Los superhéroes de Berlín al otro lado del muro
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Berlín es un hervidero de personas. Punkis, modernos, turistas y mendigos, gente joven que ve en pedir dinero una manera de llenar su rutina. Pero un superhéroe ha llegado a la ciudad, ¿será capaz de romper con lo establecido y derrotar a esos que no los ven?
Llevaba apenas treinta minutos en Berlín y en la estación de Neukölln me crucé con él, un chaval de cerca de 25 años pidiendo unas monedas, en alemán y en inglés. Al menos estuvo allí durante 2 horas más, las veces que pasé delante de él entre mis idas y venidas por las estaciones de metro. Mi viaje buscando a jóvenes pobres en la ciudad del Muro prometía ser fructífero.
En realidad, mi historia en Berlín empezó gracias al cómic de SuperPenner, algo así como SuperVagabundo, idea de Stefan Lenz. Se dice, aunque sin cifras oficiales, que entre 4.000 y 12.000 personas viven en las calles de esta ciudad llena de rockeros, hipsters y ambiente alternativo; algunos piden dinero como modo de vida, como forma de protesta contra un sistema que no quieren alimentar. Jóvenes, punkis, desenfadados... el problema son esos otros que no pudieron elegir. Esos que todos miran desde el otro lado de la acera.
Sin casi tiempo para deshacer la maleta, quedo con Andreas Düllick, redactor jefe del periódico callejero Strassenfeger, organización y lugar de encuentro para personas sin hogar. Al este de la ciudad, entre polígonos industriales, se encuentra una pequeña redacción, un bar para gente sin recursos, un pequeño albergue e incluso una tienda de intercambio de productos: sofás, extintores, camas...batiburrillos de lo cotidiano. Con su periódico se regalaba el cómic de SuperPenner que antes comentaba, lo venden las personas sin hogar y una parte del precio se lo quedan ellos, 90 céntimos de los 1,50 € que vale este semanal.
Andreas, un tipo afable, pelo canoso, camiseta negra y vaqueros, crítico con el sistema capitalista y la especulación inmobiliaria que asola Berlín, me explica su proyecto: "Es divertido ser miembro de esto, la gente viene y piensa que somos una gran organización y que tenemos mucho dinero para hacer lo que hacemos, pero tenemos que decir que no, que somos pequeños, que lo hacemos porque nos gusta, porque queremos hacerlo, no tenemos apoyo estatal, hacemos este trabajo que no es fácil porque el Estado no lo está haciendo". Un periódico que paga a sus colaboradores, que vive sin ayudas públicas y que aún así tiene lo suficiente como para ayudar a personas sin recursos... un gran reto, como el propio Andreas me reconoce resoplando.
Un paseo y nuevos amigos
De vuelta, con las palabras de Düllick aún en la cabeza, llego a Alexanderplatz y en el parque, bajo la gran antena de telecomunicaciones, un tipo me pide pasta. Mal encarado, puede tener un par de años más que yo, o no, quién sabe. Pide porque dice que no cree tener nada mejor que hacer. Está cansado, pero de alguna manera parece orgulloso. Camino por la ciudad, necesito conocerla, encontrarme con la gente, escuchar sus acentos. A otro lo conozco en la línea 2 del metro, nada más subirme en Alexanderplatz. Pelo largo, joven, menos de 30, barba, un abrigo largo de color verde de aspecto militar y que debía dar mucho calor, todo fuera de lugar para aquel día de verano con cerca de 30 grados en la calle. Apenas habla inglés. Reconozco que me he pegado a él como una lapa, le seguí de un vagón a otro durante al menos 5 estaciones, quizás fueron 7, no sé. Se llama Friedrich, me ha pedido una moneda, me miraba como si no entendiera por qué le preguntaba el motivo de pedir dinero. "No lo sé, es mi vida". Se baja del tren y se pierde entre la gente en la estación de Hermannplatz. Dudo si pide por gusto o necesidad. No está claro, como los nombres en alemán de las estaciones, pasan rápido y se ven borroso.
Al día siguiente he quedado con Stefan Lenz, el autor del cómic SuperPenner. El check point particular es un bar agradable, música tranquila. Ritmo lento. Parece un buen tipo, de treinta y pocos, con tatuajes, alguien para conversar. Da tiempo a que me recomiende alguna birra de Berlín. "En Berlín ahora hay otros muros", me dice. La idea de crear el cómic surgió un frío día de invierno, cuando la gente en el metro parecía no ver a un mendigo que pedía algo de dinero. Ahí se le iluminó la bombilla, hacer un cómic de un "penner", una palabra con cierto sentido despectivo en alemán. Habló con esos vagabundos sobre su idea, les gustó y se puso manos a la obra para intentar unir a esas dos clases sociales, los que no tienen nada con la gente "guay" - como él me dice- para que hagan algo por ayudar, para agitar un poco sus mentes. Y parece que le funcionó: vendió más de 20.000 ejemplares del único número de SuperPenner que hay por ahora.
Anuncio del cómic 'Superpenner'.
En el cómic están todos los clichés de Berlín, la vida de la ciudad, la vida de los mendigos como una parte de ella, porque también viven en la ciudad y son importantes para su imagen . "Nueva York tiene a Superman y Berlín tiene a su SuperPenner", dice entre risas Stefan. Superhéroes anómimos.
Como en cualquier cómic hay un gran monstruo, la némesis del superhéroe. Una amalgama de la mala hostia de los conductores de autobús, la gente medio cool, medio moderna, comprometida con el ecologismo pero que se desplazan en un coche contaminante. Una pizca de los turistas que llegan a la ciudad para emborracharse y, por último, la mascota del Hertha de Berlín, que está frustrada porque el equipo no gana. Una radiografía de la ciudad con cerveza y superhéroes barbudos. El viernes ha salido nublado, es día de mercado, camino desde Hermanplatz hasta Kottbusser Tor, ayer Friedrich me dijo que estaría por allí. Pero comienza a diluviar justo cuando llego al mercado en la calle Schinke y, claro, ha debido de ir a resguardarse. Tormenta de verano con agua fría como el témpano. Aún así, la gente va en manga y pantalones cortos. Alemanes. Entro a un bar, pido un trago y desde dentro veo pasar a Friedrich, me saluda con la mano, aunque tiene cara de pocos amigos, mojarse sin tener un techo para taparse es jodido -pienso-. Tras 5 días, se hizo habitual ver a jóvenes pidiendo dinero. Otra postal más: sobre los restos del muro, en la Potsdamer Platz, una punki de cresta amarilla se sienta y saca un cartel: "Para birra y maría".