Necesitando a Turquía.
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maría vivarNo es cierto que la cuestión de la adhesión de Turquía a la Unión Europea requiera una respuesta urgente. Turquía es, sin duda alguna, uno de los países candidatos a la adhesión que más puede ofrecer a los europeos.
Europa, más que Turquía, podría algún día, arrepentirse de su moratoria. La entrada de Turquía en la Unión Europea no se ve afectada ni por ni el hundimiento del bloque soviético, cuya inquietud por evitar que repercuta sobre la economía o la política turcas ha contribuido enormemente, con la ayuda de la influencia americana, en 1959 a la demanda turca de asociación, ni por la aceleración de la integración a Europa de una Grecia que no tenía, a finales de los años 60, apenas intención de integración, ya sea en términos económicos como en términos políticos, al contrario que Turquía entonces e incluso hoy día; (es además una pena que con cierta periodicidad se empeñe - 1985, 1988, 1994 y actualmente - en aislar a Turquía). Tampoco son obstáculos mayores la evolución de las instituciones o de la vida política turcas, o una economía que insiste en admitir debilidades, algunas graves, aunque sea también conocida por espectaculares avances. Por lo demás, Turquía aportaría a la Unión Europea dos triunfos: en primer lugar, una frontera con Asia, más concretamente, con la parte turca ex soviética de Asia central, y con la parte de Oriente Medio iraní y árabe, frontera que, a diferencia de Rusia, extraordinariamente presente en esta región en términos comerciales, no existe hoy día y por lo tanto no son posibles las relaciones transmediterráneas con el Magreb; en segundo lugar, la experiencia directa de la gestión, como parte integrante de una herencia espiritual y cultural, sin las ambigüedades e inconvenientes de un pasado de relaciones coloniales o de una condición minoritaria (como en los países de la ex Yugoslavia) de una religión: el Islam, que debe dejar de alimentar los fantasmas y temores del Occidente europeo y que, tal vez a este precio, podría hacerlo.
Las reticencias europeas
¿De dónde procede, ese tipo de reacción alérgica, que sigue mostrándose reacia, dentro de algunos medios dirigentes europeos, a tener un compañero turco? Evidentemente, no se debe, sea cual sea la pertinencia de los argumentos explícitamente avanzados, a las insuficiencias, que existen, en la política democrática turca. Ni a la inestabilidad, existente sin lugar a dudas, en la economía del país. Ni a las subsecuentes carencias en materia de política social. Por un lado, hay que admitirlo, desafortunadamente, el confuso recuerdo de una larga amenaza turca sobre los territorios del sur de la Europa cretense y las oleadas de violencia que han marcado tanto el hundimiento del régimen imperial como el advenimiento de la República. Por otro, el miedo al peso y al dinamismo demográficos turcos. Es decir, seguramente los pequeños grupos migratorios, llevados por este dinamismo y por la desigualdades en el nivel de vida entre Turquía y el resto de Europa, podrían, en breve, beneficiarse de la libre circulación de personas, la cual, junto con la libre circulación de mercancías, constituye una de las dimensiones fundamentales de la integración europea. Pero también, pensemos más detalladamente en lo que supondrá, dentro de los equilibrios políticos europeos, para las instituciones constantes, la llegada de un país de unos 70 millones de habitantes. ¿Se olvidará la Europa Occidental de que Turquía, desde el siglo XVI y hasta los albores del siglo XX, ha jugado en diversas ocasiones un papel decisivo en el equilibrio europeo y de que la fórmula irónica en uso para designarla era ciertamente el hombre enfermo pero de Europa? Lo que, bien antes de Ataturk, y desde Tanzimat, justificaban ampliamente las decisiones reformistas (al menos tantas como muchos otros gobiernos europeos) de la Frontera. ¿Se olvidará del peso que ha supuesto, durante la segunda guerra mundial, la neutralidad turca?
¿Un modelo político turco?
Aunque la democracia turca no es perfecta ¿pero es el quid de la Grecia de los coroneles?- en diversos ámbitos, hay mucho que aprender de Turquía. Primero, en materia de lo que los turcos llaman laicidad, y que, por tener poco que ver con la laicidad francesa y no estar libre de escoria, es la única construcción que tiene permiso en un Estado de tradición musulmana para formar un marco duradero para el ejercicio de esta religión, una religión que, sin tener parte nula en otros países de Europa, es necesario insistir en que, quizás por haber sido siempre percibida como una religión alógena, encuentra un estatus adecuado. Pocas sociedades al igual que la turca dan fe, en materia de vida asociativa, de una vitalidad análoga a la suya, tanto en territorio nacional como en el seno de la diáspora. En cuanto a las debilidades que se insiste en imputar a las que las instituciones y la vida política turcas, recordemos que Occidente, en determinadas ocasiones, guerra de Afganistán, guerra del Golfo no ha repugnado a acomodarse a ellas. Por otra parte, no se entiende por qué el argumento del acercamiento político, que ha podido avanzarse para acoger a otros países en el seno de la comunidad europea, no valdría en el caso de Turquía; también está incluida la perspectiva de contribuir a la solución de los problemas tan delicados como el problema kurdo o el de Chipre o incluso los contenciosos entre griegos y turcos.
