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Mubarak & Co: La vida después de la dictadura

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Política

Caminan como si fuesen semidioses, rodeados de sirvientes y militares, coches de lujo, concubinas, alfombras rojas. Se encaraman al trono como sanguijuelas sedientas y no dudan en mentir y liquidar a quienes les hacen sombra. Pero bastan un par de semanas para verles pidiendo clemencia a sus antiguos lacayos. Aunque también es cierto que otros terminan sus días como patriarcas venerados...

Breve esquema de los dictadores y sus destinos.

Los medios menos imaginativos lo conocían como el “faraón”; llevaba 30 años sentado en las alturas del desierto, rodeado de corrupción y de bases militares, tan arrogante que su boca quedó perpetuamente curvada hacia abajo en una mueca de desprecio a juego con sus otros rasgos: gruesa nariz aguileña, cejas puntiagudas y pelo teñido y peinado hacia atrás con evidente severidad. El déspota, el dictador. Ahora mismo Hosni Mubarak es presa de la ansiedad en un hospital egipcio; su partido ha sido desmantelado, enfrenta cargos de corrupción y asesinato de manifestantes, y se dice que puede ser ejecutado. Sus dos hijos también están en la picota.

Así que Mubarak podría unirse al club de los dictadores árabes ajusticiados, que, de momento, cuenta con un solo miembro: Sadam Hussein. ¿Más candidatos? Al tunecino Ben Ali, exiliado en Arabia Saudí, le acaban de imputar 18 delitos, entre ellos homicidio, complot contra el Estado y tráfico de drogas, y nadie sabe qué será de la estrella del rock: Muammar El Gadafi, cuya mueca de arrogancia es tan plástica como su oratoria: a gritos, agitando el puño arriba y abajo como lo hacía Hitler, golpeando el atril, salpicándolo de saliva. Todo esa vanidad en ebullición sólo podía terminar en una guerra. Se supone que a Gadafi se lo quiere merendar el Tribunal Penal Internacional (que todavía no ha dictado ninguna orden de arresto) tras haber pasado de nuevo al lado de los malos.

El duro oficio de dictar

Cuando la autoridad no está legitimada por los votos, gobernar debe de ser especialmente estresante. El déspota tiene que dedicar la mayor parte de su tiempo y recursos a mimar su imagen y evitar conspiraciones, multiplicar la policía, llenar las cárceles, censurar. Con tantos aparatos que mantener y tanta perfidia que cultivar (delaciones, propaganda, falsos testimonios…), el dictador ha de ser víctima frecuente del insomnio y la paranoia, lo que afea todavía más su expresión de arrogancia. ¿Por qué tantas preocupaciones para pasar a la historia como un criminal? ¿Acaso no ven cómo acabaron sus colegas de profesión?

Los destinos del autócrata

A un déspota le pueden tocar cuatro destinos: (a) muerte natural; (b) exilio; (c) suicidio; (d) captura, juicio y condena. En el grupo de los “afortunados” están genocidas como Stalin, Francisco Franco o Augusto Pinochet, este último fallecido en una cómoda ”jubilación” (aunque perseguido por una orden de arresto internacional dictada por el juez Baltasar Garzón). Hoy en día es razonable anticipar que el cubano Fidel Castro (también retirado) y el norcoreano Kim Jong-il, ambos relativamente mayores y enfermos, dejarán este mundo envueltos en algodones calentitos.

El exilio es una opción bastante variada: unos tienen que andar mendigando permisos de residencia (caso del Sha de Persia); otros pasan su jubilación en un lujoso palacio de Arabia Saudí (como el sanguinario militar ugandés Idi Amín Dadá). En la actualidad podemos hablar del haitiano Jean-Claude Duvalier (alias Baby Doc, hijo y sucesor del temido François Duvalier), exiliado en Francia desde 1986, pero recién detenido en su propio país por haberse atrevido a regresar como un mesías el pasado enero.

Cartel de 'El Gran Dictador' (1940)Es imposible hablar de suicidio sin imaginar al monstruo de monstruos, Adolf Hitler, y su cobarde salida de la historia junto a su supuesta amante y su pastor alemán. La última sección entraña también diferentes grados: Benito Mussolini (capturado y colgado bocabajo por los partisanos), Pol Pot (hallado muerto en su cabaña, prisionero de su propio grupo), Slobodan Milosevic (entregado por el Gobierno serbio al Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia en 2001; muerto en 2006 en extrañas circunstancias), Sadam Hussein (encontrado en un zulo de Tikrit, juzgado y ahorcado)... En la actualidad están Mubarak y algunos militares latinoamericanos como el argentino Jorge Videla, condenado el pasado diciembre a cadena perpetua (30 años después de abandonar el poder).

Los movimientos tectónicos de la política

¿Qué determina el destino de un dictador? El ánimo popular, la rapacidad de los aduladores, su utilidad para los intereses extranjeros, la economía… Factores innumerables e invisibles en su mayoría, excavados bajo tierra como las ramificaciones de una mina (“En las luchas por el poder las relaciones son subterráneas en sus tres cuartas partes”; Felipe González dixit). Seguro que el “faraón”, reemplazado por la jerarquía militar, ha sufrido una inesperada cadena de “traiciones” entre sus fieles hasta quedarse solo y desamparado como un bebé a la intemperie. Igual que el pueblo egipcio en los últimos 30 años.

Foto portada: (cc) shahdi/Flickr; video: cortesía de Youtube; Cartel El Gran Dictador: (cc) ¡¡¡!!!/Flickr