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Monarquía española, Crónica de un via crucis real

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Política

La monarquía española se encuentra en jaque tras la segunda imputación de la infanta Cristina y su próxima declaración ante el juez. Esto llega tras dos años de intenso descrédito a partir de la foto del rey Juan Carlos cazando elefantes en Botswana cuando España atravesaba un momento crítico para su economía. La monarquía, antes sagrada, se encuentra más en entredicho que nunca. 

El pró­xi­mo 8 de fe­bre­ro y salvo que algún acon­te­ci­mien­to de úl­ti­ma hora lo im­pi­da, ten­drá lugar un hecho sin pre­ce­den­tes en la his­to­ria de Es­pa­ña: por pri­me­ra vez un miem­bro de la fa­mi­lia real de­cla­ra­rá en ca­li­dad de impu­tado ante un juez. La in­fan­ta Cris­ti­na de­be­rá res­pon­der ante la jus­ti­cia sobre su su­pues­ta im­pli­ca­ción en el caso Nóos, la trama de des­vío de ca­pi­ta­les que afec­ta a su ma­ri­do, Iñaki Ur­dan­ga­rin y que desde hace dos años viene po­nien­do en jaque a la mo­nar­quía es­pa­ño­la.

No son días fá­ci­les para Zar­zue­la, que se en­fren­ta a la se­gun­da impu­tación de la in­fan­ta tras un largo y agó­ni­co via cru­cis en que todo pa­re­ce ha­ber­se vuel­to en con­tra de los bor­bo­nes. No siem­pre fue así. De hecho, du­ran­te dé­ca­das la mo­nar­quía gozó de una gran po­pu­la­ri­dad sos­te­ni­da -si no fa­bri­ca­da- por el con­sen­so po­lí­ti­co y me­diá­ti­co for­ja­do tras el 23-F. El golpe de es­ta­do frus­tra­do sir­vió a Juan Car­los I -a quien mu­chos apo­da­ban “el Breve” por lo frá­gil de su po­si­ción como he­re­de­ro a tí­tu­lo de rey de un ré­gi­men dic­ta­to­rial y per­so­na­lis­ta- para ce­ñir­se la co­ro­na cons­ti­tu­cio­nal como ga­ran­te de la de­mo­cra­cia y las li­ber­ta­des.

Y aun­que el re­la­to ofi­cial siem­pre es­tu­vo cues­tio­na­do por al­gu­nas voces mi­no­ri­ta­rias que se­ña­lan mu­chos cla­ros­cu­ros en la ac­tua­ción del rey du­ran­te aque­llas 48 horas fa­tí­di­cas de 1981, la pren­sa y el es­ta­blish­ment sur­gi­do del ré­gi­men del 78 fue­ron ca­pa­ces de per­fi­lar la ima­gen de un mo­nar­ca abier­to y to­le­ran­te, cer­cano al pue­blo. Todo ello con­den­sa­do en una sola eti­que­ta que el ima­gi­na­rio co­lec­ti­vo le atri­bu­ye casi con ex­clu­si­vi­dad: cam­pe­chano.

Todo em­pe­zó en Bots­wa­na

Bots­wa­na abrió la veda. Nadie ha­bría re­pa­ra­do en la afi­ción del rey por los sa­fa­ris de lujo si no hu­bie­ra sido por­que éste se rom­pió la ca­de­ra en una caída que su­frió en este país afri­cano en 2012 mien­tras ca­za­ba ele­fan­tes, por lo que tuvo que ser re­pa­tria­do y ope­ra­do de ur­gen­cia. La ima­gen de Juan Car­los es­co­pe­ta en ris­tre ante un pa­qui­der­mo ago­ni­zan­te dio la vuel­ta al mundo en un mo­men­to en que Es­pa­ña se ju­ga­ba ser res­ca­ta­da. Como una iro­nía, esto ocu­rría un 14 de abril, aniver­sa­rio de la pro­cla­ma­ción de la II Re­pú­bli­ca.

