Relato de la iniciación al club de los que han visitado el monte Saint-Michel
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Pedro PicónLa historia ‘pseudoseria’ de un fin de semana entusiasta dedicado a descubrir el celebérrimo monte Saint-Michel, orgullo de Francia y motivo de rivalidad entre las regiones de Bretaña y Normandía
Único e incomparable, una de las “maravillas del mundo occidental”, como anuncian a los cuatro vientos numerosas guías turísticas, el monte Saint-Michel es ineludible.
A pesar de esto, hay gente que, incluso viviendo a unas pocas horas del monumento, aún no lo han visitado. Lo confieso: yo era una de estos turistas escandalosamente ausentes hasta que tomé la decisión de organizar una breve escapada en coche, con dirección a Normandía, donde, indiferente a las protestas de los bretones, se encuentra el monte Saint-Michel.
Ruta a Saint Malo
Los compañeros de viaje: dos italianas, una ucraniana, una china y un francés, el único varón, obligado a conducir. El medio: una Citroën Berlingo, obtenida en préstamo como resultado de los ruegos y promesas infligidos al director de tesis de uno de los viajantes. El punto de partida: al alba, un sábado por la mañana, y cuando digo alba me refiero a las horas previas a la apertura del metro y antes de que cierren los bares de Oberkampf (bien sûr, la que escribe, así como el resto de la banda de aventureros, vive en París). La música: Röyksopp a todo volumen, ayuda suplementaria para mantener los ojos abiertos. Únicos intrépidos a recorrer la carretera a esta hora intempestiva, llegamos a Normandía para el desayuno y, como se podía esperar, nubes grises hacían sombra a nuestro paso.
Bien entrada la mañana, hacemos nuestra entrada en Saint-Malo. Primer paseo en la playa con la marea baja, al lado del muro de la ciudad, completamente reconstruida de las ruinas en que quedó tras la Segunda Guerra Mundial.
De la playa a los creps
Pronto, dejamos de lado nuestro interés histórico para hacer espacio al gastronómico, precipitándonos sobre una generosa dosis de mejillones. Cuando salimos del restaurante, un tímido y pálido sol hace su aparición: todos los planes de visita de Saint Malo y de irse de tiendas quedan inmediatamente pospuestos y nos precipitamos a la playa. Los deportistas juegan al bádminton, los otros adoptan una elegante posición de estrella de mar recostada sobre la arena.
Sorprendidos y admirados, por la tarde descubrimos nuestro hotel, espacioso, limpio y que nos dispensa una simpática acogida, más allá de lo económico: todas esas buenas maneras que París nos ha ayudado a olvidar. Para la cena, los creps de rigor -¿acaso no estamos en la patria del crep?- y caemos fulminados en la cama antes de medianoche. Hay que recordar que nuestro verdadero objetivo es el mítico monte Saint-Michel, y esto requiere que estemos en plena forma para afrontar la visita del día siguiente.
Al asalto del monte Saint-Michel
Y de hecho, el domingo, tras no menos de una hora de carretera costera con vistas panorámicas, lo vemos erigirse -no diré ‘como si fuera un espejismo en medio del mar’, que ya está escrito en todas las guías- ante nuestros ojos.
Desenfundamos nuestras cámaras de fotos, driblamos la horda de turistas y llegamos a las puertas de la abadía. Explicamos al revisor, extremadamente comprensivo, que somos menores de 26 años, profesores, parados… Pobres diablos que tienen derecho a entrar gratuitamente. En cualquier caso, hubieran sido diez euros bien gastados: la imponente arquitectura y las vistas todavía más impresionantes que se pueden disfrutar desde lo alto merecen el viaje. Le echamos rápidamente un vistazo a la historia secular, hecha de guerras y de prosperidad, revoluciones y restauración que han dado forma a la composición actual del edificio, mientras pienso que el claustro con vistas al océano facilita, sin duda, la meditación.
Llega la hora de volver, no antes de que ni vena kitsch encontrara vía libre a su expresión al comprar un horroroso imán. Pero, por otra parte, tengo que dar fe de mi ingreso en el grupo de ‘los que han estado en el monte Saint-Michel’.
Translated from Road trip al… Mont Saint-Michel!