcione, se ha desarrollado un software: DemocracyOS. Esta herramienta propone que los parlamentarios no sean más que embajadores pilotados a distancia por los ciudadanos a través de la plataforma. Para que se "tomen decisiones de manera transparente y colectiva", concluyen Aurélien y Clara, quienes trabajan ambos para DemocracyOS Francia. Se trata de la transición de una democracia representativa hacia un sistema participativo en donde cada uno tenga poder de decisión en la manera de gobernar.
Cada civic tech interpreta el futuro de la democracia a su manera. Para algunos, los gobiernos deben adoptar nuevas herramientas para dar más dinamismo al compromiso político. Es el caso de Estonia, que cuenta con un 99,5% de sus servicios públicos disponibles en línea. En 2017, la entonces presidenta del país, Kersti Kaljulaid, hacía hincapié en la publicación francesa L'Obs acerca del riesgo de "obsolescencia de los Estados" afirmando que podrían sufrir una "uberización" si no se adaptan a la revolución digital. En Estonia, el índice de participación en las elecciones legislativas está en constante aumento desde 2003, período en el cual el país comenzó su transición digital. El índice de participación alcanzó incluso el 64% en 2017, suficiente como para avergonzar a la mayoría de los países europeos.
Sin embargo, todo gobierno, por más moderno que sea, no podrá alcanzar suficiente legitimidad mientras su pueblo no se sienta bien representado por los políticos que elige. En Francia, como nos lo recuerda la asociación Laprimaire.org, son los partidos políticos quienes designan a los candidatos para las elecciones aunque representen apenas un 0,5% de la población. La ideología democrática del sufragio universal se ve arrancada de raíz. Laprimaire.org organizó en 2017 elecciones primarias en línea para elegir a un candidato de manera colectiva. Si bien este nuevo "partido" informal no logró obtener las 500 firmas necesarias para presentarse a las elecciones oficiales, el balance de su acción no deja de ser positivo. La campaña reunió a más de 150.000 electores en toda Francia. También es una prueba de que las tecnologías de interconexión permiten que un gran número de personas se movilice de manera constructiva.
Otros se inclinan más por una reforma profunda del sistema que permita que la gente se autogestione. ¿Y si los propios ciudadanos propusieran directamente las leyes? Ya no se podría dudar de la consideración del pueblo en las decisiones políticas del país. En todo caso, esto mismo propone la plataforma Open Ministry, que ha sido reconocida oficialmente por el gobierno finlandés, el cual acompaña a los ciudadanos en la realización de sus proyectos de ley. Se utiliza una plataforma de crowdsourcing (producción participativa) para encontrar los mejores proyectos de ley. En cuanto la comunidad los valida, los proyectos son presentados al gobierno.
Sin embargo, Clara y Aurélien de DemocracyOS nos recuerdan que, si bien las nuevas tecnologías ya han logrado ciertas proezas democráticas, muchos ciudadanos aún carecen de la formación adecuada para utilizarlas. "Hay que brindar apoyo acompañando a los ciudadanos y garantizándoles que su decisión es tenida en cuenta", nos explican. Según ellos, la dificultad radica en que una gran parte de la población, sobre todo la más anciana, no está familiarizada con las herramientas digitales. ¿Quién se imagina a sus abuelos redactando enmiendas en línea?
Los desafíos de una democracia digital
"Damos forma a nuestras herramientas y, a su vez, estas nos moldean a nosotros mismos", afirmaba Marshall McLuhan, famoso especialista en teoría de la comunicación, a propósito de los medios. En el caso de las tecnologías cívicas, es todavía más crucial entender que son las tecnologías las que tienen el poder: el diseño del programa también estructura las relaciones de poder que se instauran con los usuarios. "Code is law", como lo resume la obra de Lawrence Lessig, el fundador de la licencia Creative Commons (CC). En el mundo digital, el código crea el marco. Esto quiere decir que la manera de concebir los programas influye naturalmente en el comportamiento de los usuarios. En Facebook, tanto el marco (la sección de noticias, la manera como son presentadas las publicaciones, los emojis, etc.) como los algoritmos incitan a los usuarios a comentar las publicaciones y a polarizar sus opiniones. En el caso de un software civic tech, es preciso asegurarse de que el diseño del programa no oriente a los usuarios a adoptar un tipo de opinión en particular. Por tal motivo, Léonore de Voxe estima que es necesario que haya "más internet en la democracia y más democracia en internet".
