Política, Tweet, Política
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Carme Laguarda RipollImaginad un mundo donde la política se hace sólo a través de las redes sociales ¿Para qué sirven las personas? ¿Nos han sustituído nuestros perfiles? ¿Los posts son nuestras acciones? ¿Ha llegado la self made politics? Cada vez más políticos se escinden de sus partidos y se lanzan a hacer política en solitario. ¿Qué nos espera en un futuro?
Tomó su smartphone y tuiteó: “Son las 7h, buen despertar, zumo de naranja y napolitana de chocolate”. Al vestirse, encontró un par de flyers en el bolsillo, pero ya no se leían. Su agencia de prensa los había imprimido unas horas antes. Estaba furioso. ¿Cómo podían imprimir folletos con tan poca vida útil? Decidió llamar inmediatamente a sus lacayos. Sus dedos, todavía húmedos del agua con la que había lavado su perfil de feisbuk, no le permitieron marcar el número. Se los secó rápidamente entre tostada y tostada cuando, desgraciadamente, un pegote de mermelada cayó justo en la pantalla. Blasfemó como un diablo y maldijo a todo su equipo de organizadores. Entre dientes dijo: “¡Basta! Aunque Zwackenberg me fulmine, ¡en cuanto salga del muro los despido a todos!”.
Cuando llegó a la Plaza de la Republog, entró en la sede del partido gritando a todos los voluntarios que estaban organizando la campaña electoral. Vio un ratón correteando a lo largo del pasillo y, antes de que llegase al baño, lo cogió con las manos. Conectó su cola al primer PC que encontró y, bajo la mirada aterrorizada de todo el mundo (amigos, voluntarios y colaboradores) despidió a todo su personal con un simple click. Suspiró, aliviado. Con un solo click había borrado a todas las personas que lo habían ayudado en los últimos meses. Su rostro dibujó una sonrisa sarcástica. Decidió inmortalizarla con un selfie y lo posteó en su muro. Por fin tenía el control total sobre su campaña electoral y sobre su destino. Ya sólo le esperaba el congreso final del partido; y después, las elecciones.
Los días que faltaban para el congreso los pasó tranquilamente en su casa, sentado en su sillón. Con el móvil en la mano a todas horas, tuiteaba a un ritmo frenético. Se fotografiaba en el dormitorio, en el baño, cocinando: cualquier momento valía. Después enviaba las fotos a todos sus contactos nuevos o las colgaba en sus álbumes virtuales. Su usuario Flickr estaba tan lleno que tuvo que abrir dos más. Mientras tanto, gugel le había bloqueado el correo electrónico por “spamear a todo el país”. Así llegó al día antes de inauguración del congreso, convencido de haber llevado a cabo la campaña electoral más social de la historia.
El día del congreso se levantó temprano, cogió su smartphone y tuiteó: “Son las 7h, buen despertar, zumo de naranja y napolitana de chocolate”. Al vestirse, encontró un par de posts en el bolsillo, pero ya tenían algunas horas; se había olvidado de ponerlos en su muro. Acto seguido decidió colgar una foto suya, de punta en blanco para el gran evento. Sus dedos, todavía húmedos del agua con la que había lavado su perfil de feisbuc, le impidieron hacer la foto ideal y al final sacó solo su cuerpo sin cabeza. Se secó rápidamente las manos y, cuando se disponía a comerse una tostada, un pegote de mermelada cayó justo en la pantalla. Blasfemó como un burro y maldijo a todo su equipo de organizadores. Después, se paró a pensar un poco y empezó a reírse como un diablo.
Pasó por la calle del Ágora, pero le pareció más desolada que otras veces. Entre los tuits que revoloteaban por el aire y algún mensaje de audio que se oía a lo lejos, escondido en los callejones más estrechos, de repente, se sintió solo. Le pareció ver un tumbler abierto a unos pocos metros de distancia. Se acercó con paso seguro y aire sorprendido cuando, de repente, el propietario cerró las persianas. Su respuesta inmediata fue insultarle, y decidió dejarle un comentario negativo en su blog. Se arregló la chaqueta, respiró hondo y, buscando una razón cualquiera a la desolación que lo rodeaba, cogió el link habitual hacia la plaza de la Republog.
Al llegar a la sede del partido, encontró solamente algunos mouse correteando por los pasillos. No había nadie. La plaza donde se encontraba el edificio también estaba desierta. Sólo perros vagabundos y zorros de miradas resplandecientes merodeaban como sombras sobre el asfalto. De repente se sintió vacío y todo le dio vueltas. ¿Dónde estaban todos sus partidarios? ¿A quién iba a dirigir su discurso de clausura de campaña? ¿En qué se había equivocado? “Es imposible”, pensó. “Jamás ha habido una campaña más social que la mía”, dijo a su reflejo en un espejo. Después, mientras rumiaba qué hacer, vio un antiguo manifiesto que tenía muchos años. En él, había dibujadas varias personas caminando. En el cuadro, un viejo con un sombrero, chaqueta al hombro y mano en el bolsillo, guiaba a la muchedumbre. A su lado había una mujer con un retoño en su fular portabebés. Leyó la didascalia: “El Cuarto Estado”. Miró el cuadro pensativo y de pronto le pareció que décadas de historia pasaban frente a sus ojos. Dibujó una sonrisa sincera y miró al techo con la expresión de quien lo ha comprendido todo. De repente, ya no se sentía solo. Volteó de espaldas al cuadro y se dirigió hacia la ventana. El sol iluminaba perfectamente la figura que ahora sobresalía en primer plano respecto al cuadro, bien visible, al fondo. Se metió la mano en el bolsillo e, igual que había hecho los días anteriores, cogió su smartphone, lo levantó, dio las gracias al retardador y se inmortalizó.
Este texto forma parte del dossier navideño sobre el narcisismo, que consta de 5 artículos realizados por la redacción de Cafébabel en París.
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