RTVV: la maté porque era mía
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Ayer las Cortes Valencianas aprobaron la liquidación de RTVV, televisión pública autonómica valenciana. La notícia llega tras un ERE irregular declarado nulo y en medio de sonados casos de corrupción política que afectan al PP valenciano. La decisión socava un pilar básico de la autonomía y amenaza con poner fin a 18 años de gobierno.
Escribimos estas líneas a escasos minutos de que se consume la crónica de una muerte anunciada: la liquidación de Radio Televisió Valenciana vía parlamentaria a manos del Partido Popular. El mismo partido que en sus dieciocho años de gobierno ininterrumpido se ha servido de la radio y la televisión pública de los valencianos para crear una gigantesca máquina de propaganda al servicio de su propio proyecto.
El resultado se vio a la luz de una crisis que tiene a Valencia como zona cero: un ente público concebido en origen como un pilar básico de la autonomía convertido en una agencia de colocación con más de 1600 trabajadores, 1200 millones de deuda acumulada, una audiencia ridícula que sólo a veces supera el 4% (gracias a series de producción propia) y una falta de credibilidad total y absoluta.
La manipulación informativa y la censura descarada superaron el límite del esperpento en RTVV. Los informativos del ente se convirtieron con los años en nuevos "No-Dos" orientados a ensalzar al President de turno y a identificarlos con la quintaesencia de lo valenciano, aunque rara vez se dirigieran a los ciudadanos en una lengua que en el peor caso ni siquiera conocían. Lo importante era aparentar mientras se vendía Valencia como un paraíso del lujo con inauguraciones faraónicas y grandes eventos que servirían para "situarnos en el mapa" (Aeropuerto de Castellón, Fórmula 1…).
Canal 9, buque insignia de la corporación, no informó debidamente del accidente del metro de Valencia en 2006 en el que murieron 43 personas. Que este fuera uno de los accidentes ferroviaros más graves de la historia de España y de Europa no fue motivo suficiente para alterar una programación cuyo gran hit del momento era la visita del Papa.
El principio del fin se empezó a intuir cuando el gobierno anunció el ERE con el que pretendía despedir, bajo criterios de dudosa objetividad, a más de dos tercios de la plantilla del ente público. O lo que es lo mismo, 1200 trabajadores. Seis meses en el cargo le bastaron al President Alberto Fabra -designado a dedo por el gobierno central tras la dimisión de su antecesor, Francisco Camps, imputado por corrupción- para adoptar la drástica medida.
Sin embargo, la buena organización colectiva de los afectados permitió que la justicia tomase cartas en el asunto. El pasado 5 de noviembre, el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana declaraba nulo el expediente de regulación de empleo llevado a cabo por el gobierno valenciano. Siete horas después, el President declaró la necesidad innegociable de cerrar RTVV, aludiendo a la inviabilidad de readmitir a todos los periodistas damnificados por el ERE. Fue la excusa perfecta para cerrar una televisión que por su falta de credibilidad ya no servía ni como elemento propagandístico. Ante la decisión totalitaria de Fabra, los trabajadores del ente (los que todavía conservaban su empleo) reaccionaron con inmediatez. La consecuencia fue una jornada histórica en la que se informó sobre todo lo que no se había informado durante años de censura.
El ejercicio de pluralidad que realizaron los periodistas durante aquellas horas plantea la cuestión inevitable de preguntarse por qué no lo hicieron antes. Por qué la ética profesional no les hizo actuar ante tanto esperpento. Si bien sólo ellos tienen la respuesta, es comprensible que muchos les recriminen su pasividad durante los años de desinformación. Aunque más vale tarde que nunca. Aquella noche se celebró un debate en el que las cuatro fuerzas políticas representadas en las Cortes Valencianas se enfrentaron para responder a una pregunta ¿Es la televisión pública valenciana necesaria?
A pesar de que sus defectos fueron más que sus virtudes, aun en sus etapas más negras RTVV cumplía una función simbólica. A nadie gustaba ya, pero todos sabían que estaba ahí y que pudo ser de la manera en que fue concebida: un instrumento vertebrador, de cohesión del pueblo valenciano y una herramienta inmejorable para la promoción de su lengua y su cultura. Se da la paradoja de que en un mundo en que el "piensa globalmente, actua localmente" está más vigente que nunca desaparece una televisión que debería jugar un papel esencial en ese sentido.
No es el primer caso; quizás tampoco sea el último. El pasado mes de junio, el gobierno griego decidió cerrar por sorpresa la ERT, la televisión pública del país, despidiendo a más de 2.500 trabajadores. Algunos de ellos resistieron en las instalaciones emitiendo por internet hasta que la policia los desalojó, a principios de este mes ¿Adoptarán los periodistas de RTVV la misma actitud obstinada que sus colegas del Egeo? El tiempo dirá.
Las consecuencias de la decisión no pueden medirse todavía. En el momento de cerrar este artículo la liquidación parlamentaria de RTVV ya es una realidad, cosa fácil de conseguir cuando se cuenta con una mayoría absoluta. Pero tal vez, como ha dicho en su intervención la diputada Mónica Oltra, destacada líder de la oposición, “hoy no se escribe la crónica de la muerte de una televisión, hoy se escribe la crónica de la muerte de un gobierno”. Hecho que de momento las encuestas confirman.