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[spa] Las lecciones de Michel Serres

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Martina Corral

¡Ay, el Silicon Valley! Californian way of life, multitudes de sosias de Mark Zuckerberg y… filósofos franceses que pasan de los 80. Desde hace casi 30 años, Michel Serres es profesor en Stanford. Allí,  este bisabuelo que es una fuente de juventud y erudición, transmite su odio a cualquier conservadurismo. Encuentro frente a frente.

«Renacimiento de la humanidad», «cambio de mundo», «hombre nuevo»: las entrevistas de Michel Serres siempre terminan en profecías arriesgadas y optimistas. Desconfianza, ¿desconfianza? «Yo no soy un adivino», reconoce el filósofo tras una media hora de bonitas historias y predicciones de todo tipo salvo apocalípticas. Michel es simplemente un hombre de desafíos, erguido en su taburete del porche al que golpean las gotas de un tiempo asqueroso y falsamente primaveral, como las crisis que en realidad no lo son. Resumeniendo: no hay razón que valga para ponerse en plan de gruñón.

Nuevas generaciones

Sus bonitas historias no son para dormir. Michel el Académico, generoso, vivo y espontáneo, desconcierta. «En la Academia Francesa», élite intelectual francesa con una imaginación encorsetada, de otro siglo, «hacemos diccionarios», resume de la manera más simplista del mundo. Michel Serres es un transeúnte que tanto frecuenta las cimas universitarias como la trivialidad de lo cotidiano, habla de hermenéutica o epistemología como si del tiempo se tratara y espera a su entrevistador debajo de casa, no en el umbral de la puerta, sino en la acera para asegurarse de que no se equivoca de número.

Es fácil imaginar a sus nietos y bisnietos dando vueltas alrededor de él, uno sobre su rodilla izquierda, otro tirándole del pelo y el tercero arrancando las páginas de uno de los numerosos ensayos que florecen en la sala de trabajo. Además, la «petite poucette» («pulgarcita»), como se llama el personaje que encarna a las nuevas generaciones y que da nombre a su último ensayo, se le ocurrió observando a sus niños con un smarthphone (y el mundo) entre sus pulgares.

Viejas generaciones

Frente a «petite poucette», se erige el «grand-papa ronchon» («el abuelito gruñón»), que él pronuncia muy rápido con su dulce acento del sudoeste (nació en Agen, Aquitania). Este hombrecillo enfurruñado, refunfuñón y gruñón, es el que no comprende el mundo que cambia, el que no entiende que el Hombre cambia. Sin embargo, afirma: «la crisis, o te mata o te hace más fuerte, y si te hace más fuerte, no es una vuelta al statu quo, es un mundo nuevo». Y la crisis está ahí, pero no la de las finanzas, sino el momento cumbre de gran transformación, el final del neolítico, de la urbanización extrema, del alargamiento infinito de la esperanza de vida, del acceso inmediato a un saber infinito, de las nuevas virtudes de lo virtual.

Michel Serres, por supuesto, también es un pulgarcito. La juventud es insolencia y sobre todo cuando toma la forma de un señor mayor: «Ser joven es estar en este mundo. Tenéis una suerte extraordinaria, está todo por hacer, ¡toca reinventarlo todo! ¡Merece la pena!». ¿Qué hacemos con los gruñones? «Esperar ¡Esperad a que los viejos se jubilen!» Puede llevar algún tiempo: los abuelitos refunfuñones, los conservadores, los miedicas, los académicos… ¡los hay de todas las edades y de todas las épocas! Cada revolución ha conllevado su lote de contrarrevolucionarios: cuando Gutenberg imprimió su bliblia, las élites temieron perder el control. Nuevos mundos, viejos debates, puede que sea la mejor lección del profesor Serres.

No es país para viejos

A pesar de sus cejas enmarañadas y su viva mirada, el profesor Michel Serres no tiene nada de sabio loco. «Un señor de edad», monumento: rápidamente quedamos impresionados por alguien que cuenta ya con cinco bibliotecas, escuelas y universidades a su nombre, es doctor honoris causa en París, Italia, Suiza, Canadá o Bélgica y conferenciante desde hace más de 40 años de Bamako a Bombay y de Tokyo a Montevideo. Sin embargo, Michel Serres no es uno de esos viejos tesoros de los que solo reluce su esplendor: él transmite, comunica, enseña, aquí y ahora, dibujándote el después y el más allá.

Suena su teléfono y a mí me llega una notificación al smathphone avisándome de un nuevo email. «Hermes ha reemplazado a Prometeo», suspira. Los mensajes son los nuevos reyes, la industria está muerta. Michel Serres «predicaba en el desierto» hace 30 años, cuando se exilió en Standford interesado en las «redes», en el cruce entre las ciencias duras y la filosofía. Hoy en día, son muchos los que vienen a escuchar la buena palabra, ya sea frente a una mesa o presidiendo el programa de Ciencias Naturales de 5º de Primaria y el Evangelio según San Lucas.  Suponemos que ha aprendido a base de práctica, él, cuya «petite poucette» se ha convertido en un concepto cómodo para los periodistas. Michel Serres también puede recitar con la misma facilidad una carta de Leibniz de memoria o evocar anécdotas sobre la vida de Max Planck.

Termina recordando a esos «grandes señores que no salen en la portada de los periódicos», estas «nuevas formas de política para inventar» frente a nuestras «élites políticas inadaptadas», toma seriedad el tema del paro. Como un desafío a la inercia de la sociedad, Michel Serres conserva el optimismo de la acción. «Utopista», lo que explica su prosa en ocasiones lírica, no le gusta mucho comprometerse, prefiere iluminar. Con respecto al matrimonio gay, los abuelitos refunfuñaron tanto que él también tuvo que hacerlo, a su manera. Recientemente, también reventó cuando las becas Erasmus estaban en peligro, y eso que el tema Erasmus le pone furioso. «Tarde, soso y tacaño», mientras que con «una universidad europea abierta a todo el mundo habríamos terminado Europa mucho tiempo atrás».

Mermelada y gruñones

A Michel Serres le gustan las aventuras multiculturales : en Estados Unidos, pero las tribulaciones babélicas son lo que le vuelven loco, esas en las que uno se sienta en la misma mesa aunque no hable la misma lengua. ¿Basta con la presencia de la mesa para que funcione? «Depende de lo que se beba». Sensato.

Son tiempos difíciles —«el pesimismo se vende bien, yo he elegido no venderlo»— y el clima está alterado, Michel Serres, referencia intelectual por el contrato que nos empujaba a firmar con la naturaleza, lo sabe y lo dice. Sí, Michel, he olvidado mi paraguas. Gracias pero no, no te preocupes.  Puede que la lluvia venga bien, no volveré a ser un abuelito gruñón.

Translated from LES BEAUX EFFETS DE SERRES