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Por una Europa política ya

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25 jóvenes procedentes de la sociedad civil analizan la Europa de las generaciones futuras, en un Manifiesto que se puede firmar en línea.

Imaginemos la Europa de los 25 en el año 2050: un mundo de ancianos incapaz de sostener su nivel de vida. Si seguimos al ritmo actual, la Unión Europea perderá 50 millones de habitantes y, para entonces, la edad media de dichos habitantes habrá pasado de los actuales 36 años a los cerca de 50. A partir de 2020 su tasa anual de crecimiento no sobrepasará el 1,1%. Más aún: su economía no representará ya sino el 11% del comercio mundial contra el 23% en 2003, y su influencia moral y política quedará sumida en la marginación en un mundo regido por las relaciones de poder entre Estados. Durante este tiempo, los Estados Unidos habrán conservado una población joven y numerosa así como su poderosa prevalencia comercial y estratégica; China, cuyas inmensas necesidades internas desencadenan en este preciso momento una escasez de carbón y acero de proporciones planetarias desestabilizando los mercados, será entonces el interlocutor de referencia obligatoria en las mesas de negociación. Y aún nos quedaría por imaginar un mundo árabe y musulmán con toda la fuerza de su joven población y dos alternativas: el abismo del caos o la marcha hacia la prosperidad y la democracia.

La cuestión, hoy en día, es averiguar si los europeos desarrollarán la necesaria fuerza interior para sortear esta predicción respaldada por una gran mayoría de analistas económicos y demográficos, y con la que se ratificaría la hipótesis de la Vieja Europa de Rumsfeld, o si, por el contrario, la indolencia en la que navegan desde hace años terminará por otorgarle la razón a este último.

Nosotros pertenecemos a esa generación que acudió al pistoletazo de salida del otoño de 1989, tras el derrumbamiento del muro de Berlín; la misma generación que se ha vestido de Erasmo; la misma que goza por vez primera de los beneficios de un mercado europeo único; la que vive Europa cotidianamente. No por ello pretendemos erigirnos en su portavoz: acaso no seamos sino unos cuantos ciudadanos dispersos por el continente. Pero nuestro horizonte es naturalmente europeo aun sin desdeñar nuestras queridas raíces nacionales. Nosotros formamos parte de una generación con una profunda visión colectiva. Estamos informados, creemos en la política. Y nuestra convicción nos dice que el declinar de Europa no está aún escrito.

El milagro europeo tuvo ya lugar una primera vez. Pensamos que los europeos lo poseen todo a favor para redactar una nueva página positiva de su Historia. Hace apenas 60 años, Europa quedaba reducida a un vasto campo de ruinas, dividida por un muro vergonzoso, galopada por el odio y amenazada por la decadencia.

¡Quién hubiera dicho que en el umbral del tercer milenio la vieja Europa despertaría reunificada tras mil años de guerras y de querellas religiosas, que sería la potencia democrática más perfeccionada de la Historia así como la mejor dotada en poblaciones altamente cualificadas, cultas y atentas a la solidaridad y a los Derechos Humanos! ¡Quien hubiera predicho que volvería a ser la primera potencia comercial del mundo, el primer polo de innovación aeronáutica y espacial gracias a proyectos colectivos y emblemáticos como AIRBUS o ARIANE, la zona monetaria más estable del mundo, titular de una divisa de refugio, el Euro, presente en la billetera de 300 millones de ciudadanos! Hoy, hasta el modelo europeo de pacificación a través de la integración económica y política interpela a los dirigentes latinoamericanos, asiáticos, africanos e incluso a los de Oriente Medio. El mundo necesita una Europa fuerte cuya autoridad moral, respaldada por una capacidad militar autónoma y tenida en cuenta, pueda atajar el choque de civilizaciones que ciertos extremistas de toda dirección se afanan en provocar. El mundo necesita a Europa para sacar a los Estados Unidos de su egotismo, de forma que la coalición de democracias por la paz y el desarrollo sostenibles del planeta se reconstituya sobre bases sanas. La Europa que ha estribado con éxito el cabo de la harmonización económica debe superar la próxima prueba, la de la unificación política, o lo que es lo mismo, la movilización conjunta de los ciudadanos y de los Estados de la Unión al servicio de un proyecto de civilización.

Hoy por hoy, Europa se encuentra al pairo. La evidencia de sus debilidades y de sus patinazos es coartada de escépticos de toda clase que en absoluto quieren avanzar hacia un mayor grado de cohesión. Cierto es, argumentan, que Europa es necesaria, pero más Europa no le añadiría nada a los intereses concretos de sus ciudadanos. Denuncian las obligaciones impuestas por la Unión sin celebrar simultáneamente los beneficios que nos aporta. Oponen sin el más mínimo rubor Europa social al gran mercado, olvidando que ninguna zona de librecambio pervive en el tiempo sin un mínimo de mecanismos sociales y fiscales que permitan la corrección de los efectos perversos de la competencia entre Estados, o con la ausencia de una coordinación macroeconómica eficaz. ¿Por qué, pues, atacar sin descanso a los funcionarios europeos, a la Comisión, o incluso al Parlamento europeo si estos se limitan a desarrollar, razonablemente bien, las misiones que les han sido confiadas?

