Srebrenica: Una ciudad en busca de futuro
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Ivo Alho CabralLas profundas cicatrices de Srebrenica siguen a la vista. El terrible baño de sangre sufrido por esta ciudad bosnia durante el genocidio de 1995 se percibe en cada rincón. Veintitrés años después del genocidio, entre edificios sin terminar y orificios de bala en las fachadas, los jóvenes de la localidad explican cómo luchan por reconciliar el pasado con el presente.
Una carretera llena de baches asciende serpenteando a través de tierra de nadie en la República Srpska, atravesando los bosques cubiertos de nieve. De vez en cuando una casa aislada aparece a la derecha o a la izquierda; la mayor parte sin revestimiento, de ladrillos desnudos. Algunas muestran signos de vida, otras están en ruinas. A veces es difícil distinguir si alguien vive dentro o no. Entramos a la ciudad a través de la calle central, que recorre un estrecho valle, donde termina en un callejón sin salida. Antes de que la carretera termine, en la plaza principal de esta ciudad plomiza, un cartel anuncia dónde estamos, en alfabeto cirílico y latín: Сребреница – Srebrenica.
El autobús que salió de Sarajevo hace algunas horas se detiene en frente del centro comercial Poslovni Centar. Los pasajeros descienden, el vehículo da un giro y abandona la ciudad de inmediato. Hace frío y no se puede ver a casi nadie en la calle. La mayor parte de los edificios parecen estar abandonados. Solo unas 5.000 personas siguen en la ciudad, de las 36.000 que había antes. La razón de esta tremenda pérdida de población es la guerra de Bosnia, que tuvo lugar entre 1992 y 1995. O para ser más precisos: la matanza y expulsión de la población musulmana de Srebrenica, llevada a cabo por los soldados serbios de la República Srpska. Hoy Srebrenica parece una ciudad fantasma. Bekir Halilović, un joven residente y activista político, es una de las personas que trabaja para que esto cambie.
Aguas estancadas y profundas
Bekir está sentado en una cafetería del Poslovni Centar, las comisuras de sus labios curvadas hacia arriba revelan una amable sonrisa. Tiene 24 años y nació aquí en Srebrenica. Pero cuando los soldados serbios invadieron esta zona segura de la ONU en julio de 1995, su madre se vio forzada a huir con él y sus hermanos hacia Banovići, una pequeña ciudad de la región de Tuzla, donde vivieron como refugiados. Ahora, más de veinte años después, Bekir ha vuelto a su ciudad natal para estudiar Derecho Internacional en la universidad local. Comienza a hablar enseguida con una voz pausada y amable mientras se escuchan de fondo canciones de pop bosnio.
Le interrumpen unos pocos minutos después. Un grupo de turistas franceses y palestinos entran el café, preguntando de manera agitada dónde pueden encontrar el "monumento a la gente muerta". Un amigo de Bekir accede a llevarles en coche al lugar. Bekir suspira profundamente. Las visitas al memorial son la única razón por la que los turistas quieren venir a la ciudad.
Pero Srebrenica tiene mucho más que ofrecer, explica. Caminando en una de las pocas calles de la ciudad, Bekir se dirige hacia la nueva mezquita y la iglesia ortodoxa, situadas una junto a la otra. Detrás de los edificios religiosos, un gran complejo domina la escena: el hotel Domavia. La fachada amarilla está medio derruida y solo unas pocas ventanas quedan en pie. Dentro, los hierbajos ganan terreno. Los días gloriosos del hotel/spa hace tiempo que acabaron. Terminaron con el comienzo de la guerra en 1992. La economía de la ciudad, y en especial el turismo, nunca se recuperaron.
Como un testigo silencioso, es una muestra del tiempo en que Srebrenica era un importante destino conocido por sus aguas curativas incluso más allá de las fronteras del país. Pero también es una muestra de sus más de mil años de Historia. Los romanos fueron los primeros que reconocieron el valor de situación geográfica de la ciudad, extrayendo plata de las minas locales. Bautizaron la ciudad como Domavia y más tarde como Argentaria, en referencia al metal precioso.
