Nagorno Karabaj, vivir en un estado no reconocido
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Ivo Alho CabralNagorno Karabaj, una región de la antigua Unión Soviética encajada en el Cáucaso, ha luchado durante más de 25 años por independizarse de Azerbaiyán. Aunque un alto el fuego indefinido terminó con la guerra oficialmente, los militares siguen combatiendo. Pablo Garrigós, fotoperiodista español, ha viajado a través de la región para contar las historias de los jóvenes que viven en esta situación.
Nagorno Karabaj es una región en parálisis. Es el resultado de la guerra de Nagorno Karabaj, en la cual Armenia y Azerbaiyán lucharon durante seis años para reclamar el territorio. La contienda terminó con un alto el fuego indefinido, pero las partes no han conseguido ponerse de acuerdo aún para firmar un acuerdo de paz definitivo, por lo que la situación no ha evolucionado apenas en 25 años. El acuerdo inicial, firmado para evitar más derramamiento de sangre, tampoco se respeta de manera rigurosa: ambas partes denuncian a diario ataques en la línea de combate.
Ni en guerra ni en paz
Según datos de la BBC, unas 30.000 personas han muerto en este territorio de nadie desde que comenzó la guerra en 1988, y la cifra sigue aumentando. A día de hoy, la república de Artsakh -el nuevo nombre que Nagorno Karabaj ha tomado- gobierna la región de facto pero ningún miembro de las Naciones Unidas lo reconoce como estado. Así que Nagorno Karabaj sigue en el limbo: ni está en guerra ni está en paz.
Los habitantes de la región pueden sentir el aliento de la guerra en la vida diaria: el parte militar se emite en hora de máxima audiencia y el patriotismo resuena en muchas películas, canciones y obras de teatro.
Al tratarse de una región no reconocida oficialmente, sus habitantes sufren las consecuencias de vivir en un territorio disputado. Por ejemplo, casi ningún país acepta los documentos de identidad artsakhíes. La mayoría posee pasaporte armenio, el país con el que Nagorno Karabaj guarda lazos culturales más próximos. Sin este pasaporte, los artsakhíes no podrían viajar fuera del pequeño territorio, con un tamaño similar a un tercio de la superficie de Bélgica.
Unas 150.000 personas viven a día de hoy en Nagorno Karabaj, "atrapadas" en una región formada por aldeas escondidas entre montañas que superan los 3.000 metros de altitud. El relieve orográfico es tan importante para este pueblo, que las montañas son consideradas en sí mismas un verdadero símbolo del territorio.
Retratos desde la república olvidada
Pablo Garrigós, fotoperiodista español, ha viajado a esta república olvidada para descubrir cómo es la vida de los jóvenes en un territorio en disputa. La primera vez que pisó Nagorno Karabaj lo hizo como observador internacional para las elecciones parlamentarias de 2015. Para llegar hasta allá, tuvo que volar a Ereván, capital de Armenia, y tomar un bus que le llevaba, tras seis horas de viaje a través de sinuosas carreteras, hasta Stepanakert, capital de la república de Artsakh. La ciudad tiene un aeropuerto pero Azerbaiyán ha bloqueado el aterrizaje de vuelos comerciales en la terminal por razones de seguridad.
Desde entonces, Garrigós ha viajado a la región en varias ocasiones para ser testigo de la evolución de las vidas de los jóvenes que habitan ahí. El joven fotógrafo ha capturado algunos de los momentos más importantes de las vidas de aquéllos que han pasado su juventud "atrapados" en esta guerra congelada. "Informar sobre un conflicto tiene sentido cuando se ve cómo evoluciona la vida de la gente", explica Garrigós. "Algunos se han casado, otros han abierto negocios...".
"Empiezas a vivir para tu país y no para ti mismo"
En abril de 2016, los ataques que rompen la tregua a diario dieron pie a una vuelta a las armas en toda su crudeza durante cuatro días. Grigor, profesor de albañilería de 25 años, fue uno de los muchos que tuvieron que dejar sus vidas por unos días, olvidando sus herramientas de trabajo para unirse a la contienda.
Formado en Francia gracias al apoyo de una fundación franco-armenia, Grigor había vuelto a su región natal en las montañas de Karabaj con la ambición de abrir un albergue para jóvenes viajeros. Sin embargo, emprender en una zona inestable, expuesta al estallido de la violencia armada en cualquier momento, es cuanto menos complicado.
"Cuando vas al frente, no tienes tiempo para pensar en lo que dejas detrás. El primer día, te preguntas si vas a sobrevivir. El segundo, te das cuenta de que podrías haber muerto el día anterior. Al tercer día, tu mentalidad cambia: empiezas a vivir por tu país y no para ti mismo", cuenta Grigor al periodista español.
Todo se contamina en un conflicto como este. Por ejemplo, la vida social de las aldeas de Artsakh retoma costumbres de otros tiempos: "Ves a la gente paseando o sentados alrededor de la plaza del pueblo", explica Garrigós. Cosas de la vida cotidiana como tomarse una copa con amigos son imposibles. "No puedes estar en la calle tras medianoche sin levantar sospecha", cuenta el periodista.
