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Refugiados en Grecia: Cuando los voluntarios son quienes necesitan ayuda

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Desde la llegada de refugiados durante el verano del 2015, una de cada diez personas en Alemania ha colaborado para ayudarles de manera voluntaria. No obstante, muchos de esos voluntarios necesitan ayuda, ya que están desbordados. Serkan Eren, que lidera la asociación Balkan Route Stuttgart, es uno de los voluntarios que se las ve y se las desea para dar abasto.

"En realidad fumo muy poco", dice Serkan Eren al final de la entrevista. Hoy lleva ya cuatro cigarrillos que le ayudan a contar su larga historia de compromiso con los refugiados. "Necesito fumar cuando me enfrento a temas tan delicados". De ahí que la entrevista sea en un bar de fumadores, el Marshall-Bar, un local de Stuttgart, al suroeste de Alemania, dominado por una luz tenue y mesas de madera oscura. Eren, de 33 años, se sienta junta a una mesa en la que tiene un té de menta, el móvil y el paquete de cigarrillos.

Serkan Eren trabaja como profesor de geografía, economía y educación física por las mañanas, pero eso solo es una parte de su vida. En su tiempo libre y durante las vacaciones ayuda a los refugiados en Turquía. Cuanto más tiempo pasa colaborando, mayor es el compromiso y la responsabilidad que adquiere. Unas 6.000 personas dependen de la ayuda de su asociación, Balkan Route Stuttgart. Para ellos recoge donaciones de material junto con amigos y voluntarios en Stuttgart que después lleva a Turquía. Así llevan un año y medio. Y durante ese tiempo no ha pasado ni una noche sin tener pesadillas, o un día sin que le vengan a la mente niños con frío, hambre, que están sucios o heridos, y que estarán pensando en sus padres. "Eso es lo que soñaba las veces que conseguía dormir del tirón una noche entera", explica. Eren es uno de los innumerables voluntarios que ayudan a otros sin ser conscientes de sus propios límites.  

De la respuesta espontánea a la asociación 

Eren cuenta que un día vio en las noticias cómo los niños y jóvenes que llegan a Eslovenia y Croacia duermen en la calle. Así que decidió ponerse manos a la obra. Se acercaba un fin de semana largo en el que no tenía nada que hacer y decidió irse a los Balcanes. "Quería repartir algunas mantas, para regalarles un par de noches sin que tuvieran que pasar frío". Pero su amigo Steffen le pidió que esperara para poder recaudar donativos de amigos y familia y llevarlos a los Balcanes en un coche lo bastante grande. Eren recuerda esta anéctoda varias veces durante nuestra conversación. Es una historia de errores y procesos de aprendizaje, impulsados por el deseo de ayudar a tantos como sea posible. En su primer acercamiento, se acercaron a diferentes direcciones para recoger donaciones. La segunda vez ya tenían un punto de recogida principal, donde esperaban a los donantes.

Serkan Eren es un hombre lleno de energía. De cabello oscuro, ojos marrones y, debajo de ellos, unas bolsas muy marcadas. Habla de temas difíciles de tratar, pero de alguna manera los explica de forma clara con sus expresivos gestos.

De esa reacción espontánea surgió pronto una asociación en la que empezaron colaborando tres amigos: Serkan, Steffen y Bianca, y en la que han participado hasta este momento cincuenta voluntarios. Poco a poco expandieron su área de acción desde la isla griega de Quíos, cerca de la costa de Turquía, donde cooperan con Imece, una pequeña organización sin ánimo de lucro formada por estudiantes universitarios. Juntos atienden a miles de refugiados que ocultos de la policía malviven en chabolas vacías o en tiendas de campaña al aire libre, ya haga un calor de canícula o sufran temperaturas bajo cero.

