Martha Wiessing: “Sin besitos en la Luna”
Published on
A sus 79 años, Martha Wiessing convierte cada sábado su galería de arte judío de Ámsterdam en un “confesionario” multicultural. Desde la II Guerra Mundial a la España de la posguerra: “¿Qué quieres que te cuente?”
Hace dos años que conocí a Martha Wiessing, regente y artista de la galería de pintura y escultura israelita Linka, situada en uno de los principales canales de Ámsterdam, en Prinsengracht 690. Me cautivó la energía de esta señora de casi ochenta años que un sábado cualquiera convertía su exposición en una reunión improvisada y multicultural para hablar de problemas cotidianos, una especie de “confesionario”. A la vuelta del viaje, me quedó la duda de si Martha habría sido superviviente de Auschwitz. Hoy, de nuevo sábado, 22 de noviembre de 2008, me dispongo a descubrir algo más de esta mujer peculiar que pone a prueba el grado de atención del oyente mediante la realización de dibujos esporádicos que surgen a lo largo de la conversación.
Son las 12 del mediodía, la galería está cerrada, llamo a la puerta y oigo que alguien me silba desde la ventana de la tercera planta. Es Martha asomada con una bufanda gris que la protege de los primeros copos de nieve del año en Ámsterdam. Me pide, en inglés, que espere unos segundos para abrir. Al entrar, casi puedo oler los recuerdos amontonados al fondo del pasillo, allí nos esperan recortes de prensa, libros, fotos, esbozos de diseños, agendas expiradas… Todo en un caos que Martha domina a la perfección. El calor del radiador eléctrico recién encendido me hace sentir con confianza para comenzar la entrevista. Para entender la historia de la galería, hay que conocer previamente la historia de Martha, así que a la pregunta “qué quieres que te cuente”, le contesto: “tu vida”.
“De pequeña siempre estaba enferma, recuerdo las fechas importantes porque siempre estaba enferma: septiembre del 39, invasión de Polonia, liberación de Holanda en junio del 45, igualmente en cama. Lamento que el soldado canadiense guapísimo que vino a rescatarme me viera con tan malas pintas”, explica con una sonrisa pícara.
La guerra, un juego de niños
La artista califica los ocho meses que pasó recluida en un hotel de la localidad de Veluwe (un pueblecito del norte de Holanda) a causa de la guerra como un “juego de niños muy divertido”. A pesar de que su cara se entristece al hablar del trato de los alemanes hacia el resto de “huéspedes” del albergue, explica que la inocencia infantil evita el conflicto interno. “Lo único que no aguantaba eran los gritos de los alemanes. No saben hablar, solo chillan”. Uno de los inquilinos del edificio de Martha es alemán y le suplica, cada vez que discute con su mujer o hijos, que salgan a la calle porque la voz alta en lengua germana le desquicia. “Soy vieja, vieja, y no me acuerdo por dónde iba…Oh yeah!, el juego de niños”. Mientras me cuenta, Martha dibuja la escena, para ella entonces cotidiana, de la obtención de agua del pozo del hotel. Para Martha, los alemanes en el fondo “son unos celosos” de la gente que, como ella y su familia, mostraba signos de “inteligencia superior”.
"Los alemanes son unos celosos de la gente que muestran signos de inteligencia superior"
Tras la guerra, Martha y su familia pudieron regresar a su casa en Huyghenslaan y celebrar el cumpleaños de su madre, boliviana, después de recomponer su hogar de los espolios de la guerra. “Además”, añade, “mi padre pudo recuperar pronto su fábrica textil y la vuelta a la normalidad fue veloce". Nos interrumpe su sobrino nieto Sven, que entra en la galería para comprobar que todo está ok. Martha me dice en español que le da mucha rabia que gente tan joven tenga que cuidar de ella. “Ahora me llaman grandnanie (abuelita)". Tras echarle con un silbido, ejercicio que domina desde Primaria, Martha coge uno de los 21 tomos de álbumes donde ha recogido, desde finales de los 50, todo lo referente a su galería, e inicia el recorrido por su carrera profesional.
De niñera en la España de la posguerra
Acabados sus estudios de arte en Arnhem, con 18 años, Martha despertó a su padre de un sueño profundo por primera vez en su vida para pedirle permiso para ir a España. Era 1948 y había leído en una revista católica que se necesitaba en Málaga una niñera que hablase inglés y vio la oportunidad de conocer mundo. Entre España e Italia estuvo unos cinco años, por eso a veces mezcla el italiano y el español, pero los seis meses más felices de su vida tuvieron lugar en Toledo. Allí, cuenta Martha, conoció a personas de todas partes del mundo, diferentes culturas, perspectivas en una España donde los uniformes de Guardia Civil le parecían unos “disfraces siniestros”.
“Nunca me pude callar”
En 1958, Martha se instaló definitivamente en Ámsterdam y, junto a una artista israelí que conoció en Toledo, Silvia Linka, montaron la galería, en la que Martha, como buena parlanchina, se encargó de las relaciones públicas. “Nunca me pude callar, por eso siempre me castigaban en el colegio”.
Después de consultar los álbumes de Martha, comprendo por qué su galería, su casa, ha sido durante más de 50 años la casa de todos. En su mirada se intuye la riqueza de aquel que ha vivido y se siente en paz consigo mismo, demasiado sociable como para atarse a ningún vínculo familiar. Martha ha palpado la vida, la ha disfrutado y sufrido, amado y odiado y todo ello, queda recogido en su obra. Se ha empapado y ahora cierra para siempre Galerie Linka.
"Europa no podrá ser una porque es muy diferente"
Antes de despedirse, me dice que para ella “Internet es chino”, pero que imprima este perfil y se lo mande por correo ordinario. Da un consejo a los jóvenes europeos “Europa no podrá ser una porque es muy diferente, pero sus países podrán acercarse mucho. Sin besitos en la Luna, con observación, como todo paso previo a la realización de un gran cuadro”. “Sed sociables y observad, todo está ahí”. Antes de darme un abrazo me dice que no me fíe de los paracaídas de mi avión de vuelta “esos cacharros no funcionan” y prosigue con una canción francesa que narra el rechazo de un chico a ennoviarse porque las pelirrojas son peligrosas, las morenas desconfiadas…
Frente a la galería me espera Sven, su sobrino nieto. Me advierte de que no está “autorizado” a confirmarme si Martha fue o no superviviente de Auschwitz… Si ella no quiso contar más, me quedo con su aventura en el hotel de Veluwe.