Protocolo de Kyoto: mercado de carbono o desarrollo sostenible
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El Protocolo de Kyoto genera oportunidades para que los países opten por un crecimiento sostenible. Sin embargo, los proyectos a emprender pueden generar pobres riquezas si se toman decisiones equivocadas.
El protocolo de Kyoto entró en vigor el pasado 16 de febrero tras ocho años de negociación. El acuerdo se estableció en la Convención Marco sobre Cambio Climático (CMCC) y se fundamenta en la urgencia de llevar a cabo un plan que ayude a retener el progresivo aumento de la temperatura del planeta, cuyos efectos lo sufrirán principalmente las naciones más pobres y que menos contribuyen a esta situación.
El objetivo es que los países adherentes reduzcan sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en promedio 5,2%, respecto de los niveles registrados en 1990, entre los años 2008 y 2012.
Recetas para lograr lo imposible
Para que los países cumplan dichas metas pueden reducir las emisiones o compensar su contaminación fomentando la reducción en otra parte del planeta; si un país invierte en proyectos a través de Mecanismos de Flexibilidad, como el Mecanismo de Desarrollo Limpio (establecido entre países no desarrollados y partes del Anexo B del Protocolo, con compromisos de reducción), la disminución que se efectúa fuera de sus fronteras se incluye como parte de sus metas.
Para facilitar la tarea se consideran dentro de los Mecanismos de Desarrollo Limpio las actividades de forestación, reforestación y cambio de uso de la tierra como sumideros naturales de carbono, debido a la absorción que las plantas hacen de este elemento en su proceso vital de fotosíntesis.
Los proyectos de mitigación de Gases de Efecto Invernadero (GEI) establecidos entre un país inversor y otro receptor contemplan innovaciones tecnológicas en procesos productivos de industrias y de transportes; iniciativas de eficacia energética, cambio a energías renovables; forestación, reforestación y conservación de bosques y plantaciones. Para que dichos proyectos sean aprobados deben cumplir ciertas condiciones, una de ellas es la “externalidad”, que tiene que ver con brindar beneficios sociales además de económicos y reducir impactos medioambientales, procurando además preservar la biodiversidad y evitar problemas de erosión.
Escepticismo y potencias en contra
Distintas voces cuestionan los alcances del Protocolo. Estados Unidos y Australia, por ejemplo, dos países industrializados que en conjunto suman un tercio de las emisiones de GEI, lo consideran contraproducente para su economía y poco efectivo. Algunos científicos también creen que aun cuando se cumplan las metas fijadas, los cambios en la temperatura global serían mínimos. Además, la no obligación de reducción de gases para países en desarrollo altamente contaminantes –como India y China- y la posibilidad de los países desarrollados de compensar emisiones comprando “unidades de carbono” en lugar de reducir efectivamente desde la fuente, son temas neurálgicos en la crítica del documento.
Si se quiere, se puede
No obstante, a los países no desarrollados este acuerdo les puede resultar muy provechoso; una verdadera oportunidad para realizar cambios estructurales que orienten a su crecimiento sostenible. Chile es un buen ejemplo. Posee un portafolio de más de treinta y cinco proyectos acogidos al MDL, que tienen que ver con la generación de energías renovables, la gestión de residuos, la cogeneración, la utilización de biomasa, la sustitución de combustibles, el transporte y la reforestación. Sectores en los que el protocolo de Kyoto se juega su reputación.
El portafolio chileno contempla asimismo cuatro proyectos de reforestación con pino, eucalipto y olivo. Pero se plantea la contraposición del mercado con el desarrollo: habiendo una gran disponibilidad de tierras de aptitud forestal para la plantación de monocultivos introducidos, la práctica actúa en desmedro del bosque nativo, ocupando sus tierras para plantación industrial. Una utilización sostenible de los ecosistemas forestales permitiría la recuperación de tierras degradadas, el control de la desertización, la protección de recursos hídricos y la biodiversidad. Aunque pueda resultar más eficaz captar carbono mediante plantaciones de pino, la opción de preservar bosques autóctonos y acrecentarlos se alinea con la condición de “externalidad” antes referida y debiera, en función de ésta, participar en proyectos de MDL.