"Éramos unos ingenuos"

Cuando Eren y su amigo Steffen fueron a los Balcanes por primera vez, eran las vacaciones de otoño en Alemania. Dos hombres, una furgoneta cargada hasta los topes y un objetivo noble. ¿En qué pensaban cuando se sentaron en el coche? Eren no responde. No se detiene en lo que no es importante. Prefiere hablar de hechos: "Erámos unos ingenuos", dice, con sus ojos ya fijos en la llegada. Al llegar, querían abrir la furgoneta y dejar que cualquiera se acercara, pero un colaborador con experiencia de Médicos Sin Fronteras les detuvo en el último momento: "¿Sabéis qué pasa en un festival cuando repartes cerveza gratis?" Él les enseñó una tienda de campaña en la que colocaron lo que habían traído: ropa, zapatos y chaquetas de varias tallas.

La carpa se encontraba a medio camino entre un campo de refugiados griego y la frontera con Macedonia del Norte. Los policías trajeron refugiados, en grupos de cincuenta. Eren se acercaba al grupo y les preguntaba qué número calzaban los niños o de qué talla eran las chaquetas de sus padres. Ese primer día, Steffen y él trabajaron durante dieciséis horas. No eran conscientes de que el tiempo pasaba. Entonces llegó el hambre y en algún momento también el cansancio, y decidieron cerrar la tienda. Tenían el corazón encogido, porque sabían que su ausencia significaba que el próximo grupo de refugiados que llegara no tendría ropa. "Pero incluso cuando estás tan agotado, corres de vuelta a la tienda si un niño sin zapatos se acerca a ti de camino al hotel con temperaturas bajo cero". Puede que fuera entonces cuando se dio cuenta por primera vez de lo duro que podía ser dejar de abastecerles. Tanto que se dejaba sus propias necesidades en un segundo plano. Cuando se acabó toda la ropa que había para repartir, regalaron la suya propia. "Volvimos prácticamente desnudos", dice Eren. "Antes de irme, me quité los calcetines y se los puse a un niño que estaba pasando frío por encima de los zapatos".

Eren juega a ser Dios

En esa primera misión ayudaron a una cantidad de refugiados de entre 8.000 y 9.000. Eren tenía que atender a los casos más graves. "Juegas a ser Dios", explica. "Por las noches te tumbas en la cama y te preguntas: ¿He ayudado a los que más lo necesitaban?"

Eren se enciende otro cigarro, da una calada y mira hacia un lado. Trata de evitar que sus sentimientos afloren. Donde puede que a otros les tiemble la voz o se les salten las lágrimas, él tan solo afirma: "Eso fue brutal" o "Eso es muy duro".

Eren dice que no tenía ni idea de lo que le esperaba en Grecia. Ahora, cuando envía voluntarios a los Balcanes, quiere hacerlo mejor. Para prepararlos, les explica que este trabajo es desolador, les enseña imágenes y les informa de las condiciones. Les deja claro que deberían concebir el voluntariado como un trabajo, para que no se impliquen demasiado y les afecte menos. Pero él mismo no sigue ese consejo. Aún recuerda el día en que volvió del primer reparto de donativos. La gente de Stuttgart seguía su vida normal, muchos de compras y otros sentados en los cafés. "Aquí poníamos los cigarrillos, y ahí la cerveza fría", recuerda. Él se sentaba en un lugar apartado, solo y callado. Solo dos días antes él se encontraba en el medio de una crisis, pero en su ciudada nada había cambiado. Este paralelismo afecta a muchos voluntarios, según explica la psicóloga Ruth Dalheimer, que ofrece charlas a los voluntarios con el objetivo de evitar que se exijan demasiado. "Para no caer en un estado de agotamiento es importante reflexionar, sentir lo cargado que estás por dentro y tomar distancia con respecto a las experiencias que estás viviendo", explica. "El que no lo hace se expone a un estrés interno prolongado y eso hace que se agobie más".

