Qué significa llevar falda y vivir en Bruselas
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Elena Urbina SorianoEl documental en el que Sofie Peeters paseaba por el bulevar Lemonnier, vilipendiada con insultos y apelativos no políticamente correctos, ha dado la vuelta al mundo. Tras rebelarse las asociaciones feministas, una vez declarado el origen de los asaltantes en cuestión, las asociaciones islámicas han clamado contra el vídeo.
Sin embargo, con la cámara apagada, ¿cuán seguras son las calles de Bruselas? ¿Cómo viven las jóvenes en la capital de un país que se coloca en el sexto puesto de la clasificación mundial en número de violaciones y donde 26 mujeres de cada 100.000 han sufrido algún tipo de violencia sexual?
Al principio, fue el documental. Casi veinte minutos de insultos y provocaciones con fondo sexista hacia Sofie Peeters en un tranquilo día soleado de Bruselas: “El hotel, la cama, rápido...”, “Ese culito...”, “Perra” o “Puta”. Insultos al oído, en voz alta, a plena luz del día. Caras escondidas, pero reconocibles por familiares y amigos. El documental ha dado la vuelta a la red. Ha sido también mostrado en los medios de comunicación. Sofie Peeteres ha recibido incluso amenazas de un grupo islamista (Sharia4Belgium, ahora disuelto). Durante la entrevista afirma que “el 95% de los que molestan” eran de origen árabe.
Bruselas, finales de octubre. Una mañana soleada de un viernes laborable en el bulevar Lemonnier por la zona de Annessennes: la calle donde Peeters ha filmado parte de su Femme de la rue une la estación Bruxelles-Midi con la situada al norte. Con el paso de los años, la inmigración latinoamericana ha sido sustituida por la magrebí: abundan confiterías árabes, librerías musulmanas y restaurantes de comida rápida que venden carne halal. Mientras las mujeres son escasas, muchos son los hombres que caminan lentamente por las dos aceras de la calle.
“La verdadera ciudad comienza del otro lado, donde se encuentra la Bolsa”, indica Daniel, inmigrante rumano que se sienta junto a mí en el desayuno. Cuando le pregunto por las mujeres que son molestadas en las calles, piensa que estoy buscando prostitutas. Aclarada la confusión, entiendo enseguida que he entrado en un barrio difícil. “Los han metido aquí —refiriéndose a los inmigrantes árabes— y lo han llamado integración”.
También en cafebabel.com, Amor entre expatriados: Así es Bruselas.
“En esta zona hay problemas más importantes que el culo de Sofie Peeters”, me confirma Linda Mondry, una periodista independiente que en su blog, Comingout, ha relatado los entresijos del barrio. “Debo explicar que no soy una periodista del poder. Y solo entonces me abren las puertas. Sofie es joven, ha hecho un trabajo pueril. Cuando explicas que no eres una prostituta y respondes sin miedo, dejan de agredirte”, cuenta. “Los jóvenes de las periferias acomodadas vienen aquí por la noche a destrozarse. Desde que han prohibido fumar en los locales se encuentran todos, ricos y paupérrimos, juntos en la calle. Y es entonces cuando estallan las peleas”. Es más, “si dices que eres de Anneessens, los empleadores te eliminan de la lista”.
La sensación, que no me abandona tras todo un día en la calle, es la de un mundo que está a años luz del de las instituciones europeas. Pobreza, desidia y desempleo son los que mandan. “Jamás he visto a muchachas insultadas aquí. Ven a verme, te haré ver cómo viven los inmigrantes”, me propone Abdel, un marroquí que encuentro en las escaleras de la Bolsa. “Este barrio cambia de aspecto de la noche al día. Pero mis amigas jamás han sido agredidas”, asegura Bilal, un jovencísimo empleado de la librería Ar-Rissala. “Aquí es peligroso si eres joven y llevas falda. Pero lo es más aún en la zona de Ixelles”, explican Chantal y Justine quienes se encuentran sentadas en la terraza de un restaurante de comida rápida.
