Ser hombre y no morir en el intento
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esperanza martínezLlegados en masa a nuestro planeta, como si de extraterrestres se tratara, los metrosexuales, los ubersexuales y, más tarde, los retrosexuales han sustituido al hombre, al genuino, que ha pasado a contarse entre las especies en peligro de extinción.
¿Quién soy? He aquí la cuestión clave para los hombres de hoy día. Perdidos, castrados, aislados, los hombres han visto cómo la revolución feminista de los años setenta tiraba por tierra dos milenios de derechos exclusivos, poder económico, profesional, superioridad legal y dictados familiares. Desde entonces buscan su identidad. Reinventarse y evolucionar. Y esto es algo que publicitarios, cazatendencias y otras industrias cosméticas han entendido a la perfección.
Uberincomprensible
El metrosexual, un especimen ya muy extendido en nuestras antípodas, ha sido inmortalizado por el británico David Beckham, mundialmente conocido por sus peinados y tintes capilares y su look que marca tendencia hasta la punta de los pies. A parte de pasear su palmito por veladas mundanas, a decir de la prensa, este señor juega además al fútbol.
El metrosexual es, sobre todo, un urbanita plenamente heterosexual, sin renunciar por ello a su cuota de femineidad y gusto por la estética. Cuida mucho su cuerpo, no sale de casa sin pasarse antes su buena horita acicalándose en el baño y no se plantea caer en los brazos de Morfeo sin haberse aplicado antes su crema de noche a la verbena.
Como reacción al anterior, una publicitaria americana inventó otro prototipo. El ubersexual —a menudo representado por el actor estadounidense George Clooney— se distingue del metrosexual por su aspecto más viril. Varonil sin ser machote, lleva con frecuencia barba de tres días, un aire de aventurero ya de vuelta de todo y se muestra seguro de sí mismo sin resultar por ello pretencioso; en definitiva un hombre “más allá del macho” que disfruta con la vida y las cosas buenas.
En cuanto al retrosexual, es un hombre ya “maduro” —léase de entre 40 y 50 años— que hace gala de su edad sin complejos, cultiva una elegancia clásica, en sociedad impresiona por su carisma natural y sabe utilizar la experiencia que le ha brindado la vida. ¿Su encarnación entre los famosos? El muy budístico y canoso Richard Gere.
El mercado de las etiquetas
Para aquellos que quieren brillar en las veladas mundanas, ¿por qué no evocar también al “homosexual”, alias “omnisexual”, una variante menor del metrosexual pero que practica alegremente todas las formas de sexualidad. Esta ola de etiquetas está decididamente muy de moda y en el mundo de la comunicación gusta sobremanera encasillar a la gente en los diferentes modos de vida. Más ejemplos: a imagen y semejanza del costurero francés JPG (Jean-Paul Gaultier), los “heterolocazas” son hombres, tirando a andróginos, a los que, pese a frecuentar el ambiente, les gustan las mujeres. A no confundir con los “lesbianos”, hombres a los que, sintiéndose mujeres ellos también, les gustan las mujeres. Y que tampoco hay que confundir con los “heteroflexibles”, varones a menudo casados y padres de familia (y en ocasiones encantados de serlo) a los que, sin embargo, de vez en cuando les apetece una aventurilla homosexual.
La aparición de estos individuos bien armados se ha revelado como un auténtico chollo para las empresas de cosmética y perfumería que se han volcado en esta oportunidad de oro y, a base de grandes campañas publicitarias, han conseguido difundir esta imagen atractiva del hombre “que sabe cuidarse”, lo que les ha servido para incrementar arteramente sus cifras de ventas. El sector está en plena expansión y, en 2005, los franceses se gastaron cerca de 800 millones de euros en cremas antiarrugas y anticelulitis. A escala mundial, el mercado representa cerca de 10.000 millones de euros. En 2007, un tercio de los varones de los países industrializados utilizan productos dermocosméticos, mientras que en 1990 tan sólo lo hacían un 4%.
Si bien las revistas masculinas —otro sector en plena expansión entre Playboy, G&Q o Men’s Health— rebosan de buenos consejos sobre depilación, bronceado o regímenes, no queda gran cosa para socorrer a los pobres chicos neomodernos y ayudarles a encontrar su sitio. ¿Qué ha sido del “hombre Marlboro”? “Se ha convertido en caniche”, contesta Nicolas Riou, autor de la obra Pourquoi mon mec est comme ça (Por qué mi chico es como es). ¿Cómo actuar? Haciéndose el duro y expresando su sensibilidad.
Autor del panfleto antifeminista Le premier sexe (El primer sexo), Eric Zemmour, afirma que el hombre tiene en la familia un papel distinto al de cambiar pañales y que no debería participar en las tareas del hogar, ya que esto le convierte en “un niño más” bajo el yugo de una “madre todopoderosa”. Otros expertos en psicología, relaciones de pareja o jardinería aconsejan a los hombres que expresen su “vulnerabilidad, ternura y emociones” para salir de la crisis y volver a convertirse en “un amigo de la mujer”.
Por lo demás, este malestar generalizado ya parece tener consecuencias sobre la salud. Así, según muestran estudios sobre la depresión realizados en el Reino Unido, el desequilibrio tradicional existente entre hombres y mujeres parece estar invirtiéndose. ¿Estaremos pues, ante unas pobres criaturas a las que urge proteger?
Translated from Mâle être