Protestas en La Sapienza: “Las personas con educación son difíciles de manipular, el razonamiento lleva a las revueltas”
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spreadthelastwordLa ley de estabilidad propuesta por el Gobierno italiano prevé mayores recortes en educación, afectando al ya incierto futuro de las generaciones más jóvenes del país. Entre las protestas anti-Monti contra las medidas de austeridad, la amenaza de la desaparición del programa Erasmus y las voces que les acusan de ser “quisquillosos”, los jóvenes italianos exponen sus puntos de vista.
Mientras que los días soleados dan la bienvenida a los turistas en Roma, el barullo cerca de La Sapienza da una imagen de desconcierto, decepción, rebelión y enfado. El 27 de octubre, miles de estudiantes —en su mayoría italianos— se congregarán para celebrar el No Monti Day: así lo anuncia un cartel en uno de los edificios de la universidad. Las protestas contra las medidas de austeridad tienen como objetivo al primer ministro italiano, Mario Monti, y las estrategias de ahorro impuestas por la Unión Europea. A ello, se añade la ley de estabilidad propuesta por el Gobierno italiano, que prevé recortes esenciales en los fondos del sistema educativo.
“No quieren que pensemos”
Los recortes también amenazan el programa de intercambio Erasmus, el cual ha unido a estudiantes de todas partes de Europa durante 25 años. “Estamos condenados”, afirma Eleonora Massi, quien acaba de volver de su estancia Erasmus en Noruega. “No sé si hay una salida. El Erasmus me ha permitido conocer una realidad paralela. Oslo es muy multicultural; verdaderamente sientes que estás fuera de la UE. A los noruegos no les importa mucho la Unión. Parece que han tomado la decisión correcta”. Otros como Edoardo, un estudiante de primero en La Sapienza, todavía no ha tenido la oportunidad de participar en el programa: “El Erasmus es una experiencia incluso más formativa que los años escolares —asiente—. Si no puedo participar en ella, será una experiencia perdida”.
Los fondos insuficientes para el Erasmus solo representan una cara de la moneda: los recortes en educación tienen consecuencias mayores. Entre otras, los profesores tendrían que trabajar seis horas más por el mismo sueldo: “Es de esperar que los recortes propuestos den como resultado menos profesores para enseñar a más alumnos, menos actividades, menos tiempo y energía dedicados a los chavales y, en general, un descenso en la calidad de la enseñanza”, apuntala el catedrático Alessandro Natalini. “Se han observado las mismas dificultades para los alumnos desde 2008, cuando se redujeron cerca de 80.000 plazas de profesorado”. Esto vino de la mano de un declive en los programas de intercambio para los alumnos como el Comenius, similar al Erasmus. Natalini pone de manifiesto la falta de comprensión de la gravedad de la situación: “La crisis solo es una coartada”, afirma. “Las personas con educación son difíciles de manipular, el razonamiento lleva a las revueltas. Por otra parte, a la gente sin estudios se les arrebata su poder para protestar”.
"Quisquillosos"
Eleonora está de acuerdo: los cortes en educación son “un plan diabólico”. ¿Es una falsa democracia lo que tiene Italia? “Los estudiantes, principalmente, saben menos y menos”, asegura. “No están bien informados. Hay una ignorancia general. Las protestas no tienen eco y, por lo tanto, el Gobierno no les presta atención. Protestar y hacer que se escuche tu voz es algo esencial en la democracia”. Mientras se siente impotente frente a una clase política que aparenta escuchar, Eleonora sugiere una forma de protesta más radical: “Si al menos una mayoría de los votos fuesen nulos, se enviaría un mensaje importante”.
Los jóvenes italianos han montado en cólera a raíz de unas declaraciones de Elsa Fornero, ministra de Trabajo y Política Social, mediante las que afirmó que la juventud italiana no tenía que ser “quisquillosa” —“choosy”, literalmente (N. de R.)— al buscar trabajos. “Quizás mi madre puede decirme que soy quisquillosa, pero no la ministra”, espeta Monica Mastroianni, una periodista radiofónica especializada en derechos humanos. “Me entristecí mucho cuando escuché eso”, añade Eleanora. “Los jóvenes están preparados para hacer sacrificios, pero nuestros políticos viven en un mundo irreal: son ricos y no nos entienden. Es cierto que en comparación con los años de Berlusconi, la situación ha mejorado desde un punto de vista ético, pero no hay espacio para las generaciones jóvenes. O mejor dicho, hay sitio, pero no hay ganas de usar la energía de jóvenes graduados”.
La situación no pinta mejor para los investigadores. Un estudio reciente, llevado a cabo por una asociación italiana de doctorandos y doctores en investigación (ADI), ha mostrado una tendencia a la baja en el número de becas disponibles para investigación, con un descenso del 25,9% entre 2009 y 2012. “La falta de fondos está afectando de manera negativa la calidad de los sectores de investigación italianos, que solían estar en lo más alto”, explica Francesco Vitucci, secretario nacional de ADI. “Esto tiene un efecto en la libertad de investigación: debido a que la mayoría de los investigadores realizan su trabajo con contratos temporales, son los primeros en ser despedidos. Asimismo, tampoco hay una movilidad garantizada, pues no se permite a los jóvenes investigadores lanzarse al mercado internacional y llegar a conocer prácticas de otras partes del mundo”. Entonces, ¿qué es lo que le espera a esta generación de jóvenes italianos? El futuro es incierto. Después de vivir unos meses en Escandinavia, Eleonora tiene claro que no quiere quedarse en su Italia nativa, donde las puertas están cerradas para los más jóvenes.
Este artículo forma parte de Orient Express Reporter II, una serie de reportajes sobre los Balcanes que ha sido desarrollada por cafebabel.com entre 2011 y 2012. Este proyecto ha sido cofinanciado por la Comisión Europea y cuenta con el apoyo de Allianz Kulturstiftung. Nuestro agradecimiento al equipo de cafebabel.com en Roma.
Fotos: portada © zibibboo/Flickr; texto, © Geomangio/Flickr y © jerik0ne/Flickr.
Translated from 'Bad' Italians at La Sapienza university: politicians don’t want us to think