Las minas de plata trajeron riqueza a la ciudad mientras que en su subsuelo otros tesoros seguían ocultos. Una gran cantidad de manantiales de agua mineral se sitúan en las colinas de los alrededores de Srebrenica. Tras la anexión de Bosnia al imperio Austro-Húngaro, algunos de los manantiales fueron testados científicamente por primera vez. El agua, rica en hierro, resultó tener ser beneficiosa para la salud y empezó a ser utilizada con fines médicos. Mientras el turismo florecía, se construyó una planta de embotellamiento de agua: la codiciada marca Guber fue un éxito de exportación.
Los manantiales aún hoy siguen sin haberse secado y la corriente de color rojo sangre fluye sobre el paisaje cubierto de nieve. El paisaje trae a la memoria de manera instintiva el baño de sangre y las atrocidades de la guerra.
Una recuperación lenta
Más adelante, caminando junto al arroyo, Bekir se detiene frente a un edificio de varias plantas. Los ladrillos desnudos tienen el mismo color rojo óxido que el riachuelo junto al que se sitúa. Se encoge de hombros y comenta que esta era la mayor esperanza de Srebrenica. Un nuevo hotel/spa y una planta embotelladora unos cien metros río arriba. Este lugar podría haber sido un catalizador para el crecimiento económico. Se esperaba que generara empleo en un país donde la tasa de desempleo juvenil está por encima del 55%. Un atisbo de esperanza tanto para aquellos que se quedaron como para los que hubieran querido volver a su tierra natal.
Se esperaba que las obras estuvieran terminadas en 2012 pero acabaron mucho antes. La compañía no consiguió obtener la licencia para terminar el proyecto. Conflicto de intereses políticos, se resigna Bekir. Fuerzas nacionalistas de ambos extremos defienden que es mejor que Srebrenica no se recupere de la guerra. Parece que todos representantes políticos de los grupos étnicos salen beneficiados si la ciudad permanece anclada en el pasado. No en los tiempos gloriosos de antes del conflicto armado sino en la parálisis de la posguerra.
Bekir está decepcionado con la política local; una de las razones por las que se unido al SDP. El Socijaldemokratska Partija es el único partido multiétnico en Srebrenica, y promueve el diálogo activo entre los diferentes grupos. Bekir quiere solventar los problemas de su ciudad. Sabe que si nada cambia, esta ciudad y sus habitantes están abocados a no tener futuro.
Su visión política no tiene que ver solo con el futuro; sabe que lo que pasó aquí no debe olvidarse aunque la presencia permanente del genocidio que ha paralizado Srebrenica sigue en el ambiente. Solo unos pocos han vuelto al lugar donde aquellas cosas horribles ocurrieron. Las cicatrices son demasiado profundas. Y Bekir también las tiene. Este es el lugar donde vio a su padre por última vez. Tenía apenas un año de edad y no se acuerda de la despedida. Años después, conoció la cara de su padre en las fotos que su abuela salvó de la guerra. Muchos documentos históricos y fotografías privadas fueron pasto de las llamas durante los ataques contra la ciudad. Las fuerzas serbias trataron de borrar cualquier huella de la presencia musulmana en Srebrenica.
Cada día, Bekir y otros miembros de Adopt Srebrenica se esfuerzan por encontrar fragmentos que sobrevivieron a la guerra; un arduo trabajo de recogida, identificación y archivo de viejas fotos. Han creado un álbum de fotos digital para mantener en la memoria cómo era la ciudad de antes de la guerra y revivir los recuerdos de los antiguos habitantes de la localidad, como el padre de Bekir.
"El proyecto comenzó como una iniciativa personal de uno de nuestros miembros pero enseguida se convirtió en un archivo colectivo con decenas de imágenes. Dentro de poco estará disponible en internet", explica Valentina Galić, también miembro de Adopt Srebrenica.
Al contrario que Bekir, Valentina recuerda bien cómo era la ciudad antes de la guerra. Tiene 45 años. Además de trabajar sin descanso por el cambio político y social, también es madre, lo que influye en su visión sobre la Bosnia de hoy en día: "Tengo la edad suficiente para decir que tuve una infancia mejor que la de la nueva generación". Sus palabras dejan entrever que el proceso de reconciliación está lejos de haber terminado y que aún queda mucho por hacer para que la región goce de estabilidad económica.
