Ser gay en Budapest: no provoques, no muestres, no cuentes
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Irene FernándezLa situación de la comunidad LGBT en Budapest parece volverse cada día más delicada. El partido de extrema derecha, el Jobbik, ha presentado una propuesta de ley para sancionar cualquier muestra de comportamiento homosexual en público.
Sin embargo, en medio de encuentros en el Orgullo Gay y fiestas nocturnas en ambientes subterráneos, la verdadera trampa para los homosexuales en la capital húngara sigue siendo el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, del que aún no se conoce su verdadera difusión.
El Airbus 380 a Budapest está completo y yo encuentro asiento delante de la salida de emergencia. En este momento la vida de casi 300 pasajeros podría depender de mí, como se apresuran a informar las azafatas, y permanezco lo suficientemente despierto como para percatarme de que mis vecinos son una pareja de homosexuales franceses de vacaciones. “Sabemos que la situación está tensa, pero vamos sin prejuicios -me confía uno de ellos, Olivier- entraremos en los sitios que más nos gusten, sin miedo".
Nada de mostrarse en público
Intento ponerles en guardia: la situación no está tensa, sino que es de alto riesgo. Hace dos semanas, el Jobbik, partido de la extrema derecha, ha presentado una propuesta de ley para castigar con multa o con penas de hasta 8 años de cárcel cualquier muestra de comportamiento homosexual en público. La policía, ratificada por la Prefectura, intentó cancelar el Orgullo Gay y desde hace 5 años esta manifestación es objeto de violentos ataques por parte de los extremistas.
“Es una época en la que mostrar un comportamiento homosexual puede tomarse como una provocación", admite Richard Zahoranschi, director de Radio Pink, la única emisora gay online de Hungría, que retransmite todos los días música pop/dance y reportajes. La emisora emplea a 28 voluntarios, un buen tercio de los cuales son "tolerantes", y hasta la semana pasada no había recibido ninguna amenaza. “Han publicado un 'memorandum por un holocausto de homosexuales' en nuestro chat", nos cuenta. “Todo esto es completamente paradójico: si detestan a los gays, ¿por qué nos escuchan? Sin embargo, nuestro mayor problema no son las amenazas, sino la financiación. Las empresas no quieren asociarse con un medio como el nuestro por miedo a perder a su clientela”.
Después de dejar a Richard y a su joven colega, un estudiante de moda, al micrófono del boletín radiofónico, me doy el capricho de tomar un café en Eklektika antes de la siguiente entrevista. El restaurante, situado en la calle Nagymezo utca, con capacidad para 100 personas, fue uno de los primeros locales gay-friendly. La sospecha de que la situación de los homosexuales en Budapest no es fiel reflejo de las noticias que llegan de rebote a Europa Occidental nos la confirma uno de los camareros, heterosexual, que recuerda: “durante los enfrentamientos del último Orgullo Gay algunos conocidos activistas del Jobbik vinieron a comer aquí, en medio de toda la clientela homosexual, sin dar ningún problema”.
El Orgullo Gay, “una auténtica lucha”
En las cercanías de Eklektika me encuentro con Tamás, de 23 años, húngaro, amigo de un amigo que hice durante mi Erasmus: “me da miedo participar en el Orgullo Gay; esto es una auténtica lucha”, afirma, “los jóvenes nos aceptan sin problemas, frecuentan nuestros bares y mi hermana y sus amigos me apoyan, pero no puedo decírselo a mis padres. Los mayores están convencidos de que pasamos las noches prostituyéndonos en el Nèpliget”. El Nèpliget, un parque situado en el suroeste, es el mejor lugar de encuentros de la capital, a todas horas. Sin embargo, esta tarde, Tamás ha pensado hacer algo diferente.
Lo acompaño al cine Puskin a un debate sobre “salir del armario”. El invitado especial es un psicólogo. La periodista húngara que me acompaña hace de intérprete de un muchacho. Es Bálint Török, de 24 años, y trabajará como voluntario en los Eurogames de finales de junio: “en Hungría existe el mito de que la vida privada y la pública deben permanecer separadas", cuenta, "pero yo no tengo miedo; trabajo en una sociedad internacional y ya he hecho la prueba, tomando las precauciones debidas, de declararme”.
