Los niños afganos, privados de sus derechos.
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Marion CassabalianYa sea en Kabul o en Peshawar, la desescolarización, la mendicidad y los trabajos precarios, constituyen el dìa a dìa de estos niños desarraigados. Entre la explotación en Pakistán y el mito del retorno... ¿cómo ver el futuro para la generación de la reconstrucción del país?
Después de los atentados del 11 de septiembre, Afganistán se transformó en uno de los países claves de la actualidad internacional. Desde la caída del régimen Talibán en noviembre de 2001, se habla mucho de los problemas de la reconstrucción y la inseguridad en el campo, la congestión de Kabul, los problemas de alojamiento y de acceso a los servicios básicos, la estrechez del mercado laboral y las dificultades de reintegración que conocen las poblaciones repatriadas, de vuelta del exilio y/o desplazadas. Se denunció vivamente la condición de las mujeres afganas, forzadas a usar el burka y obligadas a la práctica estricta del purdah (la separación social entre hombres y mujeres). El destino de los niños afganos, enfrentados a un futuro incierto, es también problemático. Sufriendo de desnutrición y de epidemias varias, están generalmente confrontados a un sistema educativo que funciona mal y a infraestructuras sanitarias inexistentes. Ya sean refugiados en Irán o en Paquistán, desplazados dentro de Afganistán o todavía en el campo devastado por los combates y la aridez, los niños afganos sufren las consecuencias de veintitrés años de guerra y, en la misma medida que los adultos, participan en la colecta de alimentos para todos los miembros de la familia.
Las calles de Kabul están superpobladas de niños entregados a su suerte que se benefician de la solidaridad de las familias, que son más amplias por las noches, pero pasan sus días cosechando para alimentar a una madre viuda, a hermanos y hermanas huérfanos por la guerra y a un abuelo inválido. Numerosos niños están pues desescolarizados y condenados a engrosar el porcentaje de los ya 64 % de analfabetos contabilizados en Afganistán. Los niños viven principalmente de la mendicidad y de pequeños empleos incluyendo la venta de objetos varios, la colección de madera y de cartón, el betún de zapatos y de lavar coches (1). Contrariamente a los muchachos que pasan una buena parte del día en las calles de la ciudad, las muchachas salen sólo algunas horas por día, para ir a buscar agua y reunir lo necesario para hacer fuego y cocinar. Sus papeles se limitan a las tareas domésticas y apenas dejan el domicilio familiar. La mayoría de los niños no ganan más que algunos céntimos de euro al día y, debido a su desescolarización, arruinan sus posibilidades de ocupar algún día un empleo remunerado con dignidad, lo que requiere una calificación técnica. El trabajo de los niños afganos es poco productivo y puede difícilmente acercarse a una enseñanza profesional.
No deseados en Pakistán
La situación de los niños afganos refugiados en Paquistán no es más envidiable. La mayor parte nacieron en Paquistán de padres afganos que no tienen el estatus de refugiado, en el sentido de la Convención de Ginebra de 1951. El Estado paquistaní no ratificó los textos de la ley internacional y somete a los refugiados afganos a la ley paquistaní, que prohíbe a todo extranjero sin pasaporte y visado el acceso al territorio nacional. Los afganos refugiados en Paquistán llegaron en oleadas sucesivas, a causa de la situación política y económica en Afganistán desde la invasión soviética en el año 1979. Se estima que fueron, en total, unos 1,5 millones en septiembre del 2002, la mayoría en situación ilegal y considerados 'no deseados' por una opinión pública de una intolerancia creciente. Los niños refugiados sufren el mismo destino que sus padres. No son declarados y no tienen en realidad ninguna existencia legal, es decir ningún derecho frente a la ley paquistaní.
