Sarko-bip-bip: el correcaminos europeo
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Sarkozy es el último fichaje de una nueva generación de políticos que quizá no sepa hacer otra cosa que reactivar el intergubernamentalismo para hacer avanzar a la UE.
Los primeros gestos políticos de Sarkozy son de marcada envergadura europea y tiene las ideas claras sobre la Europa que desea. Se reunió el 28 de mayo con el italiano Romano Prodi; estuvo ayer, 31 de mayo, con el español Rodríguez Zapatero y el 23 de mayo con el Presidente de la Comisión Europea, el portugués Durão Barroso. El día que tomó posesión de su cargo viajó a Alemania para reunirse con Ángela Merkel, presidenta de turno del Consejo europeo, y dos días antes recibió al Premier británico. Son los dirigentes de los países grandes de la UE más el responsable de la Comisión Europea. El núcleo de lo que podría ser la velocidad de crucero de una Europa a varias velocidades.
Algo de pragmatismo cortoplacista
Entre sesiones de footing y fotos en las afueras de París, este político no para quieto en Europa. Cual correcaminos a la caza de reformas y resultados tempraneros para alejar a la UE de “la parálisis relativa que le afecta” o para “dar respuesta a las necesidades del momento y dotar de coherencia a la política exterior comunitaria”, como declaró en Bruselas el 23 de mayo, va camino de marcar estilo. Parece querer sacudir los ritmos de una UE instalada en el bostezo continuo de discursos grandilocuentes y vacuos, palabras medidas, obsesión por el consenso y empacho constitucional. De hecho, Durão Barroso recalcó durante el mismo encuentro que esperaba que pusiera su “voluntarismo, su entusiasmo y su placer de la política” al servicio de Europa.
Sarkozy se concentra en los problemas más inmediatos y los ataca sin andarse con rodeos. Para él, lo primero es aprobar un “tratado simplificado” que obvie los Derechos Fundamentales y las políticas comunitarias: todo lo que ha generado recelos entre los europeos y, en especial, entre los franceses. De ahí tanta musculatura viajera para reunirse con jefes de Gobierno y convencerles de su estrategia. Ayer convenció a Rodríguez Zapatero. En cuanto a la ampliación, aunque –pragmático- no se ha opuesto a la apertura de otros dos dossieres de negociación entre la UE y Turquía, también le dejó claro a Durão Barroso el mismo día que “Turquía no entra en las fronteras comunitarias”, zanjando toda invitación a ser optimistas sobre el asunto. Por último, aboga por salirse del consenso y agilizar el sistema de toma de decisiones mediante una doble mayoría cualificada de países y población. Decidido a que se pueda avanzar sea como sea en el futuro, no descarta optar por las “cooperaciones reforzadas” previstas por el Tratado de Niza. Es decir, ámbitos en los que unos pocos países (por lo general lo que él denomina el “Directorio” o “G-5 europeo”: Francia, Reino Unido, Alemania, Italia y España) integren sus políticas de manera más intensa sin dejarse frenar por las reticencias de los demás Estados miembro.
Nueva preeminencia del intergubernamentalismo
Ahora bien, su llegada significa también la vuelta de una visión intergubernamental de la construcción europea. Como primer botón de muestra, tenemos que en su reunión con Durão Barroso el 23 de mayo se hizo en Bruselas mientras el Parlamento estaba reunido en Estrasburgo, obligando al Presidente de la Comisión europea a salirse de las sesiones y regresar a la capital europea para hablar con él. Es partidario, también, de volver a la participación de los gobiernos en las decisiones del Banco Central Europeo, así como de un cierto proteccionismo comercial europeo: lo que él denomina la “preferencia europea”, que no conviene a los países comunitarios cuya economía depende mucho de la exportación, como Alemania o el Reino Unido. Volveremos a los años en que el Reino Unido –ahora con Gordon Brown al frente- trate de negociar con Francia la reforma del presupuesto europeo para reducir la porción de la política agrícola común, a la que Sarkozy desea devolver los precios subvencionados frente a las ayudas a pequeños agricultores, algo que conviene sólo a los intereses de Francia o España y sus latifundios. Por último, no sin cierto punto nacionalista, Sarkozy consideró el 23 de mayo como “no negociable” el absurdo logístico que consiste en que la Eurocámara tenga sede parlamentaria en Estrasburgo en vez de concentrarse en Bruselas, que es donde tiene los servicios administrativos y donde los parlametnarios pasan tres de cada cuatro semanas al mes frente a sólo una de sesión plenaria en la capital de Alsacia.
Una ocasión en el aire
Asistimos a un momento histórico en el que las grandes potencias están concentradas en sus problemas y es de prever que no deseen interferir demasiado entre los miembros de la UE. Los Estados Unidos están perdiendo dos guerras, la de Irak y la de Afganistán, y su presidente está en horas bajas. Mientras tanto, Putin se acerca al final de su mandato presidencial. En cambio, no parece que la UE aproveche la ocasión para imaginar grandes avances a largo plazo en la construcción europea. Ni siquiera Sarkozy, con su dinamismo de pasitos cortos y rápidos, parece el visionario que necesita la UE para dar otro gran paso adelante que le permita democratizarse e integrarse mejor.