Rusos de Alemania: el retorno
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francisco chica garcíaLa Historia de una comunidad con un recorrido fuera de la norma: los ruso-alemanes repatriados a Berlín y que luchan por vivir en armonía en su país de adopción.
“Eastgate”. Las enormes letras se extienden sobre el rótulo del centro comercial. El nombre, escrito horizontalmente, destaca sobre las innumerables barreras de edificios que pueblan el paisaje. En las calles se oye hablar “la lengua de aquí”: el ruso.
En Marzahn, un barrio berlinés de 103.000 habitantes, 28.000 personas viven con un recuerdo más o menos borroso de Rusia en un rinconcito de su cabeza. La mayoría de los ruso-alemanes o “alemanes de Rusia” como se les llama, poseen la nacionalidad alemana. Expatriados a largo plazo, la han heredado.
Su historia se remonta al año 1760, cuando la “invitación de Catalina” provocó el desplazamiento de 30.000 alemanes hacia el Este del continente “para desarrollar las zonas agrícolas en el sur de Rusia, y en especial en la actual Ucrania que se encontraba bajo dominio ruso, Catalina II de Rusia pidió a Alemania trabajadores cualificados para intervenir en el ámbito de la colonización”, nos cuenta Frank Tétart, geopolitólogo y jefe de investigación en el laboratorio de estudios políticos LEPAC.
Esos alemanes vivieron juntos, se beneficiaron de numerosos privilegios y preservaron así su “germanidad”. Incluso Lenin les daría un Estado mas adelante, “La República Socialista Soviética de los Alemanes del Volga”; con la Segunda Guerra Mundial, que enfrentó a la URSS con Alemania, esta precaria situación estalló: la población alemana fue deportada a Siberia y a las Repúblicas de Asia menor, hoy Kazajstán o Uzbekistán.
Un El dorado alemán
Después de la caída del Muro de Berlín, esta población comenzó su espera. La nacionalidad alemana, heredada, les da derecho a una segunda vida en el país de sus ancestros. Así, en 1990 hicieron valer su status de “Aussiedler”, repatriados. Como el derecho de sangre prevalece en Alemania, siempre contarán con el beneficio de la doble nacionalidad.
¿Pero qué buscan aquí, cuando hace siglos que se marcharon sus ancestros? Por lo general han perdido toda unión con Alemania. Sin embargo, para algunos este viaje es un verdadero retorno a sus raíces. Una decisión motivada por el deseo de una vida mejor en un país de adopción.
Eduard Walz, especiero instalado en Lichtenberg, dejó las montañas de los Urales en 1990 para instalarse en Berlín. Tomó esta “oportunidad”: “La doble nacionalidad nos permitió empezar de nuevo, ya que en Rusia las perspectivas de futuro eran limitadas”. Vassili Sagasdachny, miembro de la asociación rusa Schalasch, formó parte de la segunda oleada de repatriados, en el año 2000. Vivía humildemente en Kazajstán, pero quiso “ver cómo era la vida en Berlín”. A día de hoy no daría marcha atrás por nada en el mundo.
Si las autoridades alemanas fueron benevolentes en los años noventa, a partir de ahora serán más severas: se ha reforzado la ley de inmigración. El procedimiento administrativo es duro y puede durar varios años. De ahora en adelante, toda persona que desee hacer valer sus derechos debe haber nacido antes de 1993.
El primer paso para la integración
Los Rusos Alemanes buscaban en primer lugar reunir a los miembros de su familia en los barrios donde el Estado instaló las primeras comunidades exclusivamente rusas. En Berlín, Marzahn es la “colonia” más grande de la capital. Yendo hacia atrás y para “favorecer su integración”, el Estado alemán impuso cuotas después de 2002. Sin embargo, los niños van al colegio, los adolescentes estudian y los adultos trabajan o intentan cubrir un puesto de trabajo. La inmigración está en marcha, aunque en Berlín el mercado del empleo ofrezca pocas oportunidades.
Tanto es así que Eduard, tras sus estudios de carpintería financiados por la agencia pública de empleo, ha cambiado en seguida de especialidad, ya que “no es posible ganarse la vida en condiciones siendo carpintero en Berlín. Es un curro muy mal pagado”. Su negocio tiene buena aceptación entre los habituales y los amigos rusos que viven en el barrio: “Aquí, no puedo luchar frente las grandes cadenas de distribución como Kaufland”, explica.
Hablar alemán es la condición sine qua non para encontrar un trabajo. Si el 70% de los primeros repatriados hablaban esta lengua, de los llegados hace menos tiempo sólo una cuarta parte son germanoparlantes, calcula Frank Tétart.
“Los jóvenes son más afortunados porque van al colegio. Aprenden alemán, aunque no lo hablen en casa”, explica Valentina Zapp, jefa de proyecto en Schalasch. Cada día, ayuda a numerosos jóvenes a encontrar plaza para una formación de aprendizaje o a redactar una carta de candidatura: “Después de un año de recuperación se suman al curso normal. Pero el sistema escolar alemán es muy elitista. Berlín ofrece pocas perspectivas”, continua.
Una identidad dividida
Anna Mamonov tiene 25 años. Llegó a Alemania junto con su madre hace nueve años. Para ella, como para todos los jóvenes, la cuestión de la identidad no es un problema resuelto: “Tengo la impresión de haber sido arrancada de mi infancia y de mi país”. Se siente integrada en la sociedad pero ante todo se siente rusa.
¿Y los jóvenes nacidos en suelo alemán? En su caso es a la inversa: aunque oyen hablar ruso en casa, muchas veces no quieren aprenderlo porque en el colegio y con los amigos sólo hablan alemán. La asociación de Valentina propone un despertar de la lengua rusa para los más pequeños.
A pesar de todos estos esfuerzos, los alemanes, ellos, guardan en su cabeza a menudo la imagen de Asia, beneficiaria de las ayudas sociales, cuando se encuentran con esta población de rusos repatriados, perseguidos como una masa de ciudadanos de segunda fila.
Una situación en la que los Rusos Alemanes sufren, como explica Eduard: “Económicamente se está mejor que en Rusia. Pero por lo demás… Aquí tampoco somos libres. Estamos bajo presión. Hay multitud de leyes. Para mí la patria rusa sigue siendo mi patria”.
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Fotos: Marzahn (LutzSchramm/flickr); exposition sobre los rusos de Berlín (new9678/flickr)
Translated from Russes allemands : Berlin en héritage