Prostituta, no deslucirás Varsovia y la honrarás con tu silencio
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Entre la negación y la discreción, ahí se encuentra la prostitución en Varsovia. Capital del país que mejor ha resistido la crisis, parece buscar en la pulcritud absoluta una manera de ofrendar nuevas glorias a Occidente
“Aquí no hay nada de eso”, espeta Dawid al tiempo que esconde la mirada en sus botines de ante. Las cuestiones sobre prostitución y trata de personas en Polonia parecen restar fuera de lugar. Impecable, este polaco de 22 años se integra a la perfección en el paisaje que rodea el Palacio de la Cultura y la Ciencia de Varsovia, sintetizado a primera hora de la noche en jóvenes H&M, techos de cristal y el estadio construido para la Eurocopa de 2012 como punto de fuga. Las sombras de esta composición las conceden unas luces de neón : “Night club” se lee a unos pasos de Dawid, cruzando la avenida Jerozolimskie.
Entre la negación y la discreción, ahí se encuentra la prostitución en Varsovia. Capital del país que mejor ha resistido la crisis, parece buscar en la pulcritud absoluta una manera de ofrendar nuevas glorias a Occidente. “Las prostitutas no son visibles”, señala Alexis Ramos. Esta joven estadounidense, quien realiza en el Colegio de Europa su tesis sobre legislación europea con respecto a la trata de personas, asegura que “aunque todavía existe un tráfico desde aquí hacia el oeste, Polonia ha dejado prácticamente de ser un país de origen para convertirse en un lugar de tránsito y destino”.
Un 46% de este delito está relacionado con la prostitución. En la lista de los actuales países que tienen a Polonia como estación final, las fronteras se han desplazado claramente hacia el este: desde la reciente trata con origen en Asia —principalmente en Vietnam— hasta la procedente de estados más cercanos como Bulgaria, Rumanía, Moldavia —“el principal país emisor en la Europa actual” según Ramos— y, por supuesto, Ucrania.
Las relaciones entre este último país con Polonia parecen siempre haber gozado de una legislación especial. El Kiev más europeísta, como aquel de la ex primera ministra Yulia Timoshenko —ahora encarcelada por supuesto abuso de poder—, cesó de requerir un visado a los ciudadanos polacos a cambio de que estos preparasen su camino hacia la Unión Europea. Asimismo, “es más fácil conseguir un visado para Polonia que para cualquier otro Estado miembro”, asiente Marina. A sus 22 años, esta joven nacida en Rivne conoce bien qué significa ser una inmigrante ucraniana en Varsovia.
La caída de la URSS hizo que aumentara la prostitución
“La primera vez que entré en Polonia fue a través de un visado como turista. Luego, volví como estudiante de un modulo de estética y belleza durante un año. Nunca estudié. Me puse a buscar trabajo sin saber hablar polaco”. Marina no solo reconoce la existencia de mafias en las embajadas que comercian con jóvenes ucranianas, sino también la desconfianza por parte de las autoridades polacas hacia sus compatriotas: “Jamás se me ha ocurrido prostituirme. Tras cuidar de niños y ancianos, conseguí un trabajo en la industria logística. Sin embargo, cada vez que atravieso la aduana, la policía fronteriza lo pone en duda”.
La caída de la URSS en 1991 y el consiguiente empobrecimiento de las familias provocó un aumento de la trata de humanos procedente de la Europa más oriental. “Son ya más de 20 años los que las prostitutas búlgaras y ucranianas llevan en Polonia”, apuntala Joanna Garnier, cabeza visible en la sede varsoviana de La Strada.
Localizada cerca del principal campus de la Universidad Politécnica de Varsovia, esta organización internacional ha estado durante 18 años trabajando por la prevención de la trata de personas en los Países Bajos y diferentes partes de Europa del Este. “De los 200 casos de tráfico de humanos que nos llegaron en 2012 en Polonia, el 90% eran mujeres. En su mayoría, eran trabajadoras del sexo originarias de Bulgaria y Ucrania”.
Garnier, junto al equipo que forma parte de La Strada, se esfuerza por promover su programa de prevención en escuelas, orfanatos, otras ONG e incluso en hospitales psiquiátricos. “Hace dos semanas tuvimos una reunión en la iglesia ucraniana de Varsovia para ofrecer información a aquellas mujeres que necesiten ayuda. Ninguna de las presentes lo afirmó, pero estoy segura de que algunas están siendo obligadas a prostituirse”.
Esta sospecha parece ser confirmada por Marina: “Hay chicas de mi país que aseguran a sus familias que trabajan como limpiadoras cuando realmente son prostitutas. Es más, en Rivne se rumorea que soy una puta porque aquí hago dinero”. Prejuicios que se repiten de vuelta a la capital polaca: “Una propietaria, cuando se dio cuenta de mi acento extranjero, se negó a alquilarme el piso porque pensaba que lo convertiría en un burdel”.
Pese a las reticencias, vender el propio cuerpo no está prohibido en Polonia. La prostitución es legal en el país siempre y cuando no se cuente con la intermediación de un proxeneta. “Se trata de la única profesión que no debe pagar impuestos”, explica Ramos. “Las trabajadoras tienen que probar ante la Administración mediante fotografías de sus clientes o testimonios que ejercen este oficio”.
No obstante, no es lo común. “Las chicas confían más en su gente que en las instituciones”, admite Garnier. “Hace poco tratamos el caso una veinteañera búlgara a quien le ofrecieron trabajar aquí en la agricultura. Había estado ya en Grecia recogiendo verdura. Un familiar la mostró a un traficante en Bulgaria y una vez en Polonia la forzaron a trabajar como prostituta en la carretera. Cuando se negaba, la golpeaban”.
Víctima de su propio silencio, Varsovia busca evitar a toda costa ser identificada como un destino sexual. Muestra de ello fueron los controles de fronteras llevados a cabo durante la Eurocopa de 2012. Y si bien es cierto que en la actualidad los juegos de sombras solo son visibles en las calles adyacentes a la estación de metro Politechnika, las octavillas de “night clubs” que inundan la céntrica calle Nowy Świat o la avenida Jerozolimskie que lleva al Estadio Nacional de Polonia ensucian la Varsovia de las utopías jamás cumplidas.