Operación Palace: Jordi Évole juega a ser Orson Welles
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El falso documental de Jordi Évole sobre el 23-F cosechó una audiencia de 5 millones de espectadores.
Un farol demasiado arriesgado para unas conclusiones tan obvias que sin embargo ha conseguido generar debate y un sinfín de reacciones. Évole rescata al Follonero por un día.
“Si cuento de qué va, a lo mejor no lo podemos emitir”. Estas palabras fueron el anzuelo lanzado por el chico de oro del periodismo televisivo español para atraer al público a su último trabajo, que bajo el epígrafe Operación Palace prometía -por fin tras 33 años de dudas razonables e incógnitas sin despejar- ‘la verdad sobre el 23-F’, aquel golpe de estado frustrado en 1981 que hizo tristemente famoso al teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, quien tuvo secuestrado al Congreso de los Diputados durante 48 horas fatídicas.
Un reto que sin embargo parecía posible en manos del atrevido e irreverente Jordi Évole. El listón estaba por las nubes. Todos teníamos relativamente frescas las imágenes del periodista persiguiendo a todo un presidente de las Cortes Valencianas por una feria gastronómica entre una muchedumbre espontánea que no dudó en exigir explicaciones al susodicho por sus intentos de silenciar a las víctimas del accidente de metro de 2006 que costó la vida a 43 personas.
El accidente, que había pasado prácticamente desapercibido durante más de siete años se puso de repente en el centro del debate, y la concentración que las víctimas han venido llevando a cabo el día 3 de cada mes se convirtió por primera vez en una manifestación multitudinaria que motivó la reapertura del caso en los tribunales. Poca broma.
Con este precedente, la expectación generada por un especial de Jordi Évole sobre el 23-F era un caramelito, una emisión condenada a reventar los audímetros, como efectivamente sucedió. Más de cinco millones de espectadores se congregaron delante de sus televisores para asistir a lo que debió ser un totum revolutum y sin embargo fue… ¡un sainete!
No habría sido más evidente si hubiera mediado subida y bajada de telón al estilo Looney Tunes con su famosa cortinilla. That’s all, folks! El falso documental comienza con tono grave y riguroso presentando a los protagonistas de una supuesta reunión secreta en el Palace de Madrid que habría congregado a los principales líderes de todas las fuerzas parlamentarias para urdir un golpe de estado de opereta que habría de servir de dique de contención ante uno real que podrían haber dado los del ruido de sables, la versión oficial es del todo conocida.
3 y acción... ¡se rían, coño!
Pongan a José Luis Garci de por medio dirigiendo la trama cual vulgar TV movie con el beneplácito de Juan Carlos I, un coro de viejas glorias políticas encajando piezas del puzzle, reforzados a derecha e izquierda por el asentimiento de Luis María Ansón e Iñaki Gabilondo y todo empieza a tomar un tinte surrealista que va in crescendo -suponemos que intencionadamente- hasta casi rozar la charlotada. Y llega el clímax final en que, por si quedaba algún crédulo despistado, aparece Évole dando las explicaciones pertinentes.
Efectivamente nada fue real y si algo lo fue, sin duda es fruto de la casualidad o de la imaginación de un Jordi Évole que –al césar lo que es del césar- tuvo la osadía de marcarse un farol de dimensiones épicas ante una audiencia millonaria para llegar a una conclusión casi de perogrullo: los medios nos engañan y España es infinitamente más opaca que el resto de países de su entorno. ¿Para eso tanta traca?
La guinda llega con el debate a tres bandas con Gabilondo, el exministro de Defensa Eduardo Serra y la expresidenta del TSJ del País Vasco, Garbiñe Biurrun. Un coloquio que, más allá de constatar que ha habido un pacto tácito entre el Estado y los medios que ha permitido a la monarquía española vivir entre algodones hasta que la crisis y Botswana abrieron la veda, no tiene nada que aportar que no sea el ya tan manido “algo hay que hacer, algo hay que cambiar”.
Algún avispado televidente podría haber esperado que por lo menos alguna de las claves del 23-F que no se dan en el falso documental apareciera siquiera de manera velada en dicho debate. Nada más lejos de la realidad; el secreto judicial y la opacidad española sirvieron para dar carpetazo cómodamente al tema como si no quedaran muchos culpables libres y callados; en el fondo reforzando la versión oficial de manera indirecta, quién sabe si inintencionada.
¿nos engaña el engaño?
Y es que una consecuencia colateral de tomarle el pelo al espectador durante una hora para finalmente decirle que todo es mentira podría ser que éste respire aliviado y termine pensando que después de todo no estamos tan mal. Eso si no es de los que se han pasado riéndose para adentro desde el minuto diez, en cuyo caso la supuesta reflexión que se pretendía queda reducida a simple entretenimiento, cuando no a un ejercicio de política ficción.
En el peor de los casos, Operación Palace es una sutil y seguramente efectiva reducción al absurdo de otra teoría menos prosaica pero quizás no tan alejada de la cuestión: que el golpe de estado del 23-F fue una maniobra orquestada des de las altas esferas del Estado para legitimar la figura del rey como garante democrático en que la monarquía fue cualquier cosa menos un árbitro imparcial y aún menos un simple bombero.
A Jordi Évole cabe reconocerle, eso sí, el mérito de haber provocado con este último atrevimiento un sinfín de reacciones en casi todos los sentidos, generando debate de un tema quizás demasiado sacralizado durante tres largas décadas –ni que sólo sea el tiempo que dure el revuelo mediático-. Quizás lo suyo no sea hacer de Orson Welles, ni emular teorías conspiranoicas sobre la llegada del hombre a la Luna –su inspiración más directa en este caso-, lo que sí se podría decir es que el pasado domingo el Follonero volvió por un día.