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Sin apenas progresos, tan sólo retrasos

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Default profile picture eduardo s. garcés

¿Puede la política europea de desarrollo contribuir a sanar el planeta? Como parte integrante de un conflicto de intereses, en la práctica, los deseos filantrópicos de Europa dejan mucho que desear.

El paciente está enfermo y necesita tratamiento cuanto antes. Que se recupere del todo se antoja inconcebible, aunque los doctores coinciden en que ese debe ser el objetivo. La forma de conseguirlo es una cuestión peliaguda y se plantean dudas sobre la integridad de los doctores.

Desde la conferencia de las Naciones Unidas de Río en 1992, la comunidad internacional concuerda en que el planeta va por mal camino y que la única forma para aliviar tanto los graves problemas sociales como ambientales que nos azotan consiste en aunar los esfuerzos.

Durante la Cumbre del Milenio celebrada en el año 2000, la Asamblea General de las Naciones Unidas dio a conocer sus Objetivos Globales de Desarrollo, de entre los cuales el más conocido era aquel que proponía reducir a la mitad la pobreza extrema en el planeta antes de 2015. Desde entonces no se ha hecho nada para conseguirlo.

Promesas Huecas

“La lucha contra la pobreza es el fin prioritario de los programas para el desarrollo de la UE”; estas palabras fueron pronunciadas por Paul Nielson en un discurso ante el Parlamente Europeo el 26 de febrero de 2002. La realidad es otra. Según la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), el porcentaje de ayuda europea destinada a los países más pobres del planeta ha pasado de un 70% en 1990 a un escuálido 41% en 2000 (el porcentaje más bajo desde que existen estas ayudas). Si hace diez años los mayores destinatarios eran países como Camerún, India o Etiopia..., ahora lo son Bosnia, Kosovo, Marruecos y Egipto. Quizás lo mejor para los intereses de la UE sea estabilizar la situación de sus vecinos más próximos, pero ese uso de las ayudas al desarrollo tiene poco que ver con la lucha contra la pobreza, y menos aún cuando por norma general el dinero se destina a financiar inversiones y no a cubrir las necesidades básicas de la población. No todo acaba aquí: la propia Unión Europea se comprometió durante la Cumbre Social Mundial de Copenague en 1995 a destinar un 20% de su ayuda al desarrollo a garantizar servicios sociales básicos. Promesas huecas y nada más. Durante el año 2000, del presupuesto total para ayuda al desarrollo tan sólo se destinó un 4% para fomentar la educación básica y un mero 2% para garantizar servicios sanitarios. Algo parecido sucede respecto al objetivo propuesto por la ONU en los 70' para dedicar el 07% del PIB a la ayuda al desarrollo. Los miembros de la Unión, con una media del 033%, aún están a años luz de ese objetivo.

Incoherencias y Contradicciones

A pesar de la patente falta de voluntad política, la principal razón para que exista este abismo entre los objetivos propuestos y la realidad la podemos encontrar en la incoherencia de las políticas que sigue la UE sobre el tema. El presupuesto dedicado a la ayuda para el desarrollo está dividido entre el presupuesto de ayuda exterior de la Unión (donde se incluyen fondos de cooperación para naciones industrializadas), y el Fondo Europeo para el Desarrollo (FED), destinado en exclusiva a África, el Caribe y el Pacífico (Países ACP, especificados en el Acuerdo de Cotonú)

Esta división del presupuesto es causa de confusiones y contradicciones, hasta tal punto que incluso el futuro comisario Europeo para la Cooperación y el Desarrollo, el belga Louis Michael, ha tenido que admitir ante el Europarlamento que esta situación “no es la ideal”

La rivalidad personal existente entre Louis Michael y la próxima comisaria de Asuntos Exteriores, Ferrero-Waldner, amenaza con hacer peligrar cualquier posibilidad de coordinación entre ambos campos. Todo esto agudizado por las políticas contra la pobreza aplicadas por el comisario de Comercio; desde el fracaso de la conferencia ministerial de la OMC (Organización Mundial del Comercio) desarrollada en Cancún en 2003, la UE tratado de forzar la liberalización de mercados en los países en desarrollo a través de la firma de acuerdos económicos bilaterales, acuerdos ampliamente criticados por las ONGs puesto que, según estas, suponen un obstáculo contra el desarrollo. Estas contradicciones en las políticas de la UE (por no mencionar la de sus Estados miembro) impiden el desarrollo de una cooperación eficaz, necesitada desesperadamente para reducir la pobreza.

El Juramento Hipocrático

Las perspectivas de futuro tampoco son nada prometedoras. Desde la ampliación de la UE, esta fragmentación del presupuesto no ha hecho más que aumentar. Los nuevos Estados miembro desean impresionar a sus votantes y prefieren ser ellos los buenos samaritanos antes que dejar que Bruselas se lleve toda la gloria. Para empeorar aún más las cosas, el independiente Consejo de Ministros Europeos para la cooperación y el desarrollo fue desmantelado en 2002 para pasar a formar parte de un nuevo Consejo que ostenta el nombre de “Asuntos Generales y Relaciones Exteriores”, el cual no facilitará las coordinación de las políticas de desarrollo. La agenda mundial para combatir el terrorismo ha conseguido instrumentalizar un vez más las ayudas al desarrollo en el contexto de las relaciones internacionales, tal y como sucedió durante la guerra fría, convirtiéndolas en un medio para castigar a los países “malos” y recompensar a los “buenos”.

Tanto los intereses económicos como la doctrina que predica la apertura de mercados, amenazan continuamente con eclipsar cualquier esfuerzo por impulsar el desarrollo. Los países europeos han expoliado durante siglos todas las riquezas del planeta con el único propósito de hacer valer sus propios intereses. El primer paso para cicatrizar alguna de las heridas abiertas por todo el globo, incluso antes de comenzar con un tratamiento a largo plazo, podría resumirse en palabras de Hipócrates: “No causes heridas”.

Translated from Stillstand statt Entwicklung