Mujeres: ¿una especie que hay que proteger?
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Fernando Navarro SordoHecho demostrado: las mujeres son hoy el 52% de la población mundial. Pero no gozan del mismo poder que los hombres. ¿Cuál es la situación en el Parlamento Europeo?
La primera legislatura emanada mediante sufragio universal directo en el Parlamento Europeo en 1979 apenas contó con un 16,5% de mujeres. Desde las elecciones de 2004, 222 de los 732 escaños europeos están ocupados por mujeres, es decir un 30,2%. Un avance, sí, pero poco significativo a la vista del dogma europeo según el cual hay que proteger a las minorías. Si algunos países sí les ceden un lugar apropiado, no es el caso de todos. Suecia lidera la clasificación con un 57,9% de suecas con escaño en el Parlamento comunitario. Luxemburgo y Países Bajos le acompañan en esta troika con un 50% y un 44,4% de electas respectivamente. Francia sale con honor del lance con un 43,5% de diputadas, mientras que el grueso del pelotón ronda el 35%, reuniendo a Dinamarca, Lituania, España o Hungría. Los laureles de las naciones machistas se lo llevan Polonia (13% de mujeres europarlamentarias), Italia (19,2%) y Chipre, vencedor insuperable con su 0%.
¿Y por qué estas cifras?
Estas disparidades en la representación por parte de las mujeres se explican en esencia por dos factores. Por un lado, por un fenómeno puramente social en virtud del cual los países nórdicos y protestantes tienden por tradición a acordarle más espacio a las mujeres políticas que las naciones latinas. De otro lado, el modo de designación de representantes al Parlamento Europeo. En efecto, desde 1979 los parlamentarios son elegidos por sufragio universal directo según modalidades decididas por cada Estado miembro. La consecuencia es la gran diversidad de modos de escrutinio; una variedad que se aplica también a las reglas de representación y de protección de minorías.
De este modo, asomándonos al caso de Francia, si el número de francesas en el Parlamento Europeo es tan elevado no es porque Francia haya experimentado un cambio en su actitud hacia las mujeres o en su comportamiento electoral. Sino gracias a la adopción de la ley 2000-493 orientada a facilitar el acceso igualitario de la mujer y del hombre a los mandatos electorales y a los cargos electivos. A menudo, son leyes de paridad política las que se encuentran en la base de estos espejismos; textos fundados en principios de discriminación positiva y de protección de minorías.
Protección de una minoría… mayoritaria
La discriminación positiva, a través de las leyes de paridad electoral, puede interpretarse como la traducción legislativa de la incapacidad asignada a las mujeres para constituirse como fuerza representativa y decisoria en la vida política. La paridad significaría, pues, que las mujeres, al igual que las especies en vías de extinción, deben ser protegidas y tratadas de modo distinto del resto de los ciudadanos, sólo por razón de su sexo y porque la pertenencia a su género constituye en sí una desventaja. Un paternalismo para una sociedad que no evoluciona con suficiente rapidez en lo que respecta al principio de igualdad entre géneros.
¿Pero han deseado las mujeres este sistema paritario? No, no y no. ¡Y es que el sistema es triplemente injusto! Primero porque las leyes de paridad consisten en instalar a una mujer en un puesto no por sus habilidades, sino por no gozar de atributos viriles. Como corolario, se priva de este puesto que hubiera podido ser más competente o más preparado que ella. Injusto, además, porque las leyes de paridad son la manera más pérfida y maligna de dominación sobre la mujer, mediante la introducción de una medida discriminatoria que incumbe a más del 50% de una población. Injusto, por fin, porque impiden la búsqueda de otras soluciones de integración de las mujeres en la vida política dando a entender que sólo la mansedumbre masculina les permitirá integrarse en las altas esferas.
En busca del “Girl Power”
Si bien la discriminación positiva y la búsqueda de una igualdad política a todo precio pueden parece a priori</> una buena solución de integración de las mujeres en el mundo político, es necesario matizar. La emancipación femenina y su acceso al poder deben pasar antes bien por la afirmación de sus prerrogativas en el seno de la sociedad y de los círculos de decisión económica. Una apropiación que sólo es posible a condición de darle tiempo al tiempo y no violar al poder electoral. Comencemos por reconocerle a la mujer habilidades idénticas a las de los hombres. ¡Y por remunerarlas con igual salario que a ellos!
Translated from Femmes, une espèce à protéger ?