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Saïd André Remli: “Los vigilantes me han intentado ‘suicidar’ al menos tres veces”

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Default profile picture Puri Lucena

Sociedad

Saïd André Remli ha pasado 20 años en cárceles francesas, tiempo en el que ha debido protegerse tanto de sus compañeros como de la violencia de los guardias penitenciarios. Ahora lo cuenta con orgullo y sin arrepentimiento en su libro Je ne souhaite cela à personne (‘No se lo deseo a nadie’).

Desde las noches en blanco a la solidaridad carcelaria, pasando por las victorias jurídicas contra un sistema penitenciario francés en decadencia

“Arceuil-Cachan, cuidado con el escalón al bajar”. El RER de la línea B, el tren de cercanías de la capital francesa, continúa su marcha y me deja a 15 minutos del centro de París. Bajo el imponente acueducto que caracteriza al lugar, reconozco el rostro que aparece en la cubierta del libro Je ne souhaite cela à personne (‘No se lo deseo a nadie’), una autobiografía desgarradora firmada por Saïd André Remli (édition du Seuil, enero de 2010, en Francia, sin publicación en español). ¿Quién podría pensar que con esa cara, este hombre de 52 años, padre de tres hijos, ha pasado 20 años tras las rejas? En su casa, la conversación empieza con excusas: “Perdón por no haber respondido antes, estaba echando una siesta… No puedo pegar ojo más de 20 minutos seguidos. Es una costumbre de preso”.

Hambre de derecho detrás de las rejas

Nuestro hombre no es un ángel y no lo oculta. Lo ha experimentado todo. Pasó su infancia y adolescencia en varios centros de menores de la región de Lyon y aunque a Saïd le gustaba la escuela, no tuvo la oportunidad de ir durante mucho tiempo. Con 15 años recién cumplidos, se encuentra en la calle, después de una primera estancia de un mes en prisión. A los robos "amables", al estilo de Robin Hood, le siguen atracos más serios, sustituidos por lucrativos negocios al lado de los magnates de la noche. Un buen día de 1984, Remli es condenado a cinco años de prisión por un cargo bastante incongruente: proxenetismo. Es enviado a la cárcel de Montluc, de donde trata de huir. Pero el intento acaba mal y uno de los vigilantes de la prisión muere. Remli recibe una nueva condena y esta vez, de las buenas: cadena perpetua. Finalmente, sale el 1 de junio de 2004 en régimen de libertad condicional y abandona definitivamente la cárcel el 31 de diciembre de 2009.

Sus repetidas estancias en varios centros penitenciarios, reunidos en una obra que se lee como una epopeya, son el punto de partida de su compromiso con la reinserción. En la cárcel, denunció las condiciones, a menudo terribles, de las instituciones francesas, valiéndose del derecho internacional, obteniendo jurisprudencia en varios ámbitos. Fuera, continúa su lucha sin arrepentirse. Después de haber sido vicepresidente de Ban Public, una página web de referencia sobre las condiciones de las cárceles en Europa, Saïd ha pasado a acciones más concretas y ha creado una empresa de limpieza industrial para facilitar la reinserción de los ex presidiarios.

De una pena corta al suicidio: los engranajes de la prisión

En su autobiograífa, explica que las numerosas obligaciones de la libertad condicional pueden hacer de la resinserción un calvarioEs en 'Casa Coco' donde consigo mayores detalles. La tasca se parece, palabra por palabra, a lo que me había contado Saïd por el camino. “Un pequeño café, sin la música muy fuerte, donde nos encontramos, a través de la radio, en los años 70”. Un lugar discreto para hablar de un tema delicado: su experiencia en las cárceles galas. “Para los que salen de casa de papá y mamá, la cárcel es algo infernal. Cuando yo entre, en 1984, ya conocía los castigos corporales. Pero dos o tres meses después de que llegué, muchos detenidos condenados a pequeñas penas se suicidan. Otros llegan con penas cortas, pero al intentar defenderse de agresiones, acaban apuñalando a alguien, así que les aumentan la condena”. Y de ahí, a una peligrosa consecuencia: “El choque es brutal. Los detenidos no salen, la violencia 'en el interior' es poderosa y rápida. Todo se puede convertir en un arma en prisión, incluso un azucarillo… Así que, para manejar las cosas, hace falta que los guardias sean más violentos, en cualquier caso, ‘está justificado’”. Una violencia que flirtea con la crueldad. El cuarto de aislamiento, recusado por el derecho internacional, es un triste ejemplo: “Los guardias se turnan para impedirte dormir. Normalmente, un detenido puede estar como máximo 45 días en esta celda. Conozco quien ha vivido ahí cinco años. Lo sacaban un día de la celda de castigo y lo volvían a meter”.

De esto, se sacan conclusiones dolorosas sobre la política de prisiones francesa: “Mucha gente está desbordada por la política que se lleva a cabo en Francia, tanto a nivel de prisiones como judicial”, me dice cuando le confieso que mi madre es juez. “No es por nada que, de todos los miembros del Consejo de Europa, Francia está clasificada como penúltima en cuanto a derechos humanos (ver el informe de M.Alvaros Gil-Robles sobre el sistema penitenciario francés de 2006) y muy mal situado en la tasa de suicidios en la prisión. La gente no se suicidan porque estén bien, precisamente”. 

A peor…

"Un lugar repugnante", decía de la prisión de Marsella

La barra se anima: Coco acaba de llegar. Me da alegremente la mano. Nos tomamos otra cerveza mientras Saïd continúa: “Mis últimos ocho años en prisión he visto que la situación iba a peor. Actualmente, 80% de los detenidos no tienen nada que hacer, algunos tienen alguna enfermedad psíquica, otros son simplemente sin papeles. Les metemos en la cárcel para responder a las exigencias del discurso de seguridad. En 2004, un poco después de mi salida, un preso de Saint Maur al que conocía y que estaba condenado por canibalismo, se comió el cráneo de su compañero de celda”. Un hecho terrible que incluso es difícil de ver en una película de terror. “La cárcel ya no puede garantizar la seguridad ni de presos ni de funcionarios”. La represión, vista desde el interior, no funciona por una causa: “Cuando hablo de suicidios, en algunos casos se trata en realidad de asesinatos. Y todo el sistema judicial encubre esto. Creo que tengo el deber de hablar: los guardias han tratado de ‘suicidarme’ al menos tres veces. No me creo lo de estos proyectos piloto que dicen que se ha multiplicado en los últimos años en Francia. Las instituciones que se visitan son siempre prisiones donde “todo” va bien”.

Una prisión diferente

A pesar de todo, Saïd es realista. Sabe que las prisiones son necesarias, lo que no le impide pensar en otras formas de reclusión. “Para mi, la cárcel ideal, si debe haber una, sería una pequeña estructura de 40 o 50 personas, donde habría más personal social que vigilantes”. Una institución que parece estar de acuerdo con las últimas declaraciones del secretario de Estado de Justicia francesa, Jean-Marie Bockel, que quiere instaurar un 10% de ‘prisiones abiertas’, cárceles sin rejas ni celdas como tal, para 2020. Una elección de la sociedad que ya está en vigor en los países escandinavos y en Suiza. Está por ver si se trata del último anuncio mediático en Francia o de una iniciativa real.

Je ne souhaite cela à Personne, Saïd André Remli, enero de 2010, édition du Seuil

Fotos: Saïd André Remli: ©Hélène Bienvenu; Jailhouse rock: ©DianthusMoon/Flickr; Celda ©4PIZON/Flickr

Translated from Saïd André Remli : « Les matons ont essayé de "me suicider" au moins trois fois »