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¿Los eurodiputados entierran a las asociaciones?

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El Europarlamento deliberará esta semana sobre una propuesta de la Comisión para suprimir una serie de iniciativas legislativas consideradas “papeleo inservible”. Entre estos proyectos se encuentra el del estatuto de asociación europea.

Érase una vez, en los años ochenta del siglo pasado, una Europa cuyo parlamento aprobó el proyecto de Altiero Spinelli para conformar los “Estados Unidos de Europa”. Érase una vez una Europa cuya comisión Delors impulsó la integración política para reducir el “coste de la no-Europa”. Una época finiquitada, a juzgar por la decisión de renunciar al proyecto de estatuto de asociación europea. El 27 de septiembre, la comisión Durão Barroso lo anunció: una medida para limitar los excesos de regulación comunitaria susceptibles de penalizar la competitividad europea.

Las asociaciones sin fronteras…

Este estatuto de asociación europea, fruto del fervor comunitario de un grupo de europdiputados liderados por Nicole Fontaine, quiso consagrar la libertad asociativa europea, posibilitando la creación de movimientos, organizaciones y ONG susceptibles de actuar y de ser reconocidos jurídicamente en todos los Estados miembro de la Unión. Al nivel en el que bancos o multinacionales pueden hacerlo desde hace décadas.

Es evidente que la idea de crear “multinacionales cívicas” no entusiasma a los Estados miembro que, con el sistema actual, pueden controlar con facilidad los numerosos privilegios fiscales de las organizaciones sin ánimo de lucro. “¿Cuántos impuestos pagarían estas asociaciones y a quién?”, parece preguntarse la mitad de los gobiernos europeos. Tampoco los partidos políticos presentes en el hemiciclo comunitario están muy a favor de la idea de crear asociaciones internacionales: no se fían del protagonismo representativo que éstas puedan robarles en tanto tradicionales “federaciones de partidos” financiadas por Bruselas.

Desde 1993, el proyecto de estatuto de asociación europea se arrastra de cajón en cajón comunitario, atravesando así, entre la indiferencia generalizada, una de las décadas más críticas de la Unión Europea. Nadie, ni en el seno de la Convención europea presidida por Valéry Giscard d’Estaing, ni en los escaños del parlamento, ha juzgado necesario aprobar un proyecto potencialmente capaz de romper con la crisis latente en el ambiente y el poco sex appeal de la UE.

... son “obsoletas” a ojos de Bruselas

Hoy, paradójicamente, la comisión Durão Barroso propone dejar de lado una propuesta considerada no sólo obsoleta, sino que además –según palabras del propio Presidente de la Comisión Europea- “obstaculizaría la competitividad europea”. Una respuesta que no parece la más juiciosa a la vista del abstencionismo triunfante en las elecciones europeas de 2004 y del doble “No” francés y holandés al proyecto de Constitución al que Bruselas apostó a todo o nada. Y esto no es todo, pues desde un punto de vista económico, no se entiende cómo una norma pensada para armonizar un sector que representa en países cono Alemania cerca del 10% de los asalariados del sector terciario podría minar la competitividad europea.

Un antídoto contra la crisis de la UE

Hoy, el Parlamento de Europa –una institución que muchos consideran el único puente capaz de unir las relaciones entre las instituciones y sus ciudadanos- puede refrendar el camino iniciado por la Comisión europea tirando por tierra un proyecto político que podría dar una dimensión europea a las sociedades y a las opiniones públicas de los Estados miembro. Cuanto menos, los europarlamentarios podrían asumir como suyo el desafío y proponer una terapia contra la crisis comunitaria: los problemas no pueden resolverse en los salones estucados de los palacios y deberíamos ampliar el contexto para dar respuesta a las necesidades crecientes de democracia y de libertad. El voto a propósito de los “papeles inservibles” decidirá el futuro de Europa. Y de la credibilidad democrática de Estrasburgo.

Translated from Se l’Europarlamento affossa l’associazionismo