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Noé Bonillo, El hombre que cortó 92 kilos de jamón

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BrunchSociedad

Dice que siempre ha estado enamorado del jamón. Nadie que hable con él más de dos minutos le llevará la contraria. "Unos pocos afortunados nos podemos dedicar en exclusiva a cortarlo", declara orgulloso. Noé Bonillo es Maestro Cortador, y no uno cualquiera. Aficando en París, hace justo una semana superó el primero de los récords mundiales que le rondan por la cabeza.  

En Es­pa­ña, cor­tar el jamón a mano es una pro­fe­sión. Un ofi­cio. Aun­que pueda re­sul­tar cu­rio­so, in­clu­so su­rrea­lis­ta, lo cier­to es que la ac­ción re­quie­re mucha más téc­ni­ca de la que uno pueda pen­sar. "Se ne­ce­si­ta una buena dies­tra, a parte de mucha prác­ti­ca", dice el Maes­tro. Hace tan solo tres meses que Noé de­ci­dió cam­biar Va­len­cia por París. Allí, sin co­no­cer el idio­ma, em­pe­zó a tra­ba­jar en Les Grands d’Es­pag­nebou­ti­que de pro­duc­tos gas­tro­nó­mi­cos se­lec­tos si­tua­da en un cén­tri­co pa­sa­je de la ca­pi­tal fran­ce­sa. Lugar que, casi sin es­pe­rar­lo, se ha con­ver­ti­do en sede de un Re­cord Gui­ness, ese con­jun­to de ha­za­ñas pe­cu­lia­res que al­gu­na per­so­na en el pla­ne­ta se pro­po­ne lle­var a cabo.

8 horas y 18 mi­nu­tos

Lunes 25 de no­viem­bre. Son las 5 de la tarde pa­sa­das y Noé lleva más de seis ja­mo­nes cor­ta­dos, en ocho horas de tra­ba­jo. Apro­ve­cha la pausa para coger aire y me sa­lu­da dán­do­me el an­te­bra­zo. Sus dedos están com­ple­ta­men­te im­preg­na­dos de la grasa que sus víc­ti­mas han ido re­ga­lán­do­le du­ran­te la ope­ra­ción. Aun­que su cuer­po em­pie­za a de­rra­mar fa­ti­ga, su gesto es op­ti­mis­ta. "Me veo bien", dice mien­tras hace los ejer­ci­cios de ca­len­ta­mien­to que su pre­pa­ra­dor fí­si­co, allí pre­sen­te, le ha man­da­do. "Así con­si­go que me lle­gue bien la san­gre a los dedos", dice mien­tras co­rre­tea por los rin­co­nes del Pas­sa­ge des Pa­no­ra­mas ha­cien­do as­pa­vien­tos. Cuan­do se de­tie­ne para con­ver­sar, Noé no me mira a los ojos. No lo hace por des­cor­te­sía: el Maes­tro Cor­ta­dor es un cha­val ama­ble, pero le cues­ta fijar la mi­ra­da en su in­ter­lo­cu­tor des­pués de tan­tas horas cla­van­do la vista en las patas de cerdo. Aún así, se dis­cul­pa.

Un flujo cons­tan­te de per­so­nas pasa por de­lan­te del mos­tra­dor, y pocos son los que no giran la ca­be­za para ob­ser­var qué su­ce­de tras el enor­me cro­nó­me­tro di­gi­tal y los ja­mo­nes pro­fa­na­dos que cuel­gan pe­ga­dos al es­ca­pa­ra­te de la tien­da, a modo de tro­feos. Al­gu­nos cu­rio­sos toman fo­to­gra­fías. Otros frun­cen el ceño y se pre­gun­tan qué es­pe­cie de ri­tual pa­gano está lle­ván­do­se a cabo al otro lado del cris­tal. Al­gu­nos le desean suer­te. "Llevo todo el día pen­san­do en ti, para que lo con­si­gas", le dice una mujer es­pa­ño­la de más de cin­cuen­ta años. Aun­que suene a de­cla­ra­ción de amor, lo cier­to es que la ora­ción tiene más de ple­ga­ria que de ro­man­ti­cis­mo. Él, cor­tés, agra­de­ce los áni­mos con un guiño rá­pi­do y un beso lan­za­do al aire, con la mano que le queda libre del cu­chi­llo.

Nin­guno de los allí pre­sen­tes puede de­gus­tar el jamón. No es una cues­tión de ava­ri­cia, más bien al con­tra­rio: a parte de ne­ce­si­tar la in­te­gri­dad del jamón cor­ta­do para pe­sar­lo y ha­cer­lo cons­tar en el acta, la to­ta­li­dad del des­pie­ce será des­ti­na­da a un co­me­dor so­cial. O sea que ade­más de hom­bre ré­cord, Noé puede con­ver­tir­se en santo pa­trón de los des­fa­vo­re­ci­dos a ori­llas del Sena. Para estos casos, su nom­bre le viene como ani­llo al dedo.

