Sobrevivir a la ceguera
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Por muchas reservas petrolíferas que tenga Rusia, 335 muertos son muchos muertos: Occidente debe concienciarse de hasta qué punto su presente es más inseguro que su reciente pasado.
Europa debe ver y entender
Ha querido el azar que durante el secuestro y la matanza de Osetia del Norte anduviera leyendo Ensayo sobre la ceguera y me viera empujado naturalmente a establecer paralelismos entre la realidad y la lúcida reflexión del Nobel José Saramago. En su singular relato, una epidemia de ceguera asola a todo un país cuya reacción es aislar a todo ciego dentro de enormes manicomios. Desamparados, los ciegos deben decidir si organizar su convivencia conforme a reglas de igualdad y justicia o abandonarse a la ley del más fuerte. Todos empiezan por fingir que no ven la ruindad ajena –si bien no sólo con ojos se puede ver y entender- con la esperanza de no ser juzgados a su vez por sus propios desmanes. Al final, el egoísmo inclina la balanza del lado de una tiranía de proporciones bíblicas.
Europa, pues, no debe mirar hacia otro lado; hace bien en darle un plazo prudencial a Putin mientras se aclaran los primeros capítulos de la masacre en Osetia, aunque hace mejor en preguntar y exigir lealtad informativa a quienes se declaren aliados estratégicos, si no quiere ver manchada su frágil y costosamente fraguada “conciencia” de Occidente. No debe conformarse con una rueda de prensa desabrida y el anuncio de Putin de no hacer una investigación pública sobre los responsables del drama.
Un modelo sin excesos ni cruzadas
Europa no se halla libre de pecado en este mundo de inalcanzados equilibrios, pero desde hace décadas trata de expiarlos, paso a paso, construyendo un modelo de transparencia, justicia y mediaciones que nada tiene que ver con los excesos y cruzadas del Estado Ruso en Chechenia desde hace 9 años y de la administración Bush desde hace 3 con su obsesión irakí sin respaldo de la ONU. Mientras la UE dedica 213 000 millones de euros en ayudas estructurales durante el periodo 2000-2006, la federación Rusa aún no tiene establecidos serios programas de cohesión; mientras el programa ECHO (cuyo 8% va dirigido a la CEI) y el acuerdo de cooperación Euromed muestran la voluntad europea de intervenir en la escena mundial con distintos instrumentos de las bravuconadas de Putin y Bush y su pretendida mano dura, la administración norteamericana “fotocopia” la décima parte del programa Euromed y lo llama programa para el Gran Oriente Medio. Europa sabe que la causa de los conflictos armados y las epidemias es la marginación de ciertas economías y Chechenia es una de ellas. Sería bueno recordar que la UE y sus Estados miembro proporcionan alrededor del 55% de la asistencia oficial al desarrollo. A Europa le está costando mucho esfuerzo loable e inocuo articular un modelo incompatible con la polarización maniquea de Putin, Bush y los terroristas: ahí están las conferencias anuales con el mundo iberoamericano o los acuerdos de Cotonú. Socios irresponsables que se dedican a detener a familiares de terroristas como lo ha hecho Putin para presionar a estos últimos en Osetia, o que se dedican a configurar aberrantes limbos jurídicos en Guantánamo, no le convienen.
Que nadie se tape la nariz
El terrorismo internacional no alberga ápice alguno de lucidez, como lo demuestra esta última matanza, pero si hacia algún lugar tiene puesta su corta mirada, no es en la dirección de los EEUU, Rusia o China (esta última como potencia que pronto encandilará a más de una sociedad con deseos de mejor desarrollo), sino hacia Europa. Hace unos días, Putin –en una maniobra de total oscurantismo- trató por todos los medios de ocultar la causa terrorista de los dos accidentes seguidos de avión en un día, mientras su popularidad entre los rusos quedó intacta; en cambio, en España, Aznar trató de retardar la información que relacionaba a Al Qaeda con los atentados del 11-M en Madrid y su partido fue fulminado en las elecciones. En el terreno económico, sería impensable en Europa la maniobra del presidente ruso por cercar y controlar a una empresa como Yukos. Por último, el día en que Europa decida dejarse gobernar por un clan familiar como sucede en los EEUU, entonces habrá dejado de ser esa democracia que sabe más por vieja que por perra que ahora constituye. Si Europa baja la guardia y se tapa la nariz ante dudosas actitudes o promesas de ataques preventivos de supuestos socios, no existirá modelo que apacigüe los rencores del terrorismo, y toda su trayectoria en los últimos 50 años habrá sido en vano.
En la novela, cuando la única persona que conserva la visión –aislada por error- se somete a las peticiones de los demás ciegos de perder la dignidad, se desencadenan los peores males para la comunidad. La dignidad de Europa es su modelo creciente. En este sentido es alentadora la petición de explicaciones formulada por la presidencia holandesa semestral. Ahora bien, si renunciara a sus propias reglas perdería la dignidad, dejaría pasar la oportunidad de convertirse en una potencia de referencia mundial, y su libertad se vería reducida a elegir entre un tipo de tiranía –la del más fuerte- u otra –la del más desesperado. Está demostrado que ninguna garantiza la seguridad de nadie.