Memoria colectiva por una identidad europea
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iker roucoLa identidad europea se ha reconstruido tras la Segunda Guerra Mundial. Las poblaciones deben, en adelante, hacer suya esta Historia común. Porque el tiempo no lo puede borrar todo.
En este mes de mayo de 2005, el azar está haciendo bien su trabajo. Aunque se celebre, un poco por todas partes, los 60 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, poco después de las conmemoraciones de la liberación del campo de Auschwitz-Birkenau, los franceses, en unas semanas, serán llamados a votar para pronunciarse sobre la carta magna que representa la Constitución europea. Este texto, deseado por la sociedad civil europea, se inscribe en una dinámica histórica que se puso precisamente en marcha al final de la Segunda Guerra Mundial. La voluntad del "nunca más" y el examen de conciencia se tradujeron en su día en la puesta en marcha del proyecto europeo. Se trataba, entonces, de evitar la vuelta al imperialismo, al proteccionismo económico, y sobre todo de pacificar los procesos intereuropeos.
Toma de conciencia común
Es, pues, a partir de esta ruptura genocida, como una identidad europea se ha reconstruido poco a poco, conllevando la construcción de una memoria común. Ésta empezó con y por un trabajo de conciencia sobre las atrocidades del género humano, impulsándonos a tomar por el mango la sartén de nuestro destino común. Es gracias a la relectura de nuestro pasado común, de nuestras divisiones y de nuestros antiguos conflictos, como podremos construir juntos nuestro destino común.
De ahí la importancia de la educación y de las ceremonias de conmemoración multinacionales que permiten, por encima de nuestras interpretaciones nacionales del pasado, rescribir una Historia común que legaremos a las futuras generaciones europeas. Pero hoy en día, a pesar de los considerables trabajos, es difícil superar las visiones nacionales del pasado. Así pues, el Georg Eckert Institut, analizando la enseñanza de Europa en los manuales de una veintena de países del continente, se dio cuenta de que menos del 10% del contenido de los manuales tratan explícitamente de la historia europea. "Cuanto más antiguos son los países miembro de la Unión, más elevado es este porcentaje. Al contrario, en los Estados de reciente independencia, los manuales cuentan una Historia muy nacional, que hace hincapié en la antigüedad y en la originalidad de la nación", comenta Falk Pingel, director adjunto del Georg Eckert Institut. Este mismo instituto estuvo, por otra parte, en el origen de una experiencia innovadora con la creación de un manual de Historia francogermana.
Enseñar la Historia de todos
La educación está, por lo tanto, en el corazón del proyecto europeo, y algunos -como el Instituto Europeo de los Itinerarios Culturales- trabajan en la cuestión de los lugares de memoria europea. Se trata, como lo explica el historiador Pierre Nora, de llevar una "exploración selectiva y sabia de los puntos de cristalización de nuestra herencia colectiva, un inventario de los principales 'espacios', así como de evidenciar un esqueleto histórico". Aún les queda mucho trabajo a las instituciones comunitarias y a los Estados si quieren crear esta Historia colectiva. Ya que si las relaciones francogermanas están en el corazón de esta relectura común de nuestro pasado, polacos y alemanes o croatas y serbios tienen aún dificultades para abordar juntos su pasado.
Asimismo, en una época en la que los supervivientes de la Shoah (dispersión judía) desaparecen, una nueva etapa de este trabajo sobre una memoria común se impone. Se trata de superar el aspecto generacional, y también genealógico, ya que como lo explica el periodista alemán Michael Martens, "será necesario, por ejemplo, que un joven Alemán de origen turco, visitando el Museo del Holocausto en Berlín, integre este pasado en su conciencia aunque si sus antepasados no se enfrentaron directamente. Deberá comprender que ser Europeo es también aceptar, con una responsabilidad contemporánea, todos los aspectos del pasado".
Así pues, Europa tiene aún arduo camino por recorrer, y debe "mantener una visión crítica del pasado" con el objetivo de no caer en "un recuerdo memorial apologético y conmemorativo". En efecto, ¿es realmente pertinente celebrar el final de la Segunda Guerra Mundial entre aliados? Las conciencias comienzan poco a poco a evolucionar, y esto se vio con la presencia del canciller alemán en las conmemoraciones del desembarque de Normandía, el año pasado. Es necesario que las instituciones europeas se impliquen aún más en la responsabilización de los ciudadanos europeos y de sus Estados. ¿Cómo pretender entonces que el Estado turco reconozca el genocidio armenio, mientras que los Estados europeos interpretan todavía el genocidio judío de diferente manera?
En esta búsqueda hacia una memoria común, la Constitución europea constituye un gran paso hacia la realización de un "patriotismo constitucional", que significa que el sentimiento de pertenencia se traduce en un reconocimiento de los principios de la Democracia y del Estado de Derecho. Se trata de superar la aplicación nacional de los Derechos Humanos, mediante el diálogo y las interacciones entre Estados, sin por ello negar las identidades nacionales. Decir "sí" a la Constitución europea, es hacer una reflexión crítica sobre su propia identidad, dirigirse hacia una nueva idea donde Derechos Humanos, Sociales y Políticos interactúan en una superación de los nacionalismos causantes de las crueldades de los siglos XIX y XX. Se trata de poner límites a nacionalismos que frenan la construcción de nuestra memoria común europea y de nuestra identidad.
Translated from La mémoire collective pour une identité européenne