Dicho cua­dro no ca­sa­ba nada bien con un re­la­to ofi­cial que em­pe­za­ba a ha­cer­se añi­cos ante la im­po­si­bi­li­dad de se­guir jus­ti­fi­cán­do­se. La acep­ta­ción de la mo­nar­quía cayó 25 pun­tos de la noche a la ma­ña­na y de poco sir­vie­ron las ex­cu­sas reales. A par­tir de este mo­men­to los tra­pos su­cios em­pe­za­ron a salir a la luz y el tótem dejó de serlo. Roto el es­pe­jo, la pren­sa que antes calló em­pe­zó a pre­gun­tar­se en voz alta quién era aque­lla mis­te­rio­sa mujer rubia que acom­pa­ña­ba al mo­nar­ca en sus ca­ce­rías y dio con Co­rin­na zu Sayn-Witt­gens­tein, prin­ce­sa ale­ma­na que pa­re­ce com­par­tir algo más que sa­fa­ris con su ma­jes­tad, cuya vida al mar­gen de la reina –quien si­guió con su agen­da a pesar de la ope­ra­ción- es un se­cre­to a voces.

El pre­cio as­tro­nó­mi­co de este tipo de sa­fa­ris, en torno a los 30.000 euros de media, puso en ban­de­ja el de­ba­te sobre la opa­ci­dad de la pro­pia ins­ti­tu­ción mo­nár­qui­ca, que in­ten­tó sol­ven­tar­lo con la pu­bli­ca­ción de su pre­su­pues­to aun­que de ma­ne­ra muy ge­né­ri­ca y con de­ma­sia­dos apar­ta­dos sin des­glo­sar, lo que mu­chos in­ter­pre­ta­ron como que­rer curar un cán­cer con ti­ri­tas.

Ni si­quie­ra el prín­ci­pe Fe­li­pe, en quien el es­ta­blish­ment ha fi­ja­do todas las es­pe­ran­zas, se ha sal­va­do de algún que otro es­cán­da­lo par­cial en la fi­gu­ra de su es­po­sa Le­ti­zia Ortiz, cuyas es­ca­pa­das con ami­gas o la ti­ran­te re­la­ción que man­tie­ne con su sue­gro han mo­ti­va­do más de una pieza. La pu­bli­ca­ción de una bio­gra­fía no au­to­ri­za­da por parte del primo y an­ti­guo abo­ga­do de la prin­ce­sa de As­tu­rias, David Ro­ca­so­lano, en que este afir­ma entre otras cosas que Le­ti­zia ha­bría abor­ta­do vo­lun­ta­ria­men­te un año antes de su matrimonio con el príncipe cayó como un jarro de agua fría sobre Zar­zue­la. Y la so­no­ra pi­ta­da que los prín­ci­pes re­ci­bie­ron en su úl­ti­ma vi­si­ta al Liceo de Bar­ce­lo­na –algo inau­di­to en un es­ce­na­rio de tal ca­te­go­ría- marca una de las cuo­tas más bajas de po­pu­la­ri­dad de la mo­nar­quía y arro­ja cier­tos in­te­rro­gan­tes en cuan­to a su con­ti­nui­dad en un es­ce­na­rio de cri­sis po­lí­ti­ca, eco­nó­mi­ca e ins­ti­tu­cio­nal a todos los ni­ve­les.

Nóos: jaque al rey

Pero lo que sin duda al­gu­na se ha con­ver­ti­do en gota ma­la­ya sobre una ins­ti­tu­ción in­mu­ne a todo mal hasta hace dos años es la in­ves­ti­ga­ción del caso Palma Arena, del que Nóos forma parte. Más aún cuan­do el caso de mal­ver­sa­ción que afec­ta a la in­fan­ta y a su ma­ri­do está co­nec­ta­do con el ya fa­mo­so caso Gürtel; la trama co­rrup­ta más so­na­da de la his­to­ria de la de­mo­cra­cia es­pa­ño­la y que pende ya sobre las ca­be­zas de de­ce­nas de car­gos re­le­van­tes en el PP.

El mes que viene y si nada lo de­tie­ne, la hija del rey com­pa­re­ce­rá ante el juez Cas­tro tras haber anun­cia­do su de­fen­sa que no re­cu­rri­rá la impu­tación. Aun­que sólo ocupa la sép­ti­ma po­si­ción en la línea de su­ce­sión al trono, Cris­ti­na de Bor­bón tiene en sus manos el fu­tu­ro de una co­ro­na que con­tra vien­to y marea aún hoy se ciñe un hom­bre de 76 años vi­si­ble­men­te su­pe­ra­do por los acon­te­ci­mien­tos. Y es que la cri­sis de la mo­nar­quía es­pa­ño­la es tam­bién sín­to­ma del co­lap­so de un marco po­lí­ti­co e ins­ti­tu­cio­nal que se ve ante el di­le­ma de trans­for­mar­se profundamente o sal­tar por los aires.