Debatiendo con los otros muchachos, "robándoselos" al psicólogo por un momento, me doy cuenta de que estoy investigando en el sitio equivocado. La comunidad gay de Budapest no hace demasiado caso a los nuevos encuentros del Jobbik, un partido que, “por su naturaleza, la toma con todas las minorías”, como me había advertido Richard.
La vida homosexual nocturna es rica y no se limita a los locales que se publicitan en las quías gay, como Alter Ego o Cappella; me basta con meterme a la una de la madrugada en el subsuelo del Fabrik, un local de Gozdu Udvar, para acabar en medio de una jungla de abrazos tentaculares y camisetas sudadas que se restriegan entre sí al ritmo de la música tecno. En medio quedan sólo dos o tres muchachos, tristes e ignorados por todos.
El SIDA, el verdadero tabú
“Donde hay más discriminación en Hungría es en el entorno político. Todos los políticos que han reconocido ser gays en el pasado han perdido su cargo”, me explica a la mañana siguiente Támas Dombos, de la ONG Háttér, especializada desde hace 20 años en los derechos de los homosexuales. “La plena aceptación social es una quimera, siendo apenas un 17% las personas que declaran su propia homosexualidad en su entorno de trabajo”. A pesar de ello, como compensación, permanecen intactas las viejas conquistas legislativas: desde 1996 existen las parejas de hecho gays, y desde 2009 éstas pueden registrarse.
“En Hungría, el verdadero tabú", explica su colega Andras, "sigue siendo el sida; la última campaña de prevención del gobierno se remonta a hace diez años y el único hospital equipado con tratamientos es el Szent László de Budapest, con sólo tres doctores”. Háttér tiene una línea telefónica especializada en prevención, en la que “el 90%” de las llamadas resultan ser de heterosexuales completamente desinformados. “Un hombre seropositivo que acudió al hospital acompañado de su mujer estaba en peligro de muerte porque nadie pensaba que un hetero pudiese estar infectado”.
El sida, la “enfermedad gay”: este es un prejuicio difícil de erradicar en el país magiar, y para hacerse las pruebas la mayor parte va a Anonym Aids, en una desolada zona periférica al oeste de Buda. “Cuando apareció la enfermedad, en 1985, se registraron sólo 2.115 casos”, me explica un responsable, que se apresura a encerrarnos dentro para que no entren otras personas durante la entrevista. “Según las estimaciones más optimistas, el número de infectados debería ser al menos cuatro veces mayor, también entre los heterosexuales. La más afectada es Budapest, pero en la campaña no hay ningún centro especializado”. Nos quedamos hablando lejos de la puerta, como temerosos de cruzar un umbral peligroso: “en este lugar tratamos de recrear una atmósfera amistosa. Cuatro semanas después de la relación de riesgo, pueden entrar en el ambulatorio médico para realizarse las pruebas”.
Volveré a ver a Olivier y a su compañero en el duty free del aeropuerto. Todo bien, han hecho sus compras, y se abrazan tiernamente. El comandante del avión nos ofrece unas últimas vistas, desde el aire, de Budapest, ciudad de baños termales y sensualidad para todos los gustos, que estrecha el Danubio entre sus dos almas metropolitanas, como si quisiera engullir el fluido vital.
Muchas gracias al equipo de cafebabel Budapest y, en especial, a Vivien Szalai-Krausz y Linda Krajcsò.
Este artículo forma parte de Orient Express Reporter II, una serie de reportajes sobre los Balcanes que ha sido desarrollada por cafebabel.com entre 2011 y 2012. Este proyecto ha sido cofinanciado por la Comisión Europea y cuenta con el apoyo de Allianz Kulturstiftung.
Fotos: portada, (cc) jiuck/flickr; texto: © Jacopo Franchi para Orient Express Reporter II (Budapest, 2012)
Translated from Budapest è ancora una città gay friendly? "Non siamo noi il vero tabù, ma l'Aids"