Valentina cree que las nuevas generaciones han crecido en un ambiente de hostilidad política y que hay que transmitirles valores de convivencia, paz y libertad. Sabe que todo el país tiene que pasar por ese proceso y piensa que Srebrenica puede tomar un papel de liderazgo y actuar como modelo de desarrollo para Bosnia. Con el archivo fotográfico, quiere mostrar a los más jóvenes que hubo un tiempo en que croatas, serbios y musulmanes vivían y trabajaban en paz en Srebrenica y alrededores.
Valentina no ve todo de rosa. Se observa las manos y suspira: "los políticos aún hablan como si estuviéramos en guerra. Alimentan los conflictos. Puede que sea bueno para ellos pero no para la gente". Ella sabe lo que cuesta encontrar el equilibrio entre memoria, asumir responsabilidades por lo pasado y tener una visión optimista para el futuro. Sobre todo cuando el destino de cada persona es parte de un contexto colectivo más complejo. Las familias de las víctimas y las de sus agresores aún viven en los mismos barrios y calles. Aun así, muchos desconocen qué pasó con sus seres queridos durante la caída de Srebrenica. Una incertidumbre que hace aún más difícil reconciliarse con el pasado.
Esqueletos de hormigón
Cuando las tropas serbias comandadas por Ratko Mladić tomaron el enclave musulmán, el padre de Bekir trató de escapar con otros soldados bosnios a través de los bosques. Querían atravesar las lines enemigas y caminar hasta Tuzla, controlada por el ejército bosnio. La mayor parte de ellos fueron capturados y ejecutados; otros no sobrevivieron al esfuerzo de los más de cien kilómetros de caminata. Todo lo que sabe Bekir es que su padre consiguió cambiar su uniforme por ropa civil antes de marchar. Sus restos fueron encontrados años después en una fosa común.
Los bosques que rodean Srebrenica son espesos y tienen un halo de misterio, y donde los expertos dicen que hay fosas comunes y minas enterradas. Bekir señala un saliente cubierto de vegetación frondosa junto al camino. Sería imposible detectar las minas si las hubiera.
El peligro no evita que los habitantes entren al bosque. A pesar de los tremendos esfuerzos de la comunidad internacional por acabar con las minas en Bosnia, tomará entre veinte y treinta años conseguir que el país vuelva a ser seguro. Detectar y desactivar minas es peligroso y caro.
Poco antes de que Bekir llegue a su destino, una pared azul de metal bloquea el camino. Sobre ella, algunas señales promocionan la nueva planta embotelladora y el hotel/spa que se iba a construir. Estos edificios son poco más que esqueletos de hormigón. En el supuesto restaurante han colocado ventanas para proteger del viento gélido al solitario guarda de seguridad del recinto. Está aquí para vigilar las materiales y herramientas que la constructora dejó aquí. Nadie puede decir cuándo volverán a terminar el trabajo.
Bekir sabe lo difícil que es conseguir que su ciudad cambie. Tienes que conocer a sus habitantes pero también su pasado. Por eso se detiene en varias ocasiones para charlar rápidamente con algunos de sus vecinos. Puede que sus propuestas para Srebrenica no correspondan con la visión de todos pero en las pasadas elecciones de la Republika Srpska, 200 votantes confiaron en él. Un resultado que le da esperanzas. Este año, Bekir se presentará de nuevo como candidato.
“No todo en Srebrenica son ruinas"
La situación de Srebrenica no se solucionará sólo con política, explica. Lo que le importa es trabajar junto a la generación de la posguerra. En los últimos años, ha colaborado con el proyecto Campamento Internacional por la Paz. La asociación Por Srebrenica organiza este campamento en el que adolescentes de diferentes etnias, religiones y opiniones políticas se reúnen en torno al lago Perucac.
Puede que algunos lo vean como una especie de campaña para congelar el odio entre grupos étnicos a través de la camaradería de un campamento. Pero el concepto solo atrae a aquellos que ya piensan así. Que hay gente en contra de la convivencia pacífica se hace evidente en las pequeñas provocaciones que se ven por la ciudad. El nombre en cirílico (alfabeto usado por los serbios) está tachado con aerosol negro en los carteles de algunas calles. Un poco más allá, lo contrario: una bandera serbia cuelga de un tendedero. Estas ocurrencias pueden parecer triviales pero siembran las semillas del nuevo odio. Srebrenica está alerta para evitar estos actos de provocación y vandalismo, y pone una patrulla policial cada noche en los alrededores de la mezquita, la iglesia y el monumento de homenaje.
