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Porqué los homosexuales piden el derecho al matrimonio.

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... Y porqué los heterosexuales se preguntan porqué.

Negando a los homosexuales el derecho al matrimonio, la mayoría de países europeos colocan la conservación de un orden social fundado en la diferencia entre sexos (concebida como ineludible) por encima de las libertades individuales. Esto conculca el principio de igualdad de trato de todos los ciudadanos. ¿Qué temor atávico a la homosexualidad habita la mente de sus dirigentes?

En los orígenes del matrimonio

La mayoría de las personas se sorprenderían si cayeran en la cuenta de que los homosexuales se casan desde siempre (o casi), pero… no entre ellos. La Historia se halla repleta de hombres casados por defecto y a los que la sociedad empuja a llevar una doble vida: respetable marido por el día, amantes «invertidos» por la noche. ¿Posee el matrimonio un valor sagrado e intocable? Un sano uso de la racionalidad microeconómica proporciona una respuesta muy simple a los defensores del matrimonio a la antigua: el matrimonio viene a ser de hecho un estatuto de renta acordado por el Estado a las parejas heterosexuales monógamas. O sea, un derecho concedido a ciertas personas y negado a otras, pero que desemboca en ventajas materiales y financieras más bien apetecibles. ¿Acaso no se corresponde con la definición que la mayoría de las instituciones europeas llaman normalmente «discriminación»?

Los «matrimonios light» invaden Europa… occidental

El 5 de julio de 2001, el Parlamento europeo, sensible frente a esta discriminación padecida por gays y lesbianas en casi todos los Estados miembro, aprobó una recomendación solicitando a los gobiernos al menos el reconocimiento de un régimen de concubinato para los homosexuales.

Como sucede a menudo, los países Bajos fueron pioneros: de la introducción del «estatuto de pareja registrada» a principios de 1998, hasta las leyes de 2001 permitiendo a los homosexuales casarse y adoptar hijos libremente en régimen de copaternalidad, la eliminación de diferencias de trato entre parejas se ha hecho de modo gradual pero rápido. En Bélgica, la situación también se ha desbloqueado con celeridad: la ley de 13 de febrero de 2003 que permite el acceso al matrimonio a personas del mismo sexo es el capítulo que precede la «cohabitación legal» de 1998.

Fuera de estos dos países, el matrimonio civil entre individuos del mismo sexo sigue vedado en la UE. Los estatutos de «pareja de hecho» o «pactos civiles» de Dinamarca (1989), Suecia (1994), Francia (1999) o Alemania (2001), se parecen más bien a «matrimonios light», al igual que lo que prevé el actual proyecto de ley inglés sobre la materia. Los homosexuales daneses, ingleses y suecos puede, eso sí, adoptar libremente. Austria prepara un proyecto denominado ZIP («Zivilpakt»).

Los países sureños no se quedan atrás: en España, Rodríguez Zapatero ha anunciado la modificación del código civil para extender el matrimonio a homosexuales a partir de 2005, y en Portugal, una ley de 2001 instauró un régimen de concubinato sin distinción de sexos.

¿Es posible que la evolución de nuestras sociedades nos lleve a un futuro en que sexualidad rime con igualdad? No nos alegremos tan deprisa: un informe del Consejo de Europa dibujó el pasado año la extensión del camino que queda por recorrer en la mayoría de Estados miembro para abolir la discriminación de gays y lesbianas. Sin contar con que el Código Penal de Bulgaria castiga como delito la homosexualidad.

Los conservadores muestran al fin su verdadero rostro

Actualmente, en Francia el debate sobre el matrimonio homosexual hace furor. Ha llegado a remover anclajes políticos: la tradicional frontera entre izquierda y derecha ha dado paso a la distinción entre partidarios de un liberalismo social abierto a la evolución y los nostálgicos de una civilización basada en la célula familiar tradicional embutidos en sus prejuicios.

Todo empezó cuando Noël Mamère (alcalde francés: Verdes), anunció y celebró el matrimonio entre dos hombres, valiéndole la suspensión de funciones durante un mes. Cubierta con amplitud por los medios de comunicación, la polémica se inflamó cada vez más. Algunos se han declarado a favor y otros en contra, incluido dentro de la izquierda, alentados quizás por el temor de que el matrimonio homosexual desemboque en la legalización de la adopción de hijos por personas del mismo sexo. ¿Como en los Países Bajos?, preguntaréis. ¡Los hijos de parejas homosexuales lo llevan, sin embargo, de maravilla! También en Francia miles de parejas homosexuales educan a sus hijos en la mejor de las felicidades... pero en una absoluta ausencia de derechos. ¿No es más bien esto lo intolerable? Y es que sin marco jurídico apropiado, estas nuevas familias se ven al albur de cualquier inclemencia de la vida: si uno de los miembros de la pareja muere, el segundo no posee ningún derecho sobre el hijo cuya tutela ostentaba el difunto. ¡Y ya puede esperar si reclama pensiones o ayudas del Estado! Nadie se para sobre esto. Digamos que los políticos franceses, de derechas o de izquierdas, se llevan bien con los homosexuales… ¡siempre y cuando se queden en su rincón de discriminación!

Europa vive instalada en la ficción: una ficción social, basada en la sacralización de la diferencia entre sexos y la creencia en un orden simbólico. Bajo el pretexto de que el derecho debe proteger este orden simbólico, los Estados –salvo escasas excepciones– se niegan a legislar sobre la cuestión… Y la justicia europea hace la vista gorda, siendo su principal función la de velar por las libertades individuales (2).

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(2) En un auto de 31 de mayo de 2001, la Corte de Justicia de las Comunidades Europeas estableció que los países miembro no tenían porqué reconocer las parejas de hecho registradas o los matrimonios celebrados entre personas de mismo sexo en otros Estados miembro.

Translated from Pourquoi les homosexuels demandent le droit au mariage