Reevaluar la economía tuca a la luz de otros países europeos
La economía tuca permanece inestable, corroída por el desequilibrio de las cuentas interiores y la inflación, pero no hay que ocultar los motivos: el comportamiento pasado de la Unión Europea o de algunos de sus miembros; el embargo al que se encuentra sometido Irak, que esteriliza la actividad de los oleoductos Irak-Mediterráneo sin que se perfilen, en sustitución (excepto para cerrar el Bósforo a los petroleros rusos) los oleoductos Rusia-Anatolia-Mediterráneo. También es necesario medir lo que ha sido, desde los años 70, el esfuerzo de apertura y modernización de una economía anteriormente introvertida y marcada por el intervencionismo de Estado; el esfuerzo por retomar el equilibrio entre las zonas occidentales o pónticas tradicionalmente desarrolladas y el Este anatola; el esfuerzo por desarrollar infraestructuras (presas, aeropuertos, autopistas, redes de transporte interurbano, redes urbanas de aducción de agua y de saneamiento, parque inmobiliario parques inmobiliarios de una calidad de la que España, Italia meridional, Grecia, diversas zonas de desindustrialización de Europa del Norte, gran parte de los países del Este presentidos por la adhesión no podrían vanagloriarse). Éste no es más que un pequeño triunfo para Turquía, por no haber, a pesar de su esfuerzo de desarrollo industrial, sacrificado su agricultura y ser autosuficiente en el plano alimentario. Sin duda alguna podemos, en la justa medida, alarmarnos de la importancia de la economía informal que, además de presentar a las finanzas públicas turcas, problemas temibles, es difícilmente compatible con una regulación de la economía de tipo comunitario. Pero, ¿e Italia del sur? ¿Y Polonia?
Si las políticas sociales turcas siguen siendo insuficientes en materia de lucha contra las desigualdades, de desarrollo de las negociaciones colectivas y de libre desencadenamiento de los conflictos colectivos, de salud, de protección social en general, y más particularmente de protección de menores contra el trabajo, así como de las personas ancianas y discapacitadas, también faltan notablemente verdaderas políticas sociales comunes, en otros muchos países de la Unión. También se incluye en ésto el tema de la división del PIB entre los ingresos monetarios y laborales, o aquellos del régimen jurídico de las negociaciones colectivas y del recurso a declararse en huelga, y esto en un país que ha estado entre los primeros miembros.
La vitalidad demográfica de Turquía: un triunfo para Europa
Que la demografía turca pueda inquietar a países que son ya presa del pánico al estar sumergidos por pequeños grupos migratorios, no es realmente sorprendente. La población turca se ha doblado en 30 años. El éxodo rural ha aumentado fuertemente en el transcurso de este mismo período, y la proporción de la población urbana en relación a la población total se ha doblado igualmente. Ciertas aglomeraciones han visto, en un cuarto de siglo, como se multiplicaba por veinte el número de sus habitantes. Sin que la estrategia de desarrollo urbano haya estado siempre a la altura de un reto a llevar a cabo (aunque lo haya sido a menudo y Turquía conozca poco chabolismo y delincuencia). Queda decir que la degradación de la demografía de los países miembros de la Unión hace necesario, un aporte de sangre nueva. Turquía puede traerlo. Turquía desborda vitalidad. Una vitalidad abierta al mundo. Gran cantidad de escritores turcos mujeres mayoritariamente escriben en alemán, en inglés. Una gran proporción de la mano de obra que es capaz de ofrecer está cualificada, sea o no emprendedora existen más de 50 000 pequeñas empresas turcas en Europa. Una preparación y un espíritu de empresa que no costarán caro, en gastos de educación y de ayuda a la creación de empresas, a las contribuyentes europeos. Éstos podrían ser solicitados para apoyar una parte de los costes de transición que comportaría, inevitablemente, si se quiere que la operación no se convierta en un desastre, la realización de los ajustes necesarios, en caso de adhesión, entre la economía turca y otras economías europeas. Es una pena, en ese sentido (y en materia de libre circulación de trabajadores), que los compromisos contraídos por la Unión cuando se concluyó el acuerdo de asociación habían, desde antes del golpe de estado militar de 1980, dejado de ser obligatorios, y que aquellos de los que, en 1995, se convino la conclusión de un acuerdo de unión aduanera no sean la escalera de necesidades turcas.
Europa debe hacer concesiones
Tal vez Turquía tenga también, en resumen, fundamentos para pedir a la Unión, a parte de un esfuerzo de solidaridad digno de tal nombre, un determinado número de arreglos de sus actuales estrategias económicas. No tendría razones para no hacerlo. Toda adhesión se negocia, sobre todo cuando abre a un compañero nuevas perspectivas. Por lo tanto, tras haber demostrado durante cierto tiempo, una humildad excesiva y dado recientemente algunos golpes de buen tono abolición de la pena de muerte- se vuelven, poco a poco, conscientes de numerosos turcos responsables. Para que algunos de ellos conciban las dudas, como en el caso de la Comisión y el Consejo de la Unión, persistirían en su reticencia, tanto en el calendario de la adhesión como en sus condiciones, en cuanto a la utilidad de continuar el paso empresarial. Se pueden imaginar, para Turquía, otros destinos aparte de Europa. Sin embargo, sin duda, Europa no encontraría en ello ninguna ventaja. Las solidaridades regionales que, de forma más o menos convincente, han contribuido a promover (OCDR, ZCEMN, agua por la paz) la intensidad de los intercambios con los países de Asia central y de Oriente Medio, lejos de estar en contradicción con su vocación europea, aparecen como complementarias de ésta, y prometedoras para una Europa que habría sido acogedora. Esto es lo que dan a entender claramente las cifras de conjunto del comercio exterior turco. ¿Entonces? Démosle la espalda. No para hacer de Turquía, como los Estados Unidos le han dado, desgraciadamente, a entender que a la vez que ponían buena cara querían ajustar las tuercas a Europa para llegar a ella o para irritarla, más bien un tipo de bastión avanzado de un Occidente en guerra, sino un catalizador de un examen de enclaves de la solidaridad europea, y del eslabón de un diálogo renovado con Oriente Próximo.
Translated from Besoin de Turquie