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Los habitantes de Bruselas y la UE: una historia de amor (e indiferencia)

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En la capital de la Unión Europea viven personas venidas de todos los rincones de Europa. Lo que hace de Bruselas una de las ciudades más cosmopolitas no solo del continente sino de todo del mundo. Pero eso no quiere decir que todos los que viven en la ciudad se sientan europeos. Nos adentramos en el barrio de la Barrière de Saint-Gilles, donde el 48% de la población es de origen extranjero.

Observando la puesta de sol desde la terraza de una de las cervecerías más frecuentadas de la ciudad, Florence y Yaël hablan de cuánto se quieren mientras disfrutan una Brussels Lambic IPA, una cerveza local. Fue eso lo que les llevó a establecerse en Bélgica hace respectivamente 13 y 17 años. Su amor, no la cerveza. "¡Ahora, me llaman 'el belga’!", exclama Yaël entre dos sorbos. Al igual que su amiga, a pesar de ser bruselense de adopción, Yaël es francés. Y no es algo excepcional: en el barrio de Saint-Gilles, al igual que en toda la ciudad de Bruselas, los franceses son la mayor comunidad extranjera.

Patatas fritas y perros mestizos

Después de los franceses, las nacionalidades más comunes son -por orden- los portugueses, españoles, italianos, marroquíes, polacos, rumanos, griegos, alemanes y brasileños. Una mezcla de orígenes característica de este barrio multicultural donde solo de uno de cada dos habitantes es belga. "Estamos mezclados desde hace generaciones", dice Yaël. "Yo tengo una cuarta parte de sangre vasca pero también dentro de mí tengo algo de Marruecos, España y Polonia, la vieja Europa. Somos pueblos mestizos".

En Bélgica, esta realidad tiene un nombre: Zinneke, en referencia a los perros mestizos que deambulan cerca del río Senne, o Zinne en neerlandés, que atraviesa Bruselas. Una diversidad que forma parte de la identidad de la ciudad, en la que conviven 180 nacionalidades. Tanto es así que cada dos años hay un evento que celebra esta diversidad: la "Zinneke Parade" (algo asó como el "desfile de perros mestizos"). Por cierto, ninguno de los dos tiene miedo de decirlo: además de lo que pone en su carné de identidad, ambos se sienten europeos. Para Florence, la construcción europea es algo obvio pero para Yaël, de unos cuarenta años, es diferente. "La vieja Europa resuena dentro de mi", destaca el Zinneke. "No por nada tiene ese nombre. Tenemos una historia y valores bastante comunes. Hace poco estuve en Canadá y no tiene nada que ver". A pesar de esa historia en común, Yaël teme la vuelta de los nacionalismos . "Tenemos poca memoria...", observa con pesar.

Mariana, de apenas 18 años de edad, vive otra Europa. Es de Saint-Gilles, pero tiene doble nacionalidad: belga y portuguesa. Junto a su prima, hace cola delante de la Friterie de la Barrière, un puesto de patatas fritas que es una institución del barrio, famosa sobre todo por a su carbonnade, una deliciosa salsa a la cerveza hecha cociendo a fuego lento unos trocitos de carne. El ruido del tráfico y de los cláxones de la Barrière de Saint-Gilles –un antiguo puesto de peaje donde se cruzan peatones, coches, tranvías, autobuses, bicicletas y otros vehículos de dos ruedas– interrumpen por momentos la discusión de las primas sobre la elección de la salsa. ¿Alioli?¿andaluza?¿bearnesa?¿brasileña? Mariana nació en Oporto, pero vive en Saint-Gilles desde cinco años. "Me gusta estar aquí. Por todos lados me encuentro con portugueses, brasileños, belgas también, marroquíes... Me siento bien", explica relajada. "Mi madre siempre me ha enseñado que nosotros: portugueses, españoles, franceses, belgas… todos formamos parte de la Unión Europea. Me ha enseñado que es un continente. Así que, en mi mente, soy europea", explica mientras termina la última patata frita.

Marianna
Mariana y su prima en el puesto de patatas fritas de la _Barrière_ ©Katerina Zekopoulos

Un cruce de caminos europeo

A unos pasos del fritktot, saliendo de la plaza de la Barrière, de camino al Ayuntamiento, el Café Liberté muestra con orgullo, justo encima de la puerta, la bandera tricolor belga. Negra, amarilla, roja. En esta amplia avenida desde la que se puede distinguir el Atomium cuando el día es lo bastante despejado -no muy a menudo- se respira el eclecticismo. Edificios art nouveau comparten espacio con construcciones modernistas en el barrio en el que el famoso arquitecto Victor Horta construyó su propia casa, ahora convertida en museo y clasificada como patrimonio mundial de la Unesco. En el bar del barrio, a dos pasos de la parada de metro Horta, hay una atmósfera acogedora. Aun no han llegado los clientes de la noche. Es demasiado temprano para la cena. Billy, Anna y Burhan hablan mientras toman un zumo, una cerveza y un café. Cada uno de ellos se mudó a Bruselas para razones diferentes: Billy para huir la guerra, Anna para buscar trabajo, Burhan por ambas. Billy es belga y serbio, Anna es ucraniana y rumana, y Burhan, belga de origen kurdo. Y la camarera, brasileña.