A pesar de todo, Bekir se muestra confiado: "No todo en Srebrenica son ruinas", dice. En su opinión, la situación actual no es tan mala. Por eso cree que también debería ser recordada. Al menos en la forma de una cápsula del tiempo, que Bekir y sus amigos crearon en 2016. Es una instantánea en el tiempo en una caja, que abrirán de nuevo en 2030 para comprobar si el compromiso político de Bekir ha ayudado a mejorar la situación. Luchará por el cambio, aunque a veces sienta que pelea contra molinos de viento.
Feliz año nuevo
Srebrenica ha sido siempre un enclave multiétnico dentro de una región de mayoría serbia. Una isla al fondo del callejón. Su posición geográfica resultó decidir el destino trágico de la ciudad y sus residentes. Un destino que era predecible aunque difícil de imaginar para la comunidad internacional. Srebrenica estuvo rodeada y bajo asedio durante meses, antes de que Mladić decidiera atacarla, a pesar de haber sido declarada como 'zona segura' por la ONU. La mayoría de los habitantes trataron de buscar refugio en la base internacional de Potocari, a pocos kilómetros de distancia. Los soldados holandeses (conocidos como DUTCHBAT) estaban destacados en la antigua fábrica de baterías en la localidad. Desde ahí, deberían haber protegido el enclave musulmán de los ataques serbios, pero la falta de equipamiento y apoyo les impidió actuar frente a la peor masacre en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial.
Una vez hubo tomado Potocari, el comandante serbo-bosnio Ratko Mladić ordenó que los hombres musulmanes se separaran de sus familias. Las mujeres y niños fueron evacuados de la zona mientras que los hombres fueron asesinados en varios lugares en los siguientes días: 8,327 personas en total.
Al final, Bekir se dirige al lugar donde ocurrió el genocidio. "Si quieres cambiar algo, tienes que venir aquí", explica. Es importante darse cuenta de lo que ocurrió durante esos días de julio de 1995. Al otro lado de la calle, justo enfrente de la vieja fábrica de baterías, cientos de lápidas blancas se extienden en todas direcciones, cubriendo la colina que sirve de cementerio. Cada lápida es un homenaje a un hijo que la ciudad ha perdido. La nieve reciente camufla las piedras blancas y casi las hace desaparecer, pero la lista de nombres que franquea la entrada se revela larga e ilustra la dimensión de la masacre. Solo el apellido Omerović" ocupa decenas de líneas; un árbol familiar al completo. Bekir se detiene frente a la tumba de su tío y reza antes de volver la mirada hacia los cientos de lápidas y murmura la edad de las víctimas, "22", "25". "Eran niños", dice, gente de la edad que él tiene ahora. Entre los pilares blancos destacan unas pocas estacas verdes de madera. Son las tumbas más recientes: no tienen nombres, solo números. Cada once de julio, el día del Homenaje, se entierran los últimos restos descubiertos e identificados. Un día que aún crea cierto malestar internacional; pero las cámaras abandonan Srebrenica apenas la ceremonia termina y la ciudad vuelve a sumirse en el olvido.
Agujeros de bala decoran las fachadas por toda la ciudad. Solo unos pocos hogares tienen las luces encendidas y humo saliendo de la chimenea. Es aún más evidente la cantidad de casas abandonadas. La mayoría están vacías. En el mismo centro de la ciudad, hay dos casas sin tejado. Ha nevado adentro, faltan algunos ladrillos en las paredes. Entre ellas, un edificio nuevo. Parece como si los escombros de las dos viejas casas hubieran sido usados para construir el nuevo. Quizá sea precisamente esta la mentalidad que Bosnia necesita. Al final, Srebrenica lucha una batalla por la normalidad.
Subo en el autobús de vuelta a Sarajevo. La última calle de la ciudad está decorada con luces de navidad que atraviesan la calle de un lado a otro; los extremos colgados en sendos edificios abandonados. Cuando el bus arranca, veo una señal en luces de neón: "Srećna Nova Godina" -Feliz Año Nuevo-.
Este artículo fue escrito por Andreas Trenker y fue publicado por primera vez el 1 de marzo de 2018 en Voices of Change, un proyecto que cuenta historias de jóvenes activos en la política y lo social, en países que tienen problemas relacionados con el mantenimiento de la democracia.
Translated from Srebrenica: A city fighting for its future