Madrid, en pedazos
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Madrid llora mientras desconoce todavía a su asesino. No bastará con castigar a los culpables. Europa debe aprender de sus errores para que esto no vuelva a ocurrir.
Europa, de luto. Tras la cadena de atentados que se produjo el jueves pasado en Madrid y que terminó con la vida de unos dos centenares de personas y miles de familias afectadas, la capital española sigue en estado de shock. ¿Quién, por qué, para qué? Siguen siendo los interrogantes que congelan todas las miradas mientras esperan respuesta.
Pese al intento infructuoso de continuar con la vida cotidiana, el jueves a las 7:40 horas –cuando ocurrió la primera explosión en el interior de un tren parado en la estación de tren de Atocha-, se paró el reloj de la historia..., otra vez. Incredulidad, impotencia, dolor, incomprensión. Estos sentimientos se reflejaban en la mirada de cada uno de los europeos, impávidos ante la detonación de una muerte no anunciada que rompió el corazón de la península ibérica y que acabó con la vida de estudiantes, inmigrantes y obreros, blancos de un terrorismo ciego, macabro y cruel.
Silencio en Atocha
Dos días después, Atocha aún no había recuperado sus sonidos habituales. Mientras tanto, comenzaban a debatirse las hipótesis sobre la autoría de los atentados.
En un principio, el dedo acusador colectivo señaló a ETA, por su instintiva maldad, ridiculez y absurda posición de ganar terreno “democrático” a través de las armas. Pero esta idea se fue esfumando con el paso de las horas. La magnitud de los atentados, su organización, la cantidad de terroristas que se requirió para llevar a cabo el demoníaco plan, hacían prever que no era el grupo vasco armado quien había programado “los trenes de la muerte”. Y entonces, como un fantasma, comenzó a deambular la hipótesis sobre Al Qaeda.
Europa paga el precio de Irak
Que Bin Laden o alguna organización próxima a Al Qaeda haya programado estos atentados, habiendo sido España, como otros países europeos –Inglaterra, Italia, Polonia- patrocinadora de la guerra de Irak, no debería sorprender a nadie. Ya lo había anticipado el juez Baltasar Garzón, hace ya un año, cuando en una carta pública a Aznar le advertía acerca de que esa “guerra injusta lo único que va a generar es el aumento de terrorismo integrista a medio y largo plazo... su crecimiento en otros puntos, entre ellos España, es algo tan evidente como terrible, y usted no quiere o no sabe verlo”. Pese a ésta y otras tantas advertencias, sin contar con la negativa colectiva del pueblo español y de buena parte de la UE, Aznar decidió ir al altar con Bush, lo que implicaría la también masacre de miles de irakíes.
Cuanto más cerca ocurren las cosas, más intenso es el sentimiento. Ha ocurrido en Bolonia en los 80, en Lockerbie, Escocia, en el 88, en Nueva York en 2001 y ahora en España, marzo de 2004. Toda Europa se solidarizó ante la tragedia en estas ciudades. Sin embargo, cuando los muertos son lejanos y las bombas estadounidenses arrasan casas de gente humilde e inocente en Afganistán o Irak, todo se reduce a la impronta de “daños colaterales” y los gobiernos se mantienen incólumes en vez de repudiar el ensañamiento occidental.
Europa debe dejar de partir el mundo en dos y aprender del dolor en carne propia para, al menos, no ser indiferente cuando sean otros los que vean asesinados a los suyos por capricho del poder político que tiene su búnker en este lado del mundo.