"En la Unión Europea, lo primero es la democracia, la comunicación. ¿Entiendes? Hay que hablar, intercambiar posturas... En Estados Unidos van directos a las armas. Por eso soy europeo".

Hace un año que Anna y Burhan abrieron juntos La Liberté. Antes trabajaban en otro café de Bruselas hasta que decidieron crear su propia empresa. El nombre lo eligió el hijo de 11 años de Anna en referencia a la Estatua de la Libertad. Pero a Burhan no le mueve el sueño americano. "¿Cómo es posible que no quieras que se amplíe la Unión europea?", le espeta a Billy, con un tono provocador. "Mira China, Estados Unidos. ¿Cómo quieres que les hagamos frente? ¿Prefieres que sean ellos quienes manden antes que tener una Unión Europea más grande?". Para Billy, de 34 años, la ampliación de la Unión europea a otros países representa una amenaza. Es camionero y tiene 5 hijos. Europa pasó de 15 a 25, luego a 27 y después a 28 países. Para él, cada ingreso fue sinónimo de mayor competencia y dificultades. "Croacia entró en la Unión Europea hace poco [en 2013] . Si entran otros países pobres del Este, ¡se acabó!", exclama con inquietud. "Incluso en mi país, en Serbia, los salarios son miserables. Así que es normal que la gente venga aquí a trabajar de manera ilegal y por sueldos miserables", subraya enfadado.

Burhan
Burhan © Katerina Zekopoulos

Aunque Billy vive en Bruselas desde hace más de 20 años, no acaba de aclimatarse. "No consigo adaptarme a la ciudad", confiesa. "La gente es fría", añade Anna. Se sigue sintiendo ucraniana. Lo mismo que Billy, para quien patriotismo y sentimiento de pertenencia a Europa son incompatibles. "Cada país debe administrar su política, sin que otros países interfieran en ello. La prueba es que Yugoslavia estaba bien antes de que intervinieran las grandes potencias". Al contrario que Billy, Burhan sí se considera europeo, incluso aunque esté enfadado con los políticos del Viejo Continente por no intervenir más en la cuestión de los kurdos en Turquía. "En la Unión Europea, lo primero es la democracia, la comunicación... ¿Entiendes? Hay que hablar, intercambiar puntos de vista... En Estados Unidos van directos a las armas. Por eso soy europeo", subraya con un punto de orgullo.

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En cualquier caso, todos están de acuerdo en algo: la democracia y la libertad no son la panacea. Antes de irse del café, Billy se muestra molesto porque dice que su mujer no puede pasear sola en falda en el barrio donde viven sin llamar la atención o recibir comentarios inapropiados. "Queremos que nuestras mujeres sean guapas. Pero aquí no es posible. La gente te molesta". A pesar de ser la capital europea, en Bruselas, como en otros lugares, la diversidad va acompañada de tensiones: entre francófonos y flamencos, entre comunidades y nacionalidades, ya sean europeas o no. Multilingüe, multicultural y multipolar, Bruselas es escenario de importantes contrastes. Sobre todo en los barrios más ricos, al sureste del canal que atraviesa la capital y los barrios de la orilla izquierda, que se encuentran en una situación más precaria. Se ven disparidades incluso en el barrio de Saint-Gilles: la zona de "abajo", tiene una importante la tasa de desempleo, mientras que la de "arriba" es una de las zonas de moda de Bruselas, le Châtelain.

Los dos universos se encuentran en la Barrière de Saint-Gilles, un nudo de comunicaciones donde confluyen dos de las vías principales de la ciudad: chaussée de Waterloo y chaussée d’Alsemberg. Desde que en el siglo XIX se eliminaran las barreras móviles dispuestas a cada lado de la carretera para controlar el paso de vehículos y mercancías, en la plaza hay un flujo constante que provoca accidentes. Una auténtica metáfora de la situación del continente.

Barrière
Barrière de Saint Gilles© Katerina Zekopoulos

Foto de portada: Parvis de Saint-Gilles © Léa Marchal

Este artículo se publicó primero en la revista Européens, dentro de un acuerdo de colaboración con Cafébabel.

Translated from Bruxelles, la plus multiculturelle ?