“Aquí es peligroso si eres joven y llevas falda. Pero lo es más aún en la zona de Ixelles”
Aquí mismo conozco a Charlotte, Aurélie y Lisa, de la cercana escuela Francisco Ferrer. Las tres, de 19 años, no tienen miedo de ser agredidas, pero prefieren ir en grupo cuando se hace tarde: “Me tiraron de la ropa el primer día de clase”, cuenta una de ellas. “Es mejor no vestirse de forma provocativa”, añade otra. Las tres chicas, belgas “de fuera”, opinan que las molestias son consecuencia de la pobreza y la exclusión social. Muchísimas mujeres aquí tienen una historia “desagradable” que contar. Por ejemplo, Licia, de 24 años, suele escuchar como le llaman “puta” mientras cruza la calle. Clara, a quien le han “tocado el trasero” en un tranvía, piensa que “con más policía tendríamos menos miedo”. Julie, de 29 años, reconoce que “con la edad he aprendido a defenderme mejor. Antes de los 25 pruebas todas las soluciones posibles: respondes, te vistes de forma diferente, te quedas en silencio... Pero no funciona”.
Desde principios de año, Bruselas ha dado la bienvenida al movimiento Hollaback!. Surgido en 2005 en Nueva York, ha sido introducido en la capital belga por Angelika Hild, una estudiante alemana: “Recién llegada a Bruselas, enseguida tuve problemas —relata desde el salón de su casa –. Decían que me acostumbraría, pero yo tengo el mismo derecho a caminar por la calle que tiene un hombre”. La web de Hollaback! recoge las historias de chicas agredidas con una condición: omitir cualquier referencia a los orígenes y la clase social de los agresores. Periódicamente organizan los chalk walk: caminatas nocturnas por los sitios donde tienen lugar los asaltos, que son marcados con tiza.
El documental de Peeters ha tenido el mérito de valorar el trabajo de muchas asociaciones y campañas antisexistas. “Si empiezas a prestar atención a cómo te vistes, no terminas jamás de tener miedo —señala Isabella Lenarduzzi, madrina de la campaña de sensibilización Touche pas à ma pote—. Como hija de un inmigrante italiano, he luchado por los derechos de los extranjeros, pero hoy los hijos de muchos inmigrantes son segregados en una parte de Bruselas que no es europea. Si su único modelo es el país (¿y la cultura?) de sus padres, crecen sin asimilar los principales fundamentos europeos, entre ellos el de igualdad entre hombres y mujeres”. Añade, además, que “para ellos, si no llevas el velo, eres una puta. Nosotros debemos estar al lado de aquellas que luchan por ser respetadas. Más que nada, las mujeres inmigrantes de segunda y tercera generación”.
Y finalmente, volvemos al lugar del delito. Chiara de Capitani, de 24 años y nacida en Bélgica de padres italianos, acepta caminar a las siete de la tarde por la avenida Lemonnier. La sigo a diez metros de distancia. Las luces altas, las calles que parecen haberse vuelto más estrechas al anochecer y la perspectiva que se alarga hacia el infinito. La caminata de Chiara es regular. Un chico se levanta de las mesas de un bar: le susurra algo, riendo, al oído. Aguanto la respiración. No sucede nada y completamos el recorrido.
Sentados en las escaleras de la Bolsa, Chiara manifiesta haberse sentido “tranquila” durante el paseo, incluso “sorprendida” de que nadie le haya molesado: “En buena parte ha sido una suerte, pero creo que se ha debido al hecho de que estoy bastante segura de mí misma”, apuntala. Mientras transcribo su testimonio, un hombre en bicicleta se acerca a una chica sentada cerca de nosotros. Le grita con rabia, en su propio idioma, y se escapa bajo la mirada indiferente de la gente.
Este artículo forma parte de Orient Express Reporter II, una serie de reportajes sobre los Balcanes que ha sido desarrollada por cafebabel.com entre 2011 y 2012. Este proyecto ha sido cofinanciado por la Comisión Europea y cuenta con el apoyo de Allianz Kulturstiftung.
Fotos: portada, (cc) Vox Efx/Flickr; texto (cc) Jacopo Franchi. Vídeos: Femme de la rue/YouTube y Elle Belgique/YouTube.
Translated from Una notte nel cuore dell'Europa: cosa significa essere donna a Bruxelles