Los Goya 2015: la edición de los excesos
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La edición de los Goya de este año ha sido la de los récords: 123 millones de recaudación en taquillas, una de las mayores que se recuerda, y también de las peores galas. Dani Rovira intentó salvar los platós haciendo lo que pudo y se convirtió en lo mejor de la noche. La velada fue especialmente dulce para La isla mínima y El niño se fue a casa con una rabieta.
Casi cuatro horas, eso es lo que ha durado la vigésimo novena edición de los premios Goya. Ha sido excesiva en prácticamente todos los sentidos y pone de relieve lo que venimos sabiendo desde hace mucho: en España no sabemos hacer ceremonias. Lo más destacado, para mal, ha sido la pésima realización de la gala, con cámaras perdidas en planos absurdos, desenfocadas y un sonido pésimo. Cuestiones técnicas aparte, el ritmo de la gala siguió siendo la piedra con la que la ceremonia choca en cada edición. Mala idea la de promover el cine del próximo año con avances aburridísimos. Tampoco acertaron con las actuaciones musicales, que fueron demasiadas; todos sabemos que Miguel Poveda es un gran cantante, pero una canción hubiera sido más que suficiente; Álex O'Dogherty también es un showman brillante y, sin embargo, la gala de los Goya no es su sitio; la actuación de Alfonso Sánchez y Alberto López, que bien pudieron habérsela ahorrado al completo, hizo que echáramos de menos a los chicos de La hora chanante (y eso que en la pasada edición decepcionaron mucho). Por lo demás, el riguroso problema de minutaje no se debió a los presentadores, la mayoría estuvieron muy comedidos, incluso encorsetados, lo cual también restó frescor a las, insisto, casi cuatro horas.
Todos estos problemas no se vieron venir, porque el show musical con el que se abrió la gala fue muy acertado, al final del cual un buen plantel de los protagonistas corearon la mítica "Resistiré", que sirvió para reivindicar la filosofía de estos años difíciles para la cultura.
Dani Rovira, presentador de esta edición, demostró ser un gran acierto y a nadie sorprenderá si repite el año que viene, porque junto con Rosa Maria Sardá, Eva Hache y Andreu Buenafuente, ha conseguido un buen trabajo gracias a su habilidad para la improvisación y para seguir el guión. El actor tiene un gran talento, quedó ratificado con el Goya a Mejor actor revelación, que además nos brindó el momento romántico de la gala, pues su pareja y compañera Clara Lago no pudo evitar celebrar el triunfo con un beso. Con todo esto, Rovira, se convirtió en el protagonista indiscutible. También destacó la figura de Antonio Banderas, Goya de honor este año a sus cincuenta y cuatro años, muchos han dicho que es demasiado joven para recibir el galardón, pero como él muy bien indicó, tiene toda una carrera a sus espaldas. Es de agradecer que se rompa así una tendencia a laurear los últimos años de quienes fueron grandes profesionales, y que se reconozca antes el mérito de quien se lo merece. Otros galardones deberían aplicarse el cuento. Banderas estuvo muy bien en su discurso, muy lúcido, apostando por la cultura en general; sin embargo, se le pasó la mano con los minutos y al leer su agradecimiento faltó algo de espontaneidad.
La isla mínima de Alberto Rodríguez se llevó diez estatuillas de las diecisiete a las que optaba, incluyendo las de Mejor actriz revelación, Mejor actor, Mejor director y Mejor película. El niño, de Daniel Monzón, por su parte consiguió cuatro de dieciséis nominaciones, y aunque era la clara competidora de La Isla mínima se vio derrotada una y otra vez por ella y tuvo que conformarse con premios menores. Ocho apellidos vascos, sin embargo, “sólo” obtuvo tres premios, pero fueron para Mejor interpretación femenina de reparto, Mejor interpretación masculina de reparto y el ya mencionado Mejor actor revelación. Karra Elejalde y Carmen Machi (dejo a parte a Dani Rovira por ser nuevo en el oficio), debieron sentirse muy honrados al ser galardonados por una comedia.
Relatos salvajes y Mortadelo y Filemón contra Jimmy el cachondo fueron otras de las más galardonadas. También hubo una importante apuesta por los cortometrajistas, a quienes habitualmente se les da un protagonismo muy minoritario. No obstante, se cometió el error de clasificarlos como jóvenes promesas, entendiendo así el género corto como algo menor para debutantes, y no un género de importancia real. Lo dijo muy bien Giovanni Maccelli al recibir el premio al Mejor cortometraje de animación por Juan y la nube, afirmando que ellos no son el futuro sino el presente.
La gran ausencia de la noche fue la política. Después de la gala de 2013 que Eva Hache le dio a ministro José Ignacio Wert, a nadie le extrañó su ausencia en la edición del 2014, en la cuál además le llovieron críticas por todos lados. En esta ocasión sí se dejó ver, y lo cierto es que le trataron bastante bien. Apenas hubo discurso político, el presidente de la Academia, Enrique González Macho, pidió la bajada del IVA y hubo otro par de referencias durante la gala, pero nada más. Pedro Almodóvar puso la nota tensa al retirar su afectuoso saludo al ministro, y eso fue todo, una de las galas menos políticas de los últimos años.
Para acabar me gustaría fijar la atención en el presidente de la Academia de las artes y las ciencias cinematográficas españolas, Enrique González Macho, reelegido en 2014 para continuar al frente de la institución. Durante estos años ha conseguido muchas cosas: en 2011 trajo de vuelta a Pedro Almodovar tras su ruptura con la academia años atrás, el propio director afirmó que fue debido a su insistencia. Además bajo su mandato se ha impulsado el visionado digital, si bien insuficientemente, y en 2012 y ahora en 2014[1] se han conseguido superar récords de recaudación. Es un buen ejemplo de que en cine no todo son las caras de la pantalla, sino que hay mucho trabajo detrás.
[1] Nótese que las galas se celebran a año pasado.