A todos ellos, nosotros contestamos que una Europa mejor integrada políticamente, con una verdadera fuerza directiva y afianzada sobre un mejor reparto de los recursos presupuestarios entre Estados nacionales e instancias comunitarias, no sólo es necesario, sino que además es útil al ciudadano. Defensa, seguridad interior y lucha contra el terrorismo, demografía, desarrollo sostenible, investigacióncada día, surgen nuevos desafíos de impacto sobre la calidad de vida y la seguridad de cada uno de nosotros. Ninguno de nuestros Estados, por sí solo, puede sobrepasarlos, y hasta en ocasiones, la simple cooperación interestatal se revela insuficiente. Los horribles atentados del 11 de marzo en Madrid son sólo un botón de muestra más. No podemos quedar satisfechos con una Europa que progresa a golpes de crisis sucesivas, dando la inquietante impresión de una evolución sin rumbo fijo. Los ciudadanos requieren un amplio proyecto que les permita comprender en qué dirección se orienta la aspiración común.

Para que los europeos puedan tomar entre sus manos las riendas de su destino, hoy hace falta confiar en ellos; no dudar a la hora de abordar los temas tabú de interés europeo como el crecimiento de la natalidad, la reorganización de la investigación, el papel de Europa en la estabilización del mundo... Se trata asimismo de darle más sentido al acto electoral europeo. ¿Cómo podrán los ciudadanos europeos interesarse por las campañas europeas y, con más amplitud, por Europa, si no albergan la sensación de que pueden ejercer una influencia verdadera contribuyendo a la conformación, en el seno del parlamento europeo, de una mayoría política coherente dotada de un verdadero proyecto de gobierno, y de una oposición que ejerza un poder de control, si su voto no tiene impacto en la designación del presidente de la Comisión Europea, siendo como es, el jefe del ejecutivo comunitario? ¿Cómo podrán comprender los retos colectivos del continente mientras las campañas electorales europeas siguen girando alrededor de cuestiones nacionales tendiendo a enfocarse sobre intereses nacionalistas? ¿Cómo concretar la Europa política mientras no existan listas, ni partidos ni debates transnacionales y tan escasos medios de comunicación vocacionalmente europeos? Por último, ¿cómo podrán los ciudadanos europeos sentirse a gusto en el seno de la construcción europea si nadie les consulta acerca de decisiones capitales como la Constitución o la ampliación hacia Turquía? Sobre cada uno de estos temas, aportamos propuestas concretas. También tenemos ideas para sensibilizar Europa hacia el ciudadano; ideas que estamos dispuestos a someter a debate.

La Europa ampliada se encuentra hoy confrontada a un doble desafío: inscribir su proyecto dentro de una perspectiva histórica y mundial que integre a los ciudadanos en una dinámica accesible a su comprensión, con vistas a movilizarlos en mayor cantidad alrededor de un designio común. Definir las reglas que permitan a Europa hallar soluciones eficaces a los desafíos que le han sido dados a corto pero también a largo plazo. Desde esta perspectiva, urge adoptar la Constitución que, sin ser una panacea, representa un progreso incontestable.

El tiempo de la contemplación se ha terminado. Ahora hay que pasar a la acción. Y esta acción no puede ser sino colectiva. No seamos ingenuos. Si nosotros, los europeos, no vamos codo con codo, no habrá mano tendida distinta que surja para ayudarnos. Nos enfrentamos, pues, a una vibrante obligación de solidaridad ante la actual urgencia de eficacia. La constitución de una Europa fuerte es, a nuestro parecer, la mejor opción.

Nuestra generación está lista para dar un salto cualitativo hacia una Europa más ambiciosa, mejor integrada, más democrática, en la que los responsables políticos queden claramente identificados y los poderes se hallen controlados. Vaya nuestra oferta a los dirigentes de los países de la Unión a que se apoyen en esta juventud europea a la que ellos mismos han hecho llamamiento y que ahora está ahí, para pasar de un matrimonio de conveniencia a 25 bandas a una Europa que asuma su destino, que es el nuestro. Las elecciones europeas del próximo mes de junio son la representación de una ocasión como no ha habido otra.

Nos consideramos preparados para ejercer el relevo sucesor de los padres fundadores de la construcción europea para cambiar a una marcha superior: la Europa política.

Translated from Pour une Europe politique, enfin !