"Serkan está hecho polvo"

Eren se entretiene cogiendo un limón con la cuchara. Desde que comenzó con el voluntariado no tiene tiempo para otra cosa: "Lo único que existe es el proyecto y mi trabajo, nada más". En el último año solo ha visto a su madre dos veces. Duerme poco, siempre está cansado. Hubo una época en que solía despertarse en la última parada del tranvía, o echaba una cabezada en el banco de algún parque. Una vez hasta se durmió al volante de su coche, por suerte, cuando el semáforo estaba en rojo. El médico le ordenó inmediatamente ingresar en el hospital: su pulso y los latidos de su corazón eran demasiado débiles. Mientras tanto el resto va mejor: "Es verdad que todavía tenemos mucho trabajo, pero por lo menos está bien organizado". "Serkan está en todas partes", añade Sophia Eissler, una voluntaria que ha ayudado varias en la asociación. Hace poco han comentado que Eren no debería trabajar tanto, pero él no está de acuerdo. De hecho, quiere dejar su empleo principal como profesor, pero no para tener menos trabajo, sino para volcarse por completo en el voluntariado. Eren es muy autocrítico con su motivación: "Al principio, ayudaba por puro egoísmo", explica. "No lo soportaba más y tenía que hacer algo. Estaba en conflicto conmigo mismo, con lo que quería hacer para mejorar el mundo". Pero dice que ya no puede abandonar el proyecto. Toda la energía se perdería. Es una energía que le encanta. Siempre le entusiasma pensar en todo lo que han hecho los voluntarios durante esta crisis. Hay un fotógrafo que les saca fotos, la madre de un niño de la escuela ha diseñado el logo de la asociación, un trabajador de un servicio de mensajería pagó algunos de los transportes a Turquía...

Vuelta a los Balcanes

Eren también está contento de la repercusión que está teniendo su organización: "Veo lo que puedo hacer en persona. ¡Es increíble lo que la asociación ha logrado por tanta gente!" Que los voluntarios continúen colaborando es, en realidad, pura casualidad. Eren se olvidó de cerrar la página de Facebook en la que se pedía donativos antes de viajar a los Balcanes, y la gente seguía enviando donaciones y ofertas de ayuda. La cosa estaba clara: tenían que ir a los Balcanes al menos una vez más.

La segunda misión fue la peor. Una noche llegaron a la costa griega grandes pateras de refugiados, escapando de una tormenta que había azotado el Mediterráneo durante cuatro días. Las organizaciones de ayuda humanitaria de Grecia esperaban a cientos de refugiados el primer día que cesó el temporal. Pidieron ayuda al resto de voluntarios que había por la zona, entre los que se encontraban Eren y su equipo. Así que esperaron, y tan pronto como divisaron una barca a la deriva, se subieron al coche y condujeron a lo largo de costa hasta el lugar en el que pensaban que llegarían los refugiados, y así ayudarlos a bajar a tierra. Muchos de ellos llevaban cuatro días sin beber ni probar bocado, temblaban de frío, y estaban empapados y asustados. Ahí conoció a refugiados con heridas de guerra y a un padre que apenas dos días antes había presenciado cómo había muerto su hijo por culpa de una granada.

"Fue una pesadilla, la peor noche de mi vida", explica. Para él, sin embargo, aquella noche supuso también una señal. Los hambrientos refugiados de la barca eran la prueba de que su ayuda era más necesaria al otro lado de la costa. Se trataba de aumentar el impacto, y de ampliar horizontes para ayudar a más personas.

Eren desea que en el futuro su trabajo no sea necesario, porque todo el mundo pueda vivir bien. Y con un suspiro añade: "Pero eso no va a pasar". Así que seguirá trabajando. Si disminuye el ritmo de trabajo en los Balcanes, entonces con el tiempo habrá otras muchas regiones en las que necesiten su ayuda. Por ejemplo en Filipinas, adonde irán para llevar a cabo el próximo proyecto. __

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Translated from Flüchtlingskrise: Wenn Helfer Hilfe brauchen