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Por unos gramitos de más qué más da

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Además de atizarse buenas cervezas u ollas de mejillones, los sibaritas del mundo entero también disfrutan de los pralines, considerados por muchos como los mejores chocolates del mundo.

Fue en el siglo XVI cuando el chocolate llegó a Europa traído desde Sudamérica por las naos de Cristóbal Colón. Conocido en un primer momento como bebida a base de grano de cacao, los médicos lo prescribían contra los síntomas de depresión. Debido a su sabor amargo, no gozaba de mucha reputación fuera del ámbito medicinal.

Sólo cuando se le empezó a añadir azúcar, ganó la bebida de cacao en popularidad y se ganó la confianza de las sobremesas europeas. Desde entonces, el chocolate es el dulce objeto de la tentación irresistible y el remedio contra la depresión. “El chocolate es el rey de nuestro estómago”, confiesa Josse Snakers, formador y asesor del sector chocolatero.

El praline: un orgullo begfa

Las virtudes del chocolate no pasaro desapercibidas para Jean Neuhaus, quien en 1857 abandonó la ciudad suiza de Neuchâtel para abrir, en compañía de su hermano, una farmacia en Bruselas, en la Galerie de la Reine –hoy en día la galería comercial cubierta más antigua de Europa-. El chocolate, vendido al principio como remedio para los dolores del alma, se convirtió en chuchería cuando en 1912 Jean Neuhaus, el nieto del antedicho Neuhaus, inventó la receta de un bombón de chocolate llamado “praline”.

Desde entonces, la industria del chocolate no ha hecho más que florecer en Bélgica mientras sus recetas se han guardado en un celoso secreto, transmitiéndose de generación en generación. “Por fortuna, hay de nuevo jóvenes interesados en aprender el oficio, subraya Jo Drap, directora del Musée du Cacao et du Chocolat (MUCC) y maestra chocolatera de tercera generación. “Transmitirles este saber es todo un placer y un motivo de orgullo al ver cómo se perpetúa”, precisa Snakers.

Hoy por hoy, existen en el mercado 260.000 productores de choclate en Bélgica entre las grandes cadenas y los pequeños confiteros locales. Mary, Neuhaus, Leonidas o Wittamer –el suministrador oficial de la monarquía belga– son los más conocidos. En función de la calidad de la materia prima utilizada, los precios varían entre 20 y 60 euros el kilo y las empresas presentes en el mercado se consideran “complementarias” entre sí, sin temer hacerse la competencia.

“No me siento nada amenazado por las grandes empresas, pues produzco según métodos tradicionales chocolates de sabor único”, insiste un vendedor de La Maison du chocolat artisanal. “Tanto mis clientes asiduos, que me compran el 60% de la producción, como los turistas, saben apreciarlo, apostilla.

Cuestión de gusto

Los pralines son chocolates con leche o blancos, rellenos de chocolate, nata o avellanas. En la medida en que cada productor trata de ensanchar su oferta al máximo, los consumidores se encuentran cada vez más ante la tesitura de escoger entre centenares o incluso miles de variedades. En la chocolatería Les Frères de Sadeleer, podemos incluso encontrar chocolates a la pimienta o al pimentón.

Dicho esto, los belgas, que comen de media nueve kilos de chocolate al año, se quedan con los pralines tradicionales, mientras las novedades aparecen y desaparecen según la moda del momento. “El chocolate también es una moda, un sabor que cambia con los años. La pimienta que añadimos ahora es la manifestación de una nueva tendencia, pero al final la gente regresa a los sabores primigenios”, observa Jo Draps.

Tadeusz Tebinka, atiende el mostrador de una de las tiendas Neuhaus, y comprueba que los “clientes del sur de Europa y los belgas prefieren el chocolate negro, mientras los clientes de Centroeuropa y el norte, al igual que los norteamericanos, prefieren el que tiene más leche”.

Dulzura en un mundo embrutecido

El chocolate forma parte del día a día de los belgas y, “gracias a las distintas gamas y precios es accesible a todas las capas sociales”, afirma Jo Draps. Ahora bien, es durante las fiestas de fin de año cuando los chocolateros hacen su agosto. “Antes de Navidad, los belgas caen en un frenesí comprador de chocolate, nos comenta Tadeusz Tebinka.

Hoy, el chocolate no es sólo un dulce, sino el protagonista de festivales en todo el país, e incluso el material con el que algunos modistas crean sus colecciones de ropa de fiesta.

Translated from Raj dla smakoszy