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Sevilla es una idealización

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Política

Cómo los propios sevillanos han ido creando una imagen idealizada de su ciudad y de una supuesta forma de ser particular, motivo de orgullo y... de negocio!

En “El caminante y su sombra”, Nietzche apunta en una de sus máximas que no reflexionar profundamente sobre las personas a las que se quiere es prueba del cariño que se les tiene. Esta reflexión, que invita tanto al optimismo como a la tristeza, se puede aplicar a los sevillanos en relación a una realidad muchas veces idealizada: su propia ciudad. Hay que precisar que los sevillanos sí reflexionan sobre Sevilla, pero a través de la pasión que orgullosamente les embriaga, es decir, sin espíritu crítico. Y no huelga afirmar que los elementos que nutren esta pasión son muchos y fuertes: el clima, la monumentalidad (productos de su extensa historia), el llamado “carácter” del sur, la peculiar intensidad en la manera de vivir las tradiciones… han sido y son objeto de literatura, exaltación y negocio.

Si bien estos rasgos definitorios de Sevilla son innegables a los cinco sentidos de todo ser humano, habría que ir un poco más lejos con la ayuda de la razón, e intentar analizar la verdadera naturaleza de la ciudad, es decir, la idea que los sevillanos se han forjado de Sevilla. Para ello, retomaré, en la brevedad de estas líneas, los que en mi opinión son los tres fenómenos, ya mencionados, que han moldeado la realidad actual de Sevilla: la literatura, la exaltación y el negocio.

El tópico de Sevilla como tema literario

En cuanto al primer elemento, durante el siglo XIX, Andalucía es recorrida por viajeros, principalmente ingleses y franceses, que se preocupan por descubrir la Europa meridional, en un largo viaje llamado The Grand Tour. Estos viajeros, creadores de la llamada literatura de viajes, redactan libros en los que ofrecen visiones generalizadas de hechos concretos, creando imágenes tópicas de Andalucía y por tanto, de Sevilla. La lectura de esos libros por lectores ávidos de viajes, generó conceptos idealizados del sur de España. Un ejemplo es “Carmen” de Prosper Merimée, que no es un libro de viajes pero fue consecuencia de la estancia del autor en Andalucía. Hay que añadir que muchos libros de viajes se escribieron sin haber visitado los lugares, basándose en los libros de los viajeros que sí lo hicieron, distorsionando aún más la realidad. Esta visión de Sevilla creada por foráneos va desarrollándose a través de otras artes, ya con la participación de españoles, incluidos sevillanos: música (la propia “Carmen” de Bizet), la pintura costumbrista (de la que muchos clientes fueron extranjeros), poesía etc… transmitiéndose esta identidad ideal en el imaginario colectivo durante generaciones. Así los visitantes cada vez más numerosos que han llegado a Sevilla tenían una idea preconcebida y mitificada de la ciudad, que han intentado identificar en elementos reales. Aquí es donde juega el segundo fenómeno: la exaltación.

Ante todo, ser sevillano...

Ante la búsqueda por parte del visitante de la ciudad imaginada, el sevillano se ha sentido reafirmado y valorado en su forma de ser, llevando su comportamiento a un grado superlativo. La consecuencia ha sido el inicio de la pérdida de la naturalidad. El sevillano ha dejado de ser sevillano para empezar a actuar como sevillano, según lo esperado, pero ya no sólo por los extranjeros sino también por los propios sevillanos. El resultado de esta actitud es la exaltación de Sevilla y sus costumbres por los propios ciudadanos, el elogio de la manera de ser sevillana. En este proceso se produce la identificación plena con la ciudad, la eclosión del orgullo de pertenecer a la misma, llevando a los sevillanos a la autocontemplación, que tanto daño les ha hecho. Así, partiendo de elementos reales llevados a la hipérbole por personas no nativas a través de obras de arte que han estimulado la imaginación colectiva, el sevillano ha acabado por asumir como suya y verdadera la visión ideal inventada por otros. Un ejemplo de este fenómeno lo podemos encontrar en la Feria de Abril, promovida por un vasco y un catalán. Es una fiesta de naturaleza privada vendida a los extranjeros como popular, donde se produce la exaltación de los valores considerados andaluces. Sin desmerecer ningún elemento que caracteriza a la ciudad, Sevilla se ha convertido en un decorado y el sevillano en un actor orgulloso de su papel; orgulloso frente a los demás sevillanos y frente a los visitantes, encantados éstos últimos de comprobar que su ideal se corresponde con la realidad. Esta correspondencia entre ideal y realidad se seguirá manteniendo mientras reporte beneficios económicos para la ciudad, ya que el tercer fenómeno que es importante analizar es la explotación económica de lo anteriormente expuesto.

El escaparate sevillano

Finalmente, el carácter monumental, el clima y el supuesto saber vivir, han hecho de Sevilla un destino turístico. De esta manera, el sector turístico es el más desarrollado en la ciudad y ha moldeado su fisionomía. Un ejemplo muy claro de este fenómeno se puede constatar en el barrio de Santa Cruz, donde las tiendas de recuerdos, los bares, los restaurantes y las pensiones van sustituyendo a los demás comercios. Así, la ciudad se va convirtiendo en lo que los visitantes buscan. Hay una clara voluntad de convertir a Sevilla en una capital del tercer sector. Podemos citar como ejemplo la Exposición Universal de 1992. Llamada a ser el portal para el futuro desarrollo de la ciudad y de Andalucía, esta inversión, que ha supuesto la última gran transformación urbanística de la ciudad y de sus accesos, se convirtió en un parque de atracciones, efímero como son casi todas las cosas que se hacen en esta ciudad tan barroca. Ahora, la gran extensión de terreno que ocupó la exposición está infrautilizada. Otro ejemplo que podemos citar es la perenne candidatura de Sevilla a los Juegos Olímpicos.

Por supuesto, ni todos los sevillanos son así ni el proceso de identificación con la ciudad se debe exclusivamente a los motivos aquí apuntados con osadía. Mi propósito como sevillano que soy es señalar ciertas ideas con la esperanza de provocar reflexión crítica, que haga que dejar de pensar en Sevilla, debido al cariño que se le tiene, sea únicamente un gesto consciente de ingenuo romanticismo.