Revoluciones de color, ¿una Bielorrusia naranja es posible?
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El cambio político a raíz de las protestas populares en Georgia o Ucrania insufló confianza a los movimientos sociales, pero también puso en alerta a varios gobiernos que se sienten “amenazados” por ellos. ¿El arco iris revolucionario acaba en Kiev o en Bielorrusia?
Europa derribó con terciopelo el telón de acero de la Guerra Fría. El agosto polaco, la primavera de Praga, el octubre serbio; nacía un nuevo concepto de revolución pacífica, gradual y negociada, alejado del tradicional modelo jacobino-bolchevique que acababa emulando a aquello contra lo que luchaba. En 2003, Georgia recogió el testigo: la “Revolución de las Rosas” inauguró un nuevo ciclo de revoluciones de color, que se expandió entre las ex repúblicas soviéticas de Europa y Asia Central. Antes de la tímida “Revolución de los Tulipanes” en el convulso Kirguizistán en la primavera del pasado año, el penúltimo capítulo de esta marea revolucionaria tiñó de naranja el centro de Kiev, la capital de Ucrania, en el invierno de 2004. Un mismo patrón para todos: una gran oleada de protestas callejeras que desintegran regímenes simpatizantes con la política del Kremlin y convierten a Estados regidos por un partido único –y comunista- en democracias multipartidistas.
Las interpretaciones de este fenómeno que amenaza con aislar definitivamente a Rusia de sus antiguos aliados del Pacto de Varsovia y con desmembrar la Comunidad de Estados Independientes (CEI), son sin embargo antagónicas. Lo que para muchos es la materialización de la utopía de la soberanía popular, para otros no es más que la puesta en escena de “anarquías prefabricadas” en las que juegan un papel fundamental intereses de carácter económico y militar impulsados por superpotencias occidentales empeñadas en debilitar la posición de Rusia en el damero internacional.
La Hoja de Ruta del arco iris revolucionario
¿Cuáles son los mecanismos de las nuevas revoluciones? ¿Por qué la misma receta que terminó pacíficamente con el gobierno totalitario de Shevardnadze en Georgia provocó centenares de muertos entre los opositores que en mayo de 2005 se sublevaron contra el régimen dictatorial de Islam Karimov en Uzbekistán? Para empezar, el modelo de “revolución silenciosa” que ha aupado a Víctor Yuschenko a liderar la nueva Ucrania no es exportable a las ex repúblicas soviéticas de Asia Central. Dos escenarios contrapuestos nos dan las pistas: por un lado, las aspiraciones europeístas y atlantistas de los Estados europeos que formaron parte de la antigua URSS; por otro, la amenaza del islamismo radical que sobrevuela siempre las repúblicas del Turkistán. En el primer caso, el paso a una nueva era de aperturismo era un requisito imprescindible. En el caso de los estados del Valle de Ferghana, la lucha contra el “enemigo integrista” es la excusa perfecta para aplastar cualquier atisbo de oposición al gobierno sin hacer demasiado ruido.
De cualquier modo, hay un factor decisivo que asegura el buen resultado de una revolución de color: el apoyo de la opinión pública mundial a través de los medios de comunicación. Opinión positiva si las protestas tienen el beneplácito de las potencias occidentales. El silencio tanto de Rusia como de EE UU -que tenían acuerdos económicos y militares con el gobierno uzbeco de Karimov- ante la matanza de Andizhan la pasada primavera, es muy ilustrativo.
Respuestas: blindaje contra la sociedad civil
¿Se harán extensivas estas revoluciones a la última dictadura de Europa (Bielorrusia) y al gigante euroasiático? Los gobiernos de esos países ya han empezado a tomar drásticas medidas contra lo que consideran auténticos golpes de Estado financiados por Estados Unidos. ¿La finalidad? Limitar la capacidad de movimiento de la sociedad civil y blindar su permanencia en el poder. Las últimas leyes contra las ONG aprobadas en Moscú tienen también reflejo en la vecina Kazajistán, donde el presidente Nazarbayev ha puesto en marcha una “ley contra el extremismo” para hacer frente a una eventual revuelta social que impidiese el traspaso de poderes a su hija Dania. En el caso de Bielorrusia, hace ya varios años que las oficinas de la Fundación Soros han sido cerradas por el gobierno de Lukashenko.
Además, en 2004 Bielorrusia aprobó -en un cuestionable referéndum- la eliminación de limitación de mandato para el presidente, lo que ha permitido a Lukashenko volver a presentarse a los comicios del 19 de marzo. Medidas similares ya existen también en Tayikistán o Turkmenistán.
A la tensa calma en que se desarrolla el mandato de Lukashenko quizá ayude el hecho de que Bielorrusia ocupe el puesto número 76 en la lista de los 191 estados miembros de la ONU según el Producto Interior Bruto por habitante. 10 puestos por delante de Ucrania, a sólo dos puestos de Kazajistán, y muy por delante de la propia Georgia y las demás ex repúblicas soviéticas en las que áun no se ha producido la alternancia política. Su economía ha mantenido en los últimos años tasas de crecimiento por encima del 6%, lo que le resta poder a la disidencia, mientras que en Ucrania todo sucedió en medio de una recesión económica.
Mientras tanto, entre el entusiasmo y el temor, todos intentan adivinar quién será el siguiente. ¿Cuál será el color de la próxima revolución?