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Polonia y los 30.000 invisibles

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SociedadPolítica

Miles de vietnamitas, víctimas de la represión política en su país, se ven forzados a abandonar Asia y probar suerte en otros continentes. Quienes eligen Polonia como destino acaban sorprendidos.

¿Vietnamitas que emigran a Europa del este? Quienes reniegan del sistema comunista de Hanoi, antiguos prisioneros de campos de concentración, opositores o incluso intelectuales en desacuerdo con el “pensamiento único” de aquel país. Una vez en Polonia, estos exiliados viven de lo que venden en las aceras del antiguo estadio olímpico Stadionie Dziesiciolecia de Varsovia, transformado ahora en uno de los mercados del extraperlo más grandes de Europa.

Ton Van Anh, de 28 años, vive en Polonia desde hace unos cuantos. Colabora, como trabajadora social que es, en la Asociación por la Democracia en Vietnam, ayudando a muchos de sus cmpatriotas exiliados a encontrar trabajo o a desenvolverse en el día a día en Polonia. Calcula que la comunidad vietnamita en este territorio suma unos 30.000 miembros. Casi todos tienen sus papeles en regla, pero algunos, huidos de la noche a la mañana de un régimen autoritario, se han abocado a una existencia de sin-papeles, sin asistencia médica ni derechos civiles.

Ton Van Anh aterrizó en Polonia con toda su familia hace más de 14 años. Aunque su abuelo fuera un comunista convencido, su padre se distanció en seguida de la ideología marxista mostrando abiertamente su oposición al régimen. Considerado por el gobierno de su país como un antivietnamita, sólo le quedó una solución: abandonar el país con toda la familia. Para su sorpresa, pudo obtener un visado para ir a Polonia, el país de Solidarno y del Papa. “Aquella Polonia era más bien la de un cuento de hadas; un país en el que todo era alcanzable y lleno de princesas”, recuerda Van Anh con una leve sonrisa en los labios.

En aquella época, las autoridades de Hanoi consideraban la Polonia de los años ochenta, en pleno esfuerzo de liberación del yugo comunista, como la oveja negra del aulario soviético. Todo ciudadano que mencionara Polonia se convertía así en sospechoso de actividad subversiva.

Tran Ngoc Than, actual presidente de la Asociación para la Democracia en Vietnam y redactor jefe de la revista Dan Chim Viet, confirma esta atmósfera de sospecha. “Por entonces era corresponsal en un diario nacional en Varsovia. Tras cubrir una huelga obrera en una fábrica polaca, mi gobierno me prohibió regresar al país y me declararon “enemigo de la nación”. Than, nacionalizado polaco, multiplica las anécdotas ilustrativas de la dureza del régimen de Hanoi. Hace cuatro años, decidió regresar a Vietnam en donde ahora caba de pasara otros días con su familia. A pesar de su visado, los funcionarios de la policía local le han interpelado y le han detenido. El motivo: tráfico de drogas. “Fue la embajada de Polonia quien tuvo que mover sus piezas para sacarme del atolladero. El amigo que me acompañaba -un cura opositor del régimen- tuvo menos suerte: antes de abandonar el aeropuerto de Hanoi resultó apuñalado por ‘desconocidos’.”

Según la asociación que dirige Than, “el número de presos políticos no deja de aumentar en Vietnam, y las penas de prisión son cada vez más duras para delitos como la traducción en vietnamita de artículos de Internet publicados por la embajada de los Estados Unidos. (...) Según otro informe, Vietnam ocupa el primer puesto en la clasificación de países en los que más se trafica con mujeres y niños. Acciones que se realizan a menudo con el consentimiento del gobierno.” En efecto, a menudo son los funcionarios públicos de Vietnam quienes encabezan esta mafia que se aprovecha de la pobreza de sus compatriotas.

La tierra prometida

En un país tan corrupto como Vietnam, todo puede negociarse. Robert Krzyszto, investigador del instituto de ciencias sociales de Paderewski, cuenta las condiciones de los viajes de quienes se exilian. “Un candidato a abandonar el país llega a pagar hasta 3.000 dólares, mientras su sueldo medio es de no más de 20 dólares mensuales. El trayecto dura por lo general varios meses, e incluso en ocasiones un año. Estos futuros refugiados son víctimas de raptos y engaños. Las mujeres, sobre todo, constituyen una “mercancía” muy codiciada por los proxenetas como esclavas sexuales u “objeto privado”; pueden llegar a producir 6.000 euros de beneficio. Los traficantes no dudan en recurrir a la tecnología moderna: en marzo de 2006, 3 jóvenes vietnamitas fueron puestos a subasta en la web de eBay. Precio de salida: 5.500 dólares. “Otra de las macabras tragedias”, subraya Krzyszto “es la de los ‘frigoríficos vivos’. Estas personas enviadas en avión hacia su destino fuera de Vietnam ignorando que su misión es transportar sus órganos en perfecto estado hasta que sus enlaces en Alemania o Francia los ejecutan y venden sus corazones o riñones.”

Una vez desembarcados en Polonia, los vietnamitas exiliados no acaban con sus problemas. Todo extranjero que entre sin papeles en el país se considera como clandestino por parte de las autoridades. Según la legislación que prima el derecho de sangre aún en Polonia, los hijos de inmigrantes ilegales, aunque nazcan en suelo polaco, seguirán siendo extranjeros. En cuanto al procedimiento para adquirir el estatuto de refugiado político, es largo y complejo. “La mayoría de los vietnamitas se niega a iniciar uno de estos procedimientos, pues sería declarado de inmediato como “enemigo de la patria” por las autoridades vietnamitas, lo que podría acarrearl amenazas y represión para sus familias. “Por eso”, concluye Krzyszto, “muchos vietnamitas prefieren quedarse en la clandestinidad, convirtiéndose así en objeto de chantajes innumerables”.

No les queda otra que trabajar en el mercado negro. “El alquiler de un trozo de acera en los alrededores del Stadionie Dziesiciolecia para vender baratijas o mercancías robadas cuesta unos 5.000 szlotys al mes (1.200 euros), sin contar el “tributo” para comprar el silencio de la policía. Algo parecido les sucede en los transportes públicos: ningún clandestino puede sentirse tranquilo en los autobuses de Varsovia. Los controladores confiscan a menudo los billetes de los viajeros vietnamitas mientras les dedican una sonrisa irónica: “¿Qué hacemos? ¿Llamamos a la policía?”. O se les unta con dinero o no hay salida para los clandestinos. “El soborno cuesta a menudo más que la multa por viajar sin billete”, explica el investigador Robert Krzyszto, del Instituto Paderewski anciend e Solidarnosc. “En general, las consideraciones éticas no tienen mucho efecto sobre la policía. Si en vez de buscar sobornos, se dedicaran a detener a los clandestinos, como deberían hacer, el problema sería mayor”, subraya Krzyszto. “También los médicos deberían denunciar a la policía a los pacientes sin papeles, pero nunca sucede”.

Durante nuestra charla, el móvil de Van Anh no ha dejado de sonar. La persona al otro lado del teléfono era siempre algún vietnamita en situación desesperada: una mujer pariendo, un detenido, etc. Cada día, pasan por nuestro lado miles de personas que nos son invisibles. Va siendo hora de que abramos los ojos.

Translated from Niewidzialne 30 tysięcy: Wietnamczycy w Warszawie