Un señor con barba y cha­le­co, ár­bi­tro de pro­fe­sión, con­tro­la me­ticu­losa­men­te con su cro­nó­me­tro que el cor­ta­dor no re­ba­se ni un sólo se­gun­do el tiem­po per­mi­ti­do de des­can­so. Por eso Noé le pide a su pre­pa­ra­dor que le avise "cuan­do que­den diez se­gun­dos". Así lo hace. De­mos­tran­do la con­fian­za en sí mismo, el joven cor­ta­dor cal­cu­la el tiem­po exac­to que le queda, guia­do por la cuen­ta atrás de su com­pa­ñe­ro. Apro­ve­cha las úl­ti­mas bo­ca­na­das del aire frío de no­viem­bre, efec­túa sus úl­ti­mos es­ti­ra­mien­tos, coge el cu­chi­llo por el mango y sigue cor­tan­do. El con­tac­to del hie­rro con la pieza se pro­du­ce justo en el mismo ins­tan­te que su en­tre­na­dor pro­nun­cia el "cero". La si­tua­ción está to­tal­men­te con­tro­la­da. Nadie que vea la se­gu­ri­dad que em­plea Noé en cada gesto, a pesar del evi­den­te y jus­ti­fi­ca­do can­san­cio fí­si­co, du­da­rá que pueda con­se­guir su reto.

A corte de ré­cord

Al día si­guien­te Noé sigue cor­tan­do jamón. Así lo hace hasta las seis de la tarde, cuan­do su­pera las 33 horas, ese lí­mi­te que él y su ob­se­sión por esta cifra si­mé­tri­ca se han im­pues­to sin con­fe­sar­lo a nadie. En total ha con­ver­ti­do 30 pier­nas de cerdo en 92 kilos de finas lon­chas de jamón ibé­ri­co, pro­cla­mán­do­se cam­peón del mundo. Te­nien­do en cuen­ta que la marca a batir era la de las 24 horas, el ré­cord queda más que su­pe­ra­do.

Dos días des­pués, cuan­do me reúno con él en el lugar de los he­chos tras un me­re­ci­do des­can­so, el Maes­tro Cor­ta­dor to­da­vía tiene la mano de­re­cha hin­cha­da. Aun­que eso no le im­pi­de se­guir cor­tan­do ni ser­vir a los clien­tes que se acer­can a pedir un bo­ca­di­llo o sim­ple­men­te a darle la en­ho­ra­bue­na. Cor­tar, cor­tar y cor­tar. Hacer de este verbo mi­sión y ofi­cio, con la ines­ti­ma­ble ayuda del que según él es sin nin­gu­na duda "el mejor em­ba­ja­dor de la gas­tro­no­mía es­pa­ño­la". A sus 27 años, y pese a con­tar con una for­ma­ción com­ple­tí­si­ma en tér­mi­nos de hos­te­le­ría, Noé tiene bien claro cuál es su lugar en el mundo. Y éste se en­cuen­tra al lado de un jamón ibé­ri­co. "Mi in­ten­ción es se­guir pro­gre­san­do, ir cada vez a más. Mucha gente me dice que he te­ni­do suer­te, pero esta suer­te la he bus­ca­do a base de es­fuer­zo", ar­gu­men­ta, evi­den­cian­do su am­bi­ción po­si­ti­va y sus ganas de cre­cer. Como él mismo dice, la ca­sua­li­dad no ha sido el motor de su pro­me­te­do­ra ca­rre­ra. El tra­ba­jo y el ta­len­to, como en todo, tie­nen la culpa. Cam­peo­nes de Es­pa­ña en corte de jamón salen todos los años. Re­cord Gui­ness cam­peo­nes del mundo sólo hay tres, y Noé es uno de ellos.

Cuan­do se habla con una per­so­na como él, car­ga­da de ener­gía de los pies a la ca­be­za, es im­po­si­ble no pre­gun­tar por pla­nes de fu­tu­ro. "Mi ob­je­ti­vo es mos­trar la be­lle­za y el sabor del jamón ibé­ri­co de be­llo­ta a todo el mundo", me cuen­ta. De mo­men­to ya ha re­ci­bi­do unas cuan­tas lla­ma­das. De la em­ba­ja­da es­pa­ño­la en Nueva York, por ejem­plo. "Batir el re­cord me ha ser­vi­do para ha­cer­me una pu­bli­ci­dad im­pre­sio­nan­te", con­fie­sa.  Su in­ten­ción es con­ver­tir­se en un au­tén­ti­co em­ba­ja­dor del pro­duc­to, si­guien­do la es­te­la del gran Flo­ren­cio San­chi­drián. Y lu­char para que su pro­fe­sión, la de Maes­tro Cor­ta­dor, esté re­gu­la­da en su país. "Los es­pa­ño­les mu­chas veces no sa­be­mos ven­der­nos ni va­lo­rar lo que te­ne­mos", dice. "Los fran­ce­ses, por ejem­plo, han sa­bi­do ex­por­tar el cham­pag­ne como buque in­sig­nia de su gas­tro­no­mía, como un aris­tó­cra­ta". Quizá por eso, él pro­po­ne el si­guien­te tra­ta­do in­ter­na­cio­nal: "para míel mejor ma­ri­da­je para un buen jamón ibé­ri­co de be­llo­ta es el cham­pag­ne".

Mien­tras ha­bla­mos no de­ja­mos de sa­li­var. Es im­po­si­ble, en tal con­tex­to, re­sis­tir­se a de­gus­tar el pro­duc­to. "Me­nu­do sabor", le digo mien­tras su­cum­bo a los en­can­tos de las finas lon­chas de jamón. "Es adic­ti­vo", añade él. Y razón no le falta. Su adic­ción no se la puede dis­cu­tir nadie.