Las comunidades afganas refugiadas en Paquistán viven principalmente en la Provincia de la Frontera del noroeste (NWFP), una provincia con una población de mayoría pachtún, cercana, geográfica y culturalmente, a Afganistán. Su capital, Peshawar, es un nudo histórico y comercial, una etapa de la ruta de la seda, situada en la confluencia entre el subcontinente indio, China, Asia Menor y Afganistán. Esta rica actividad comercial es fuente de oportunidades para los refugiados que manejan gran parte de los negocios de la ciudad y constituyen mano de obra barata para los empresarios locales. Numerosas familias refugiadas se establecieron fuera de los campos, prefiriendo la proximidad urbana a las redes de ayuda internacional. Los jefes de familia hacen trabajos pequeños: chóferes de jinrikishas o guardas. Estos empleos precarios permiten difícilmente alimentar diariamente a una familia de diez a doce miembros. Todas las generaciones participan, en particular los niños, que trabajan desde muy jóvenes y conocen condiciones difíciles, dañinas para su desarrollo físico y mental. Los niños refugiados, establecidos en zonas urbanas astán mayoritariamente desescolarizados. De idioma pachtun o persa, según sus pertenencia étnica, no pueden seguir la educación urdu de las escuelas paquistaníes gubernamentales que generalmente no tienen ningún medio de financiar sus estudios dentro de las escuelas privadas afganas. Como los niños de Kabul, la mayor parte de ellos trabajan en la calle, realizando pequeños trabajos para juntar algunas rupias y completar los ingresos domésticos. Una de las actividades más extendidas es la colecta de basura; los materiales reciclables se ponen en reventa, mientras que las sustancias inflamables son recogidas para cocinar. Por otra parte, numerosas muchachas afganas trabajan en las casas de familias ricas paquistaníes como asistentes por una suma irrisoria. Tanto en Peshawar como en Kabul, los niños que viven en la calle sólo comen por la noche, cuando el ingreso de la familia lo permite. Durante el día, recogen las basuras, y comen lo que sobra de comida, lo que les genera problemas intestinales y de virus no curados por falta de dinero.
Instaurar ciclos de formación profesionalesPrivados de existencia legal en Paquistán, los niños refugiados no conocen Afganistán, que se imaginan por las historias legendarias y tradiciones orales. El mito de la patria está muy presente en la mente de estos niños que sufren diariamente la violencia de las autoridades paquistaníes y la intolerancia de un pueblo que les controla económica y socialmente. La vuelta a Afganistán es deseada y soñada por los adultos, aunque difícilmente imaginable por la inestabilidad e incertidumbre de su situación. Las condiciones de inseguridad y pobreza que prevalece en los campos afganos y la congestión de las principales ciudades incita a numerosos refugiados a posponer la vuelta hacia su tierra de origen. Viven entre el deseo de volver a su patria y la dificultad que representa renunciar a una inserción, ciertamente precaria pero auténtica, en la economía paquistaní. Afganistán es un país devastado por veintitrés años de guerra, donde todo debe ser reconstruido. Para incitar a las familias a la repatriación y reducir la afluencia masiva de poblaciones en las ciudades afganas, los programas de ayuda internacional tienen que considerar como prioridad las necesidades físicas y mentales de los niños que son los futuros actores de la reconstrucción económica y social del país. El esfuerzo debe concentrarse en la consolidación del sistema educativo y el uso de estrategias alternativas para los niños excluidos de programas clásicos de la escuela. Es difícil prever una erradicación inmediata y definitiva de la explotación infantil. Pero sin embargo, es posible luchar en contra de la explotación no productiva de los niños, estableciendo proyectos profesionales capaces de formar a artesanos y trabajadores, que necesita Afganistán para renacer de sus cenizas.
Sólo la institución de cursos de capacitación accesible a todos y adaptados a las necesidades de reconstrucción del país, permitirá frenar la dinámica actual de empobrecimiento y llevaría a cada uno - padres y niños - a encontrar el lugar que es el suyo dentro del hogar y dentro de la sociedad.
(1) Tierra de los hombres and ASCHIANA, Needs assessment of children working in the streets of Kabul, July 2002, p.17
Translated from Les enfants afghans privés de leurs droits