Sandra Camps: “libertad y que el agua salga del grifo”
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Entre reportajes sobre enanismo y otros para una TV alemana sobre la llegada masiva de inmigrantes a Canarias, esta joven periodista de 35 años quiere darle voz a quienes no la tienen.
Sandra camps acaba de recibir el Premio Rey de España de periodismo por un documental en su programa Voces silenciadas “que le ha llevado 3 años realizar” sobre el enanismo, “la única enfermedad que provoca risa a quienes no la sufren”, subraya, alucinada.
Entre palmeras y buganvillas, nos sentamos en una de las terrazas de los jardines de Maria Luisa, en Sevilla. Un espacio mítico e irreal –diseñado por el célebre paisajista francés Forestier- habitado por palacios, pájaros exóticos y árboles milenarios en el que el mismo Peter O’Toole se enfundó el traje de Lawrence de Arabia y la Reina Amidala rumiaba su destierro en La Guerra de las Galaxias. Hace calor en la ciudad, así que pedimos refrescos y cervezas. Los sevillanos se van marchando y llegan los sufridos japoneses que pasean en grupo aprovechando las sombras. Acompañados por el discreto bisbiseo de sus comentarios y los gritos de los estudiantes recién salidos de los exámenes, vamos hilando nuestra errática conversación.
Sevilla no es la capital del mundo y no termino de creer que Sandra Camps haya recalado aquí sólo por motivos profesionales. De pronto me mira, desconfiada, como pensando: “¡Eh, chaval, a mí, cotilleos los mínimos!”. Pero enseguida sonríe relajada y admite con la boca pequeña que también ha habido motivos personales que le han animado a venirse al sur.
¿Fiebre por lo social?
Esta periodista barcelonesa de madre andaluza comenzó su carrera de reportera en Berlín. ¡Donde, además, aprendió a bailar sevillanas, con más de 20 años!, “porque cuando estás lejos de tu país es cuando más curiosidad sientes por él”. Ha recorrido medio mundo haciendo reportajes siempre sobre los colectivos “sin voz. Los débiles y olvidados –de cualquier ámbito-, pues son los que más caña reciben en la vida”, explica con aplomo. ¿No le habrá dado la fiebre de los temas sociales, que tan de moda están? En la época en la que trabajaba en Berlín, le propusieron “un reportaje sobre madres adolescentes que nadie quería hacer porque bastante tienen estas personas con su drama personal como para darte información para que te montes tu historia a costa de la suya. Si no fuera periodista”, aclara, “sería trabajadora social”. O sea que lo suyo no es un capricho: es de nacimiento.
Entre sordidez y euforia
Tiene aire de Sigourney Weaver –la protagonista de Gorilas en la niebla-, pero sin esa dureza pseudointensa de la actriz en los ojos. Bastante duras son otras vidas. “Los Dalit”, arranca de inmediato, “son los más dignos en el abandono sobre los que he investigado jamás”. Es la casta más despreciada de la India. “Se les conoce con el nombre de ‘los intocables’, pues cuenta la leyenda que si los tocas te transmiten su miseria y sus enfermedades”. Compruebo que, mientras me cuenta esto, no es capaz de darle ni un solo sorbo a su cerveza. “Los niños Dalit no tienen derecho ni a que les den un vaso de agua. Viven en barrios apartados y, por el nombre de cada cual, todos saben quién es Dalit”. ¿Y cómo se ganan la vida? “Es bien sencillo: limpiando cloacas. Y cuando una mujer se queda viuda, debe esperar en casa a que los familiares de su marido muerto hagan uso de ella: es decir, que la prostituyan”, comenta con serenidad.
A juzgar por lo descorazonador de sus relatos, ¿no se siente desanimada para volver a hacer reportajes? “Por ahora mantengo la moral alta porque estoy predispuesta a que me cuenten historias duras. Las cosas me afectan, sí, pero creo una coraza para poder relatárselo todo a los demás.” Eso sí, sin sensacionalismos. A veces, en el peor de los momentos, el cuerpo reacciona mediante sensaciones contradictorias. “Sentí una euforia extraña en Lagos –en Nigeria-, una ciudad en la que el drama de la impotencia humana es espectacular y la vida no tiene valor alguno. Los hombres, al ser blanca, me tiraban billetes al paso, creyendo que era una prostituta. Allí los niños huérfanos son los que mejor viven, pues al menos tienen una institución que los alimenta y educa. Siempre sonríen ajenos al futuro incierto y cruel que les espera.”
Europa es un refugio
“Deberíamos vivir todos una temporada fuera de Europa. Aquí”, añade, cáustica, “todos tenemos un estándar mínimo que no sabemos valorar: abres el grifo y sale agua.” Sin embargo, en contra de muchos, no cree que el voluntariado sea la solución para ayudar al Tercer Mundo. Esta reportera no duda un instante que Europa tenga un papel que jugar en estos dramas, sobre todo ayudando a organizar la democracia en el Tercer Mundo. A su entender, es la democracia y la posibilidad de elegir libremente y de competir, lo que lo puede sacar de la miseria. “Lo que mucha gente busca al emigrar a Europa no es un paraíso, sino un refugio”, detalla; “para vivir no hace falta mucho: libertad y que el agua salga del grifo.”
Camps es miembro del Pen Club de Cataluña, perteneciente al PEN Club Internacional, una organización de poetas ensayistas y narradores en defensa de los derechos de los escritores en todo el mundo, incluídos los periodistas. “Ahora, estoy luchando para que Sevilla se convierta en ‘Ciudad-Refugio’ de escritores perseguidos, como ya lo es Barcelona”, anuncia. Entretanto, prepara su vuelo para Clermont Ferrand, Francia, en cuyo reciente Festival de cortometrajes ha sido seleccionada para representar a España gracias a su documental sobre el Enanismo.