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Nacionalismo en europeo se dice “Kaczynski”

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Política

Ante la Conferencia Intergubernamental, Polonia aún se remueve a disgusto.

“Si no hubieran asesinado a 6 millones de polacos durante la II Guerra Mundial, hoy tendríamos población suficiente para mantener el número de votos en el Consejo Europeo que el Tratado de Niza nos confiere”, esgrimieron hace poco los gemelos Kaczinski, gobernantes de Polonia. Lo hicieron durante el Consejo de Bruselas de los días 21 y 22 de junio pasado para conservar un privilegio que comparten con España: un número de votos en el Consejo europeo de ministros muy superior a la proporción poblacional de ambos países en la UE en comparación con países mucho más poblados, como Alemania, Francia, Italia o Reino Unido.

La legitimación histórica no es democrática

Para poder celebrar el 23 de julio la Conferencia Intergubernamental (CIG) que dará redacción casi definitiva al nuevo tratado que remplazará la malograda “Constitución europea”, hubo que aceptar que el nuevo sistema de toma de decisiones en el Consejo europeo por doble mayoría (de países miembro y de población) se retrase hasta el año 2017, como pedían los dirigentes polacos.

Estos señores no han comprendido la Europa que está en construcción. Un poder del que emana el 60% de la legislación que los ciudadanos europeos aplicamos cada día, desde normas de consumo de comestibles hasta el modo en que deben ser construidos los coches o labrados nuestros campos. Un poder cuya legitimación ya no debe construirse como en tiempos pasados, sobre fundamentos históricos (así lo hacían las monarquías absolutas) o carismáticos (como lo hicieron los regímenes estalinistas y fascistas), sino sobre un fundamento democrático: la expresión numérica del pueblo. El de aquí y el de ahora. No el de ayer, pues si empezamos a tirar de anales, también en Irlanda serían más numerosos si en el siglo XIX los británicos no hubieran alimentado la hambruna que obligó a millones a de irlandeses a emigrar a los Estados Unidos; o también España se hubiera ahorrado 1 millón de muertos y otro de exiliados si potencias extranjeras no hubieran contribuido a su última guerra civil.

El frágil contraejemplo español

Sería más inteligente que Polonia se concentrara en lo mismo que países como Irlanda o España: reconvertir sus estructuras económicas y productivas para obtener un crecimiento sostenido, haciéndose amigos entre los países comunitarios que tendrán que sufragar los fondos para Polonia, es decir, Alemania.

Aunque la oposición interna española declaró a los cuatro vientos su alegría por que “al menos Polonia ha sabido defender los intereses de España”, por fortuna el gobierno de Rodríguez Zapatero ha sabido renunciar a los privilegios españoles, sabedor de que a Europa no se va a defender los intereses de cada país, sino los de los ciudadanos europeos, que son intereses de democracia, estabilidad económica y redistribución.

Sin embargo, el discurso del interés nacionalista sigue latente. Por un lado, británicos y polacos no desean reconocer en su territorio la validez de la Carta de Derechos fundamentales, y por otro, Francia desea que los Estados controlen un poco la acción del Banco Central Europeo (BCE) y rebajar las exigencias de libre competencia justo ahora que se quiere reformar de una vez por todas la política agrícola común que tanto beneficia a sus agricultores, y que gigantes franceses de la energía, como EDF, GDF o Suez se han convertido en empresas opables a escala internacional.

Para colmo, los Kaczinski ya han vuelto a decir que en la inminente CIG seguirán defendiendo su capacidad de bloqueo de las decisiones de la UE. Merkel, durante el pasado Consejo europeo, amenazó con dejar a Polonia fuera de la CIG. En los años ochenta, años de grandes reformas en España, un destacado líder del gobierno solía decir: “Quien se mueva, no sale en la foto”. ¿Se quedará ahora Polonia fuera de la foto?