Niños refugiados: a pie de Afganistán a Roma
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Elena Urbina Soriano"En diciembre de 2008, encontré en un autobús a cuatro chiquillos afganos. Me ha impactado su sonrisa, el racismo del autobús, la distracción de todos. Habían llegado aquella misma tarde, a pie, la noche que el Tíber se desbordaba. Aquella tarde me los llevé conmigo, pero las cosas no han salido como pensaba...".
Así comienza el relato de Carlota Mismetti Capua, periodista italiana que ha compartido su experiencia en un grupo de Facebook
La historia empieza en el autobús 175. Nadie quería sentarse al lado de ellos porque estaban sucios, eran extranjeros, diferentes. "La gente murmuraba: ah, estos rumanos asesinos -continúa Carlota- pero no eran rumanos. Eran afganos. Es fácil clasificar a las personas por categorías, las categorías matan a las personas. Y el racismo está en un 'slip of the tongue', como dicen los ingleses, se resbalan de la lengua casi sin querer. Y se es racista de golpe, sin ni siquiera darnos cuenta, tomando por rumano a un afgano, a un menor por un asesino, una persona que tiene necesidad de un enemigo".
Trata de niños
Akhmed y sus compañeros de viaje han recorrido 5.000 kilómetros en cuatro meses, atravesando cinco países: a pie por Afganistán, Irán y Turquía; en Grecia hacinados a cientos a bordo de un camión: en barco hasta Bari y, desde allí, en un tren cualquiera directo a Roma. Venían de Tagab, una aldea de las montañas de Afganistán en la frontera con Irán. Pocas casas, se vive del pastoreo. Pero es también un punto estratégico para el tráfico de opio y la trata de niños.
Sus padres han pagado a los traficantes una cifra que oscila entre los cinco mil y los diez mil dólares. Esta transacción financiera permite el ingreso ilegal dentro de un país, con un destino final desconocido, donde los menores, según la declaración de Save the Children, se ven obligados a ejercer la prostitución, la mendicidad, robos, venta ilegal, trabajo agrícola, cría de ganado, adopciones internacionales ilegales y, se presume, tráfico de órganos. No es fácil salir de estas redes que también se dedican al contrabando (de armas, drogas, tabaco, etc.).
La historia de estos niños está también en las estadísticas difundidas cada año por varios centros de investigación. Según la encuesta nacional 2007 de Anci (Asociación Nacional de Ayuntamientos Italianos), en 2006 llegaron más de 7.800 menores extranjeros no acompañados a Italia (sobre todo varones de entre 15 y 17 años), pero cerca de dos tercios se han escapado de los centros de acogida por miedo a la repatriación. El Istat (Instituto Nacional de Estadística Italiano) habla de 9.000 menores irregulares comunicados por las comisarías italianas.
Al alcanzar los dieciocho años se convierten en irregulares y entran oficialmente en el túnel de la clandestinidad hasta que encuentran un trabajo regulado. A menos que la comunidad que los ha acogido encuentre para ellos un recorrido creíble: colegio, amigos, un trabajo de aprendiz, los procedimientos necesarios para conseguir los documentos, sobre todo si se viene de países en guerra y se tiene derecho al asilo político.
La acogida en la Pirámide Cestia
Roma, en particular el área que rodea la Pirámide Cestia, representa un centro de 'clasificación' para los menores afganos, que pueden contar con la red de contactos de sus compatriotas ya asentados en Italia. Allí deciden si seguir hacia otras ciudades italianas y europeas o quedarse en la capital. De los cuatro niños encontrados en el 175, solo Akhmed se fió y aceptó la ayuda de Carlota. El único mayor de edad consiguió que se perdiese rápidamente su pista, uno se fue a Suiza, el más pequeño a Londres. Akhmed ha estado en varias casas de familias romanas. Hasta la mayoría de edad tendrá derecho a un techo, comida y asistencia médica básica proporcionados por el ayuntamiento de Roma, en virtud de la Convención ONU sobre los derechos de la infancia y la adolescencia ratificada por Italia. "Pero es una asistencia de bajo nivel, como dicen los expertos -denuncia Carlota- para los sueños y necesidades de estos niños no hay tiempo, no hay profesionalidad. En las comisarías nadie habla francés ni inglés. Y además la escuela que se les ofrece, en vez de ser la más avanzada es la más básica". Sin contar que el Paquete de Seguridad aprobado por el Gobierno italiano el 23 de julio de 2008, ha limitado esta protección, además de estar abiertamente en contra de algunas convenciones internacionales en temas de inmigración y protección de los derechos humanos.
Akhmed está en Italia desde diciembre de 2008. "Le gustaría estudiar, aprender mejor el italiano. Es hijo de profesores que le han transmitido el amor por la cultura -continúa Carlota- en septiembre se inscribirá en una escuela para extranjeros para obtener el grado medio de estudios, después no se sabe. Pero hace ocho meses que está aquí con nosotros, y aún no ha tenido un día de colegio: pierde su tiempo, que es la cosa más preciada que le queda".
Carlota Mismetti Capua tiene un sueño: conseguir fondos para ayudar a Akhmed a continuar con sus estudios. Todos los contactos estan el blog La ciudad de Asterix y en el grupo de Facebook.
Translated from Bambini rifugiati: a piedi dall’Afghanistan a Roma