Por eso muchos programas se basan en la utilización de código abierto. Esto significa que son libres, gratuitos y abiertos a todos, a diferencia del software propietario, que es privado. Con respecto a esto, la opinión de Clara y Aurélien de DemocracyOS es rotunda: según ellos, el código abierto (que es utilizado por su plataforma) da más transparencia a los usuarios y puede difundirse con más libertad. Añaden que la decisión de imponer una licencia de pago, en el caso de un software propietario, se articula en base a una lógica de rentabilidad de la inversión. En líneas generales, es el modelo de la startup, que busca recaudar fondos rápidamente para acelerar su desarrollo y posicionarse con más fuerza dentro del mercado. Para cuestiones de política pública, este modelo no parece totalmente adecuado, ya que está orientado a la recuperación de las inversiones. Por su cuenta, el código abierto apuesta al futuro: "Confiamos en las mejoras futuras, en la adaptabilidad infinita del software, en lo que cada uno va a aportar a través de su utilización", afirman Aurélien y Clara.
Algunas ciudades como Reims, en el norte de Francia, han recurrido a este software por iniciativa propia para implementarlo a nivel local. Es esencial que estos programas puedan ser utilizados por los ayuntamientos y demás instituciones para alcanzar a un público más amplio. Las tecnologías cívicas suelen ser criticadas por no representar suficientemente a la población, ya que sus usuarios comparten las mismas características que sus creadores: suelen ser jóvenes de ciudad, de clase media-alta, etc. Observación que comparten tanto Clara como Aurélien, quienes buscan justamente que se adopte esta herramienta a nivel local: "Es un verdadero desafío de comunicación con las personas poco interesadas o que no están familiarizadas con la tecnología. Cuando los ayuntamientos adoptan nuestra herramienta, permite que se consulte a la gente sobre temas que les son más afines". En París, por ejemplo, el 5% del presupuesto anual de inversión del ayuntamiento está destinado a proyectos ciudadanos. Puede tratarse de mejorar los espacios verdes de un barrio, de inaugurar una línea de autobús o de cualquier otra idea que los ciudadanos consideren pertinente. Este presupuesto participativo experimenta un gran éxito dado que se han presentado 1.924 proyectos y se han invertido 100 millones de euros.
Para Léonore, la cuestión del código abierto es ante todo simbólica, ya que en realidad son pocas las personas capaces de leer el código. En cambio, le parece legítimo extender la cuestión al conjunto de los servicios públicos: "¿No debería considerarse que todo lo que se venda de manera pública se haga de manera transparente? El servicio público utiliza el dinero de los ciudadanos para el bien común, todas las aplicaciones u otras herramientas podrían entonces seguir la lógica del código abierto".
La capacidad del pueblo para gobernarse a sí mismo
El pueblo siempre ha delegado su soberanía. Solo se ha limitado a elegir entre las opciones propuestas por otros. Dado que se supone que las tecnologías cívicas deben defender una forma y no un contenido, existe el riesgo de una "mala" toma de decisión. Por ejemplo, ¿deberíamos anular el derecho de voto de las mujeres si la mayoría de la población así lo exigiera? Una cuestión de actualidad en este preciso momento en que el diálogo social se ve perturbado por la polarización de las opiniones en Internet y en los medios de comunicación. Para evitar este riesgo, Aurélien y Clara imaginan un acompañamiento pedagógico que ayude a que los individuos alcancen una etapa de madurez ciudadana. Voxe invita a que los internautas descubran diferentes puntos de vista sobre un mismo tema a través de su chatbot. Esto lleva a los lectores a cuestionarse y a reconocer los argumentos de los diferentes partidos. Aprender a escuchar al otro, ¿un primer paso para alcanzar esa hipotética "madurez ciudadana"?
En respuesta al movimiento de los chalecos amarillos, el gobierno francés lanzó la operación "Grand Débat National", que supuestamente permitía que los ciudadanos pudieran compartir sus reclamaciones. El Estado puso a disposición de los ciudadanos una plataforma en línea para que hicieran llegar sus propuestas. Aunque esta plataforma represente una innovación bastante inédita, para los chalecos amarillos se trata de una herramienta al servicio del gobierno, desprovista de neutralidad. Enseguida, el movimiento contraatacó lanzando la plataforma "Le vrai débat" (El verdadero debate), alternativa frente al "Grand Débat" y, según ellos, más legítima por ser independiente y transparente. Si bien esta lucha de legitimidad puede asemejarse a tantos otros conflictos políticos, las plataformas digitales no dejan de ser claros ejemplos de la función que deben cumplir las tecnologías cívicas.
Ilustración: © Pierre-Louis Bouron
Translated from Les civic tech ou comment hacker la démocratie