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Síndrome post-Erasmus: SOS peligro

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Sociedad

Erasmus = fiestas non stop + situaciones picantes, todo en el extranjero. Pero una vez de vuelta, la mayoría de los estudiantes pasan por una fase de depresión, entre la nostalgia y la apatía. ¿El final de la inocencia?

La desbandada. O mejor dicho, la “pérdida”. “El ex Erasmus no lo descubre hasta que no vuelve: su casa le parecerá cutre, su pueblo frío, la facultad horrible, la tele lúgubre, los amigos inútiles”. Las declaraciones son de Fiorella de Nicola, estudiante italiana que ha dedicado su tesis de sociología a la “Antropología del Erasmus”. Y sus conclusiones sobre lo que llama “el síndrome post-Erasmus” son elocuentes.

“El año en el extranjero está cargado de emociones, de reencuentros, de constantes descubrimientos y del sentimiento de ser un poco especial”, explica Aurélie, una chica de Orleáns que estuvo en la facultad de Newcastle. “En casa todo se vuelve demasiado simple y vacío porque la continua novedad es uno de los componentes de la experiencia Erasmus.” Juliane, que fue a estudiar idiomas a Glasgow, va más allá: “Volvemos a casa: todo es exactamente igual que antes. Pero en nuestro interior todo ha cambiado”.

En 2007, el programa de intercambio universitario más conocido de la UE, Erasmus, sopló sus 20 velas. Brindó por una verdadera success story (historia de éxito). Un millón y medio de estudiantes que han salido al extranjero con la equivalencia efectiva en los diplomas de toda Europa.

Una única pega, ajena a las estadísticas y festejos oficiales: una vez se cierra el “paréntesis encantado”, los estudiantes vuelven disgustados -cuando no deprimidos- a la casilla papá-mamá y al pelmazo cotidiano. El desajuste con su entorno, la dificultad para compartir su experiencia, la idealización del extranjero, el encerramiento en sí mismos… Después de la dolce vita entre el vodka y la fiesta, la fase de aterrizaje viene con turbulencias, pudiendo llegar a una depresión en los casos más serios.

Diagnóstico: síndrome post-Erasmus

“La experiencia Erasmus es como un ritual de paso contemporáneo”, señala Christophe Allanic, psicólogo clínico y especialista en expatriaciones. “En primer lugar, dejan su ciudad natal, sus padres, para enfrentarse a lo desconocido rodeado de otros padres y parejas: es una prueba.” Una vez superada, no debe hacer olvidar la necesidad de anticiparse y de pensar en la vuelta. “Es más fácil irse que volver”, nos advierte Allanic.

“Volver al nido después de descubrir la independencia, es lo peor”, piensa Domenico, de 28 años y presidente de la asociación de estudiantes Planeterasmus. “Más aún si vivíamos en una ciudad pequeña y nunca antes habíamos estado sin nuestros padres”, añade.

“Hay que volver a habituarse a la normalidad”, añade a esto Mina, de 21 años. Vamos, renunciar a la excusa del acento encantador, a la sensación de ser “diferente”. Decidir volver a ser un “españolito” como los demás y dejar de ser una criatura exótica. ¡Se acabaron las cenas “tiramisú-tortilla-quiche lorraine”, las conversaciones entre polacos e italianos o las organizaciones tipo Una casa de locos!

“¡Cuéntanos tu año Erasmus!”

El estudiante se queda solo con lo vivido y termina por sentirse extraño en su propio país y con la imposibilidad de compartir esta experiencia con su entorno familiar. “¿Cómo resumir una experiencia tan rica en unas cuantas frases soltadas al azar a su familia?”, se pregunta Pauline de 21 años, que pasó un año en Irlanda.

Para sentirse mejor muchos estudiantes se dirigen a asociaciones de ex-Erasmus, frecuentan las “international party” (fiestas internacionales) o se lanzan a la aventura de las europarejas. ¿Su esperanza? Revivir artificialmente una segunda edad de oro.

Agnieszka Elzbieta Dabek, secretaria general del Erasmus Student Network (ESN), lo reconoce, “muchos ex Erasmus se presentan para participar y darles consejo, contarles sus aventuras u organizar fiestas…” Quieren proteger la llama aun a riesgo de caer en una nostalgia sin salida.

Erasmus, el debut

Christophe Allanic considera “este estado de duelo”, entre depresión e idealización, como algo “perfectamente normal”. Con la condición de que no dure más de unas cuantas semanas. En realidad, este blues del retorno no hace más que marcar la entrada a la edad adulta y la pérdida de un mundo ideal. “Si bien todo se ha organizado cuidadosamente para fomentar la movilidad de los jóvenes europeos, no se ha preparado nada para el después”, continúa Allanic.

Para entendernos, es hora de que las universidades se interesen a la vuelta de sus estudiantes y les acompañen en esta transición, “sin la cual la experiencia se puede convertir en un completo desastre. Porque al final, ¿no es cosa de los adultos el ayudar a los niños a crecer?”.

Translated from Syndrome post-Erasmus : SOS détresse