Muchos jóvenes artsakhíes participan en representaciones teatrales para mantenerse ocupados. Las obras de teatro son buenas para mantener entretenida a la sociedad y a los militares a la vez que útil para difundir ideas patrióticas, cuenta Garrigós. Pero cualquier tipo de proyecto a largo plazo es irrealizable, dada la volatilidad de la región: cuando la guerra volvió durante aquellos cuatro días de 2016, los actores del teatro "nacional" de Karabaj tuvieron que dejarlo todo de la noche a la mañana, de la misma manera que Grigor dejó su albergue para jóvenes.
La directora del teatro nacional, que prefiere permanecer en el anonimato, dice que no estaba preparada para lo que se venía: "Siento las consecuencias de la guerra y veo que el conflicto está lejos del fin". A pesar de la incertidumbre de vivir en un territorio en disputa, "esto no debería evitar que vivamos aquí. Sinceramente, tengo una familia grande y esperamos quedarnos aquí por mucho tiempo. Hemos construido nuestras casas. No vamos a parar de hacer teatro a pesar de la guerra", explica a Garrigós.
La principal actividad económica en Artsakh es la agricultura, junto con la extracción de cobre y oro de las minas. Aun así algunos jóvenes van contra la corriente y deciden estudiar en la Universidad Estatal de Nagorno Karabaj (ahora 'de Artsakh').
Nana, de 26 años de edad, es una de ellos. Estudiaba Ciencias Políticas en Ereván, capital armenia, cuando recibió una llamada que cambiaría su vida: el ministro de Educación de Artsakh le pedía que volviera a su tierra natal para terminar sus estudios. Es la segunda estudiante de doctorado en Ciencias Políticas en la Historia de Karabaj.
Mientras hablaba con Garrigós, Nana expresaba su gran sentimiento patriótico: "Creo que puedo hacer mucho más por mi país y ser más necesaria aquí que en Ereván. Además, no hay nada más importante para mí que ayudar a mi país y nada mejor que hacerlo desde aquí", explica.
"Tengo que seguir viviendo"
La resolución del conflicto no va a ser sencilla, pero los jóvenes de Artsakh tienen la determinación de continuar con sus proyectos de vida. "Dicen: 'Tengo que seguir viviendo'", cuenta Garrigós. "Es admirable: "tener fe en un futuro incierto cuando no se va a resolver fácilmente". El día que la paz oficial se proclame, si llega, no será tampoco el final del camino. Los jóvenes entrevistados por el periodista español dicen que necesitarán al menos cincuenta años más para vivir en armonía con Azerbaiyán.
Tanto el gobierno de Armenia como el de Azerbaiyán afirman querer la paz, pero sus condiciones para alcanzarla son incompatibles. El gobierno armenio apoya la independencia del territorio, habitado casi al completo por personas de etnia armenia. Azerbaiyán, sin embargo, quiere crear una especie de región autónoma, similar a las comunidades autónomas españolas. Nadie ha podido cambiar estas líneas rojas de momento, ni siquiera el Grupo de Minsk, un ente internacional creado para mediar en las negociaciones, copresidido por Rusia, Francia y Estados Unidos.
Según Diogo Pinto, director de la asociación Amigos Europeos de Armenia (EuFoA, por sus siglas en inglés), "encontrar una solución es posible". Pero para que esto ocurra, explica, Azerbaiyán tiene que renunciar a las amenazas militares. "¿Qué negociación es posible en este escenario? La gente armenia tiene miedo de desaparecer como pueblo". Pinto no cree que crear una región auntónoma dentro de Azerbaiyán sea una solución: "Esto es exactamente por lo que la gente luchaba: para no estar bajo el dominio azerí. Ahora, 25 años más tarde, tienen una determinación aún mayor para evitar que esto pase. Los más jóvenes han nacido en un lugar de alguna manera independiente, crecieron así".
Hikmat Hajiyev, portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores de Azerbaiyán, insiste en que su gobierno también quiere la paz. "Cambiaría el status quo del Cáucaso", dice. "Armenia podría beneficiarse de la paz y la cooperación con otros países de la zona… Los jóvenes están pasando sus vidas en las trincheras". Hajiyev defiende un proceso para aumentar la confianza entre ambos bandos, de manera que permita una cooperación regional en el Cáucaso que haga prosperar a la región. Pero la "prosperidad debe ser compartida".
Con todo esto, la paz es para los jóvenes una pequeña luz al final de un largo y complicado túnel que, para alcanzarla, habrá que avanzar con cuidado. El fotoperiodista Pablo Garrigós continuará viajando a la zona para informar sobre los cambios en las vidas de los "personajes" de su historia. Planea una próxima visita en el año 2019, cuando se cumplan veinticinco años de la firma del alto el fuego. Va a un lugar en guerra, pero no se cree valiente: "Ellos lo viven todos los días, no es valiente. Como europeo, si estalla, los militares me llevarán a Ereván [la capital segura de Armenia]".
Translated from Nagorno-Karabakh: Can I have a normal life in a non-state?