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Profetas en su tierra (emprendedores en España, parte I)

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Sociedad

No hay cifras oficiales de la cantidad exacta de jóvenes que abandonan España en busca de oportunidades laborales pero ¿qué pasa con los que deciden quedarse y aventurarse mar adentro en unas aguas turbias y frías, pero también apasionantes? Nos lo cuentan cuatro jóvenes de entre 25 y 35 años, que decidieron quedarse y apostar por llevar a cabo sus ideas de negocios, sus sueños.

Acondicionó un piso en Almassora, Castellón, y junto a una colega de profesión montó su despacho de abogados. Planteándose qué hacer para aprovechar una finca familiar de naranjas y mandarinas en Villareal, (también Castellón), crearon una empresa que distribuye su propio cultivo y también ofrece visitas guiadas para conocer mejor la tradición citrícola de una zona concreta. Son dos casos de jóvenes españoles que, a pesar de la grave situación que azota el país desde 2007, tomaron la opción de quedarse y pelear por un proyecto propio que, además de hacerles sentir bien como profesionales, lo hiciera por estar ayudando y promoviendo su entorno.

Hablamos de la abogada Soraya Chiva y de los agricultores/empresarios Manuel Mata y Borja García, tres jóvenes que, no sólo se quedaron en España, sino que ni siquiera se acercaron a las grandes ciudades para progresar profesionalmente, “me gustan los temas más llanos que trato al haberme quedado en Castellón. Hay mucho más contacto humano y me compensa” afirma Soraya, quien reconoce que los inicios como autónoma no fueron fáciles, más en una profesión como la suya, a la que la gente recurre cuando ya no hay más remedio, por temas casi siempre desagradables y muchas veces buscando el renombre y la fama de abogados con más años de experiencia. Sin embargo, tras cuatro años de trabajo por cuenta ajena, tuvo claro que lo que quería era ser su propia jefa, ejercer la abogacía como ella considerase en cada caso y no vivir atada a tarifas fijas y directrices constantes.

Sin plantearse si ser sus propios jefes o no, Manuel Mata y Borja García crearon “Matafruit Naranjas”. Su caso es algo diferente; al poco de morir su abuelo, que era el encargado de la finca de naranjas familiar, Manuel Mata pensó qué podía hacer con ese huerto. Visto el interés que sobre todo los clientes extranjeros que compraban las naranjas y las mandarinas mostraban por el cultivo y la cultura agrícola, vio también una clara oportunidad de negocio. Y sin pensárselo dos veces “partiendo también de la ventaja de que la inversión inicial era minima”, se lanzó a hacer su idea realidad. Al poco tiempo se sumó a la aventura Borja García. Tres años después, su número de visitantes ha pasado de mil a seis mil, tienen un pequeño museo con aparejos y herramientas, siguen distribuyendo un producto cultivado de la manera más artesanal posible, y delicioso, y se han adherido al colectivo de productos Kilómetro 0.   

Un paraguas, el del moviemiento km 0, que se centra sobre todo en el mundo gastronómico y alimenticio, pero bajo el que podrían resguardarse muchos conceptos y nuevas corrientes más; la apuesta por darle valor a lo que se tiene cerca, buscar crecer a la par que se desarrolla el propio entorno, impulsar el bienestar y la microeconomía local, cuidar el medio ambiente y, con todo eso, además, sentirse desarrollado como profesional, y no sólo económicamente hablando, algo que sienten tanto Soraya como el tándem formado por Borja y Manuel, “la ilusión de ver que lo que tú has creado tiene viabilidad y progresa, y saber el orgullo que mi abuelo sentiría si pudiera ver lo que hemos hecho con la finca de naranjos”, es por ejemplo lo que compensa de forma subjetiva a “Matafruit”. “Yo no podía irme fuera de España porque la legislación es diferente. Quedándome aquí tenía la opción de trabajar en las grandes compañías, donde están los grandes beneficios, pero a mí me gusta trabajar en casos penales y civiles, estar cerca del cliente, conocer su historia y tratar su caso como yo creo conveniente, y eso lo consigo aquí”, esa es la motivación y la satisfacción diaria de Soraya.

En ambos casos, estos jóvenes empresarios vieron dentro de sí una inquietud concreta y, a la vez, supieron detectar unas necesidades por cubrir, un potencial, turístico, social, cultural que les podía rendir económicamente y la ocasión de sentirse realizados profesionalmente en un mundo y en una situación tan dura como satisfactoria al final. En ambos casos se quedan fuera de esa cifra, nunca exacta ni fiable, de jóvenes que abandonan España en busca de oportunidades laborales, hecho que hace imposible reflejar la realidad de la inmigración en nuestro país. Hablamos de cifras difíciles de cuantificar debido a las diferentes tomas de referencia de datos por parte de los diversos organismos. Con todo esto, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), se estima que alrededor de 10.800 jóvenes españoles, entre 20 y 35 años, abandonaron el país el año 2013 (los datos del 2014 son datos provisionales) Manuel, Borja y Soraya prefirieron quedarse.

Es el perfil de aquellos que saben que vida no hay más que una y que para cumplir los objetivos hay que sobreponerse a las circunstancias y caminar hacia delante. Es también el perfil de los que saben ver más allá de lo que mayoritariamente está considerado como éxito profesional o fama, y se plantean una forma diferente de trabajar en la que el beneficio no es sólo suyo, sino una contribución a mejorar todo aquello y a  aquellos que les rodean.