Occupy Gezi: la REVOLUCIÓN SOCIAL CONTRA ERDOGAN
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Mariana La GrecaLos enfrentamientos de la Plaza Taksim, la violencia de la policía y el silencio de los medios de comunicación son tan sólo la última muestra de un descontento que campa desde hace ya tiempo en Turquía.
La mano dura del primer ministro Erdogan al llevar a cabo una campaña antiliberal contra una cultura, a su parecer, demasiado occidental amenaza con poner a prueba la todavía frágil identidad turca, a caballo entre los intentos modernistas y las antiguas tradiciones otomanas.
La revolución turca ha estado marcada por el silencio ensordecedor de los principales medios de comunicación sobre las manifestaciones que han ido surgiendo en todo el país. Mientras la noticia se propaga por internet, la televisión nacional opta por transmitir reality shows, documentales y repeticiones de películas antiguas. No es nada nuevo, pero tampoco lo es la tan "ansiada" primavera turca, segunda parte de la árabe.
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Ninguno de los manifestantes ha puesto en entredicho la legitimidad de las elecciones que llevaron al poder al AKP de Recep Tayyip Erdogan. Es más, difícilmente los manifestantes podrían acusar a su primer ministro de haber arrastrado a Turquía al abismo. El país ha experimentado un boom económico sin igual, aprovechando su situación estratégica entre los mercados europeos y Oriente Medio (antes de verse envuelta en una guerra civil, Siria ostentaba la primera posición a este respecto). Además, las grandes ciudades no sólo han registrado un aumento del PIB superior al 11% sino que también están recibiendo un gran flujo de inmigrantes que, enriquecidos con su experiencia en el extranjero, regresan a casa en busca de un futuro mejor.
Una protesta por la libertad
Pero los turcos tienen miedo. Miedo a perder la libertad conquistada de 1922 en adelante. Turquía, tras convertirse en un ejemplo a los ojos de Occidente por su fama de modernidad, se encuentra al borde de una nueva Edad Media social. Los primeros indicios se vieron cuando las críticas al gobierno fueron acalladas con cárcel y leyes especiales. La deriva islámica y neoliberal de Erdogan, y su intento de reescribir la constitución (en Turquía es casi tan sagrada como el Corán), es lo que ha desencadenado el descontento que hasta ahora se había contenido gracias a los resultados obtenidos en otras áreas. Y quizás también se habría atrevido a modificar la Carta de Atatürk, padre de la patria, si detrás de él no se percibiese la deriva de los grupos reaccionarios de la antigua élite religiosa.
Aunque de mala gana, muchos turcos podrían seguir impasibles ante la prohibición de beber alcohol en los bares (en el fondo, el país no reniega en absoluto de su cultura musulmana), pero los ataques continuos a la vida privada de las personas (como la prohibición de las muestras de afecto en público, por ejemplo), sumado a la certeza inamovible del primer ministro de haber recibido un mandato casi celestial después de que el pueblo lo eligiera, han chocado de frente con la mentalidad de la sociedad, acostumbrada a un mayor grado de libertad.
La amenaza autoritaria
Erdogan estaría en posición de realizar grandes cambios en el país, pero para poder imponerse de manera tan radical necesita el apoyo de la población.
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El desafío que espera Erdogan es, por tanto, las elecciones de 2014. Aunque sobre el papel parece contar todavía con más del 50% de los votos, la situación podría degenerar pronto, precisamente cuando pretende modificar la constitución haciendo una gira presidencialista por el país para más tarde presentarse a las elecciones y seguir en el poder hasta 2023. En esos diez años, Erdogan podría realizar grandes cambios en el país, pero para poder imponerse de forma tan radical se necesita mucho más que una victoria política. Requiere el apoyo de la ciudadanía o, al menos, necesita aislar a sus enemigos internos. Sus reparos sobre el peligro de las redes sociales y la gestión personal de los medios de comunicación parecen ser tan solo algunos de los obstáculos que se interponen en su camino. También aquí se percibe una clara diferencia con las revueltas que caracterizaban la primavera árabe. En Turquía los sucesos se esconden o se obvian, mientras el ministro vuela a África y se echa encima de quienes hacen un uso ilegal de la televisión. Las televisiones extranjeras cubren los acontecimientos, pero no aportan un apoyo esencial a la causa. Al igual que no lo hacen los tweets desde el extranjero. Los manifestantes saben qué está ocurriendo, pero no cuentan con los medios para coordinarse entre sí.
La única esperanza reside en el Presidente de la República de Turquía, Gül, que se ha declarado dispuesto a escuchar las peticiones de los manifestantes y a secundar algunas en nombre de la paz social. Queda por ver si se trata de una decisión sincera o si Gül solo intenta ganar algo de tiempo mientras Erdogan regresa de África. Erdogan ya ha prometido que no va a dejar ningún espacio a los manifestantes, y también hay que temer las reacciones que han tenido la élite y la policía ante las decisiones de las televisiones turcas de mostrar las imágenes de las manifestaciones. Los periodistas han sufrido ataques y menosprecios y fuentes no confirmadas hablan de agresiones físicas y persecuciones en los estudios de televisión.
Mientras tanto, en Smirne, Ankara, Estambul, la protesta continúa. Como han comentado recientemente los medios internacionales, los jóvenes que comenzaron abrazando árboles han logrado abrazar toda Turquía, y han recibido la solidaridad del mundo entero. Un resultado señalable en un país en el que te pueden detener por un tweet.
Foto: portada e imágenes #occupygezi © Political Comics/Gianluca Costantini; Gezi Park (cc) Nar Photos/facebook; cuenta de Twitter de Erdogan (cc) occupygezi/Facebook.
Translated from Occupy Gezi: la rivolta sociale contro Erdoğan