Por qué sufren los países del Este
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A los 5 años de la gran ampliación europea al Este, sigue separándoles un gran foso de los socios occidentales. Las diferencias no son solo de orden ideológico
Dicen que Midas, rey de Frigia, recibió de Dioniso, por su hospitalidad con Sileno, un don consistente en que todo cuanto tocara se convertía en oro. Aquello, que lo llenó de felicidad y riqueza, pronto se convirtió para él en un inconveniente de graves consecuencias, ya que todo, hasta lo que se disponía a comer para su elemental sustento, se tornaba en ese metal refulgente, codiciado y excelso pero indigerible por mucho que se intente.
La Europa Midas
En los primeros años, después de la ampliación de la UE, los países del este se presentaban como el campo magnífico para tornar en oro todas las inversiones extranjeras que pudieran llegarles. Aquel horizonte emergente de bondades se hizo mucho más atractivo incluso que el paradigma asiático. Eso trajo hasta esa región a gran cantidad de bancos de occidente, atraídos como moscas a los áureos almíbares. La banca austriaca se empleó a fondo. La Banca occidental se aferró a aquel mercado como un depredador que atenaza a su presa. Durante 2007, casi la mitad de la inversión global extranjera se situó allí; la mayor parte en bonos bancarios (más de 300.000 millones de euros).
El espejismo del capitalismo financiero
Sin embargo, aquella ilusión pronto se tornó espejismo. Con la llegada de las dificultades comunes, los riesgos bancarios se dispararon, el descenso de la demanda, y por tanto de las exportaciones, se agudizó, y la devaluación de las monedas débiles se acentuó, lo que aconsejó una retirada urgente del capital extranjero allí y así invertido. De ese modo, y para atender sus acuciantes necesidades nacionales, todos los inversores han comenzado a huir provocando un profundo vacío y un riesgo sistemático de incalculable alcance.
La dislexia de los préstamos
Aquellos paraísos, en los que el voraz capital espurio pensaba convertir todo en oro en unos plazos récord, se han desencantado y convertido en cenizas y humos. En tiempos de bonanza elevaron sus tipos de interés para favorecer aquellas avalanchas, lo que provocó que los empresarios locales buscaran sus préstamos en monedas más baratas como eran el euro, los yenes japoneses o los francos suizos. De aquellas buenas lluvias proceden estos lodos: un elevadísimo endeudamiento exterior. Así, todos los bancos europeos con filiales en el centro y este europeos ven con enorme preocupación este cúmulo de dificultades y riesgos imparables. La banca austriaca, con el Erste Bank a la cabeza, quien subió sus beneficio neto más de un 30%, hasta 932 millones de euros, en 2006, se encuentra ahora en el ojo de este huracán, por considerarse que tiene grandes implicaciones y una presencia importante en la zona.
Una nueva Europa devaluada
Si a todo ello unimos la devaluación de sus monedas con respecto al euro, como el esloti polaco que ha perdido un 33% de su valor, el florín húngaro que ha bajado más de un 20%, o la corona checa que supera el 15% de devaluación en relación a la eurozona, (Polonia, Hungría, Rumanía, y República Checa, tienen tasas de cambio con régimen flotante) no es extraño que el panorama se vea con turbios nubarrones.
Por todo ello, no sorprende que Joaquín Almunia, comisario europeo para asuntos económicos y monetarios, vea con enorme preocupación la situación de los bancos del centro, este y sur de Europa. Junto a la situación de máximo riesgo de Rumanía, hay que saber que Ucrania, Croacia y Serbia se encuentran en realidades de gravedad alarmante. Tal vez por ello, la UE se apresura a anunciar que estaría dispuesta a ayudar, aunque de inmediato matizan que de forma distinta a las ayudas directas con las que se emplea en la Zona Euro. Si se hunde el sistema financiero del este, la banca occidental irá tras ello, sin posibilidad de escapar a tan brutal naufragio.