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Ocupas por la libertad

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CulturaSociedadPolítica

Los ocupas de Ámsterdam representaron en su día toda una fuerza política que revolucionó la vida de la capital holandesa. Hoy, son los jóvenes del Este quienes aprenden a vivir en casas ocupadas.

Noche de verano en Ámsterdam. Cinco siluetas se apresuran por la Frederikstraat, al sur del centro-ciudad. Si todo sucede como han planeado, encontrarán su nueva morada a la vuelta de la esquina. El objetivo final se encuentra protegido por una puerta metálica verde. Unos empujoncitos bastan para salvar el obstáculo.

Se tardan años en echar a los ocupas

“Hace meses que preparamos esta acción”, cuenta Anna, una de las participantes. La organización consiste “en dar bandazos interminables por la ciudad para observar bien el estado de los inmuebles y algunas llamadas telefónicas a las autoridades para certificar que el lugar no está habitado”.

Según la legislación holandesa, si una vivienda queda libre durante más de un año, se convierte en una casa ocupa potencial. Una vez que el alojamiento es ocupado, el propietario se encontrará con toda clase de dificultades para desalojar a los huéspedes indeseados. “Antes o después, tendremos que abandonar el lugar, pero mientras tanto el propietarios deberá demandarnos ante los tribunales y obtener una orden de expulsión. Puede tardar años en lograrlo”, aclara Anna.

Esta joven polaca de 21 años, originaria de Stettin, se muestra satisfecha de su conquista. El moho recubre las paredes, y la solería apenas se presiente bajo la espesa capa de polvo y desperdicios. “Vale, habrá que remangarse antes de poder instalarnos”, le espeta a sus futuros compañeros de piso Peter, Kasha, Toms y Chechv.

Una escuela de aprendizaje social

Entre los miembros del grupo, sólo Peter es de Ámsterdam. Chechv es checo y los demás, polacos. Siguiendo la pista de muchos otros jóvenes europeos del Este, han acudido a la capital holandesa estos los últimos años para unirse al movimiento ocupa.

“He venido expresamente a Ámsterdam para vivir en una casa ocupa”, precisa sin complejos Anna. “Me gusta la cultura holandesa, y una experiencia como esta no puede sino venirme bien para el futuro”. Anna tiene muchos proyectos en mente: “Quisiera abrir un centro de acogida para jóvenes desfavorecidos en Polonia. En una casa ocupa, puedo aprender cosas que me sirvan después.”

Para muchos ocupas, las casas ocupadas son antes una escuela de vida que un centro de activismo político. “Cómo me voy a preocupar de la política”, exclama Anna, “si ni siquiera soy de aquí ni conozco los problemas de Holanda.”

Peter, que ha logrado rularse ya el primer porro, asiente: “Nuestra generación es distinta a la del movimiento ocupa de los años ochenta. No montamos grandes acciones para llamar la atención; sólo buscamos un sitio donde vivir.” Luego, añade: “aquí todos tienen su habitación, mientras que en los ochenta una estancia solía ocuparse por 20 personas”.

¿Un movimiento apolítico?

A sus 43 años, el periodista Eric van Duivenvoorden forma parte de aquella vieja generación. Acaba de publicar un libro sobre los ocupas de Ámsterdam, algo así como una biografía del movimiento ocupa holandés. Él mismo vivió en una casa ocupa entre 1980 y 1985, durante lo que denomina como “la edad de oro”. Lo que les reprocha a los jóvenes es su carencia de compromiso político. A su juicio, “el movimiento ocupa corre el riesgo de verse reducido a una subcultura marginal”, y mantiene que el número de ocupas ha pasado en Ámsterdam de los 20.000 de su época a los 500 de hoy.

Van Duivenvoorden y sus colegas deseaban cambiar el mundo. “Éramos más bien radicales, muy politizados y buscábamos la confrontación con las autoridades”, recuerda. Era la carencia de alojamiento disponible en la capital de los Países Bajos la que provocó el movimiento. En los años ochenta, a pesar de la penuria inmobiliaria, muchos edificios en el centro de la ciudad permanecían vacíos: una contradicción sufrida como una injusticia por parte de los ocupas. “Muchos propietarios no alquilaban las viviendas a la espera de que aumentase el precio del alquiler”, apunta Van Duivenvoorden.

Este periodista se acuerda muy bien de las barricadas de entonces, de los combates en plena calle y de los primeros grandes éxitos. “El gobierno tuvo que ceder al final y presentarnos algunas concesiones. De modo que se lanzaron programas de construcción de viviendas sociales y muchas casas ocupas fueron regularizadas.” Las casas ocupadas fueron compradas por la municipalidad, obteniendo sus ocupantes el derecho a habitarlas. Hoy, esas casas se han convertido en su mayoría en centros culturales.

“Los ocupas tienen una inmensa fuerza política en los Países Bajos”, resume Van Duivenvoorden. A su entender, el movimiento sigue de plena actualidad. “Ámsterdam sigue careciendo de vivienda suficiente y las autoridades municipales deben luchar contra ello. Aun débiles, los ocupas son los protagonistas de esta lucha: son como un pepito grillo muy beligerante en la conciencia de quienes mantienen viviendas vacías.” Van Duivenvoorden espera que este movimiento nacido en Ámsterdam influya en otros países europeos. “Sería genial que los jóvenes del Este introdujeran el movimiento en sus respectivos países. Podrían hacer evolucionar la situación de allí.”

Durante un trayecto en tren hacia Alemania, nos encontramos con Katrin. Viaja sin billete entre Francfort y Würzburg. Esta joven eslovaca de 26 años, cuyo destino final es Praga, viene de vivir en una casa ocupa en Ámsterdam. “Llevaba dos años en la casa ocupa y ahora necesitaba evadirme, irme de vacaciones.” La vida en la casa ocupa le ha resultado “una magnífica experiencia de libertad”. ¿Desea importar el modelo a su país? No se la ve muy convencida. “Uno de mis amigos vivió un tiempo en una casa ocupa de Bratislava. Él y sus colegas fueron evacuados a la fuerza por una unidad de policía antiterrorista”. Para una joven como Katrin, Europa del Este sigue aún lejos del modelo liberal de vida. Por eso piensa regresar a Ámsterdam enseguida. “O quizás a Barcelona, para fundar una casa ocupa por allí.”

Colaboró Thijs Lammers, de nuestra redacción en Ámsterdam

Fotos de Christian Lindner

Translated from Osteuropa squattet in Amsterdam